Ha sido más de un siglo de luchas internas interpartidarias, guerra civil, lucha guerrillera, paramilitarismo, masacres. El sacrificio ha sido mucho. Colombia merece una oportunidad para detener el derramamiento de sangre y vivir en paz. Que haya colombianos que cuestionen el modelo de acuerdo es democrático, que se vote contra la paz es, dígase con claridad lingüística, criminal. Si se rechazase el acuerdo FARC-Gobierno que se firma hoy todo el que marcó NO tendrá responsabilidad en la nueva sangre que se derrame. Que haya extranjeros, desde cómodas oficinas de ONG internacionales con discursos altisonantes criticando el alcance de lo acordado, es un irrespeto a las aspiraciones del pueblo de Colombia, a la sangre derramada y, peor aún, a la sangre que estaría, si se les escuchase, por derramarse. Lo que algunos no entienden es que se trata de una negociación, no de una rendición. Si se rechaza el acuerdo no hay nuevas negociaciones, seguirá habiendo plomo y sangre. ¿Cuál ha sido el saldo de esta guerra, solo entre estos dos contendientes que han firmado la paz? Más de 260 mil muertos, decenas de miles desaparecidos, alrededor de 7 millones de desplazados.
¿Por qué se ha negociado ahora y alcanzado un difícil acuerdo después de cuatro años negociando? Por un lado, porque las FARC vieron reducir sus fuerzas desde unos 20 mil combatientes a unos 7 mil – en buena parte por sus propios errores -. Y del otro lado, porque el gobierno y sus fuerzas armadas saben que una victoria definitiva estaba aún lejos. Recuérdese que llevaban 52 años de guerra y varios intentos de negociación, 1991-92 y 1998-2002. En los años 80 grupos guerrilleros se desmovilizaron y formaron un partido, la Unión Patriótica. Miles de ellos han sido asesinados en la vida civil. Los fueron cazando uno a uno. Hace solo unos días el propio Presidente Santos decía que eso “nunca debió pasar”, pero pasó y de ahí la desconfianza de algunos sectores.
A fines del decenio de los ochenta surgieron los para militares, brutales fuerzas de choque de ultraderecha vinculados a sectores terratenientes, empresarios y de las mismas fuerzas armadas, responsables de masacres a campesinos y dirigentes sociales. Sus barbaries se unen a las denuncias de violación de los derechos humanos por guerrilleros y militares. Se les empezó a desmovilizar hace unos años pero no todos entregaron sus armas y se constituyeron en grupos que siguen combatiendo crímenes. Sectores del liderazgo guerrillero se desvincularon de sus motivaciones originales y delinquieron. Pero no todos.
Es tanta el ansia de paz y cerrar el capítulo que las víctimas del conflicto son los más firmes defensores de los acuerdos de paz y ello, dijo Ingrid Betancourt – seis años secuestrada – porque saben “lo que implica seguir en la guerra”. También denunciaba que hay sectores que han ganado poder y fortuna con la guerra y por eso quieren que siga. El acuerdo puede no ser perfecto pero trae sosiego a un pueblo sufrido, con generaciones que no saben lo que es la paz. Respetémoslo.