A nivel global se reconoce que la malaria es una enfermedad predominantemente rural, vinculada con la pobreza y relacionada a condiciones inadecuadas de las viviendas, factores de cambio climatológico, fenómenos migratorios entre otros. Cada año provoca más de 400 000 defunciones en todo el mundo.
La infección por  P. falciparum  es la más peligrosa y si no se trata puede llevar a complicaciones renales y cerebrales, e, incluso, a la muerte. Los síntomas incluyen fiebre intermitente acompañado de escalofríos, vómitos, dolor de cabeza, dolor articular y pueden aparecer de 10 a 15 días después de la picadura del mosquito anofeles. La cloroquina y primaquina son el tratamiento de elección. En nuestro país el plasmodium es sensible a la cloroquina.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) recomienda que el diagnóstico y el tratamiento con los antimaláricos estén más cerca a las comunidades en riesgo, así como trabajar en el control de vectores. Insta a garantizar la calidad del diagnóstico parasitológico y evitar el desabastecimiento de medicamentos. En nuestro país el Centro de Prevención y Control de Enfermedades Transmitidas por Vectores y Zoonosis (antes CENCET) se encarga de forma eficaz (ha merecido premios en la región) de dar seguimiento a los pacientes afectados ayudando a combatir la enfermedad.