Reseña de un viaje por la costa sur

Reseña de un viaje por la costa sur

Recientemente, el capítulo de Las Lecturas Filosóficas de la Academia Dominicana de las Ciencias, que  dirige Alejandro Arvelo, organizó una excursión ecológica y cultural por la costa sur de nuestro país, desde la provincia de San Cristóbal hasta Pedernales, sin obviar lugares de visita obligada para quienes disfrutan el ecoturismo.

 El primer día comenzamos por las Cuevas del Pomier o Borbón, en San Cristóbal, lugar de riqueza espeleológica y ecológica sin igual, ya que en  él no solo apreciamos su rica flora y fauna, sino sus pictografías incrustadas de forma  indeleble, en aquellas fosas milenarias, que fueron habitadas y visitadas por nuestros aborígenes, como por colonias de miles de murciélagos frutívoros y mariposas amarillas y multicolores, como las que Gabriel García Márquez metafóricamente describió en su famosa novela “Cien Años de Soledad”. La riqueza de las concreciones o depósitos de calcio en sus estalactitas y estalagmitas, unas activas y otras “durmiendo un sueño incierto”, ya que en cualquier momento se pueden volver a activar  dependiendo de los cambios climáticos y del grado de depredación  o no que le cause el ser humano.

De ahí partimos hacia la iglesia Nuestra Señora de la Consolación, en San Cristóbal, “Capilla Sixtina del Caribe”, en la cual planeó el sátrapa Trujillo quien la construyó, y pidió ser sepultado en ella, creyendo que su final sería apacible como el de las almas nobles, sueño que se convirtió en pesadilla. Allí su párroco, Miguel Ángel Ciaurriz Oar, nos dio las explicaciones de lugar sobre los detalles artísticos y patrimoniales que exhibe dicho templo, con pinturas murales del español  que residió en nuestro país, a mediados del siglo pasado, José Vela Zanetti, con  escenas de los evangelios representados en lugares emblemáticos del templo: cúpulas, ábside, detrás del altar mayor, presbiterio, etc., todos con gran ornamentación mística.

 Algo que llamó nuestra atención fue una especie de señuelo de Cuyaya o Cernícalo para espantar las palomas de los campanarios, ya que aunque ellas ambientan el lugar, son depredadoras del mismo.

 Luego pasamos al novedoso Centro Cultural Perelló de Baní, donde apreciamos su funcional planta física y bien terminada arquitectura, además de sus constantes exhortaciones en las obras de arte, a respetar la biodiversidad y advirtiendo con fuerte visión futurista sobre el cuidado del entorno y respeto por los ríos,  bosques, flora y fauna de nuestro país.

 Luego visitamos el honorable Ayuntamiento Municipal de Baní, su legado museográfico  en cuanto a pertenencias, muebles, fotos e instrumentos musicales de sus munícipes más conspicuos y representativos de la “banilejidad”, como el ex presidente Francisco Gregorio Billini, el escritor y poeta Héctor Incháustegui Cabral y Héctor Colombino Perelló, a quien visité en vida junto a Manuel Mora Serrano y dediqué un artículo periodístico en el Listín Diario; todo esto guiado por la señora Mariana Landestoy, figura protagónica del Baní posterior a los años 50, hasta nuestros días.

De ahí pasamos al parque  en el que estaba la casa solariega del Generalísimo Máximo Gómez, donde nació y allí vimos lo único que queda de la misma, un horcón de su antigua residencia, mudo testigo de ayeres de gloria y amor patrio.

Pasamos luego hacia Playa Caracoles, en la rivera caribeña compostelana, lugar de alto valor histórico por haber sido donde desembarcaron en febrero de 1973 el coronel Caamaño y sus compañeros de guerrilla, procedentes de Cuba, la cual fue una inmolación que le reiteró al pueblo dominicano la valentía de sus mejores hombres en pos de la patria transgredida, ya que no se pudo dar el apoyo urbano de los Palmeros, encabezados por Amaury Germán Aristy, quienes fueron asesinados previamente, el 12 enero del 1973, en la Autopista de Las Américas, con explicaciones dadas por quien suscribe. Agotada esa parada obligada, partimos hacia Cabral, provincia de Barahona, donde pernoctaríamos y celebramos una noche de bohemia, en la que interpretamos boleros y baladas, la hermosa joven Anayanci Soto y el autor, acompañados del pianista Salvador González.

Al otro día sábado, partimos a Bahía de las Águilas en Pedernales, hermoso recodo del país, lugar agreste pero muy acogedor, con mar azul turquesa veteado de áreas glaucas o verde esmeralda. En él disfrutamos de comida gourmet, mariscada y langosta con ensaladas variadas. Luego paseamos en bote a orillas del mar disfrutando kilómetros de acantilados arrecifales, hábitat de  cientos de pájaros: iguana silvestre de Bahía de las Águilas, pelícanos, tijeretas, albatros y gaviotas que desovan en los mismos, aparte de dos iguanas domesticadas, alimentadas por nuestras manos. Más adelante visitamos el Hoyo de Pelempito, donde habita un ecosistema único en el Caribe, pues consta de flora y fauna endémicas del mismo.

Por último pasamos el domingo por lugares simbólicos de las ciudades de Barahona y Cabral: en la primera su moderna extensión de la UASD (CURSO); la casa donde vivió María Montez; la iglesia Catedral de Nuestra Señora del Rosario, patrona del pueblo, restaurada arquitectónicamente y con arte sacro característico. En el Parque Central de Barahona se presentó un espectáculo carnavalesco con los famosos pintaos y otros.

En Cabral, después de ascender al Polo Magnético, lugar de muchos mitos sobre fuerzas telúricas que no pudimos constatar, bajamos al pueblo a presenciar  Los Diablos y Las Cachúas, tirando foetazos  a diestra y siniestra, dirigidos  por el médico Temístocles Félix, en sus duelos agresivos. Luego un festival de salves y palos en casa de los esposos Doña China y Colablanca.

Como epílogo queremos recordar como rezan los proverbios populares “El Sur es nuestro norte”, y “El Sur también existe”. Protejamos nuestro país y su ecosistema.

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