Sostenía el padre de la India moderna, Mahatma Gandhi, que el atraso de su nación, entonces dominada por el colonialismo inglés, no sería superado hasta tanto las élites tomaran conciencia traducible en acciones, sobre su responsabilidad con la suerte del antiquísimo y místico territorio que había perdido su soberanía como consecuencia de la pasividad de sus clases dominantes.
La prédica y acciones del Alma Grande precipitaron el proceder de élites hindúes preocupadas por las amenazas del poderío económico y militar inglés. Apostaron a una nueva India perfilada por el pensamiento de Gandhi venciendo los temores de represalias del sometimiento colonialista, simbolizada en el enfrentamiento de manufacturas británicas por parte de productores nacionales. Las clases intelectuales fueron adhiriéndose a sus postulados metodológicos no obstante perseguir la liberalización rechazando la violencia.
Líderes de las cuatro grandes religiones autóctonas de la India, al igual que las impuestas mediante invasiones musulmanas y cristianas, fueron deponiendo progresivamente su sectarismo. Pobladores y trabajadores industriales y agricultores se convirtieron progresivamente en seguidores de la resistencia y desobediencia pacífica.
Como consecuencia, la India no solo se independizó del dominio británico, sino que en medio siglo, poquísimos años para una nación milenaria, experimentó profundas transformaciones: De una nación sometida al yugo militar extranjero a poseedora de armas nucleares propias; de un entronizado sistema de castas extremizado en intocables y maharajaes a una democracia perfectible; de colonia inglesa limitada a suplir de añil no obstante ser el séptimo país del mundo en territorio y el segundo en población, a una de las economías emergentes más importantes del globalizado mundo contemporáneo de hoy.
Aún quedando mucho por hacer y a pesar de sangre derramada y sacrificio en vano, la experiencia hindú ha dejado la lección sobre la responsabilidad de las élites en las transformaciones nacionales, lo cual deberíamos aprovechar los dominicanos ante las amenazas que penden sobre nuestra nación.
Amenazas tan serias como inseguridad ciudadana, delincuencia; tráfico de sustancias, drogas y dinero; desempleo y precariedad de servicios, especialmente de salud y educación; indiferencia e incapacidad de las autoridades de imponer el orden especialmente de combatir la corrupción que le sirve de complicidad, irrespeto social generalizado, disolución de la dominicanidad por efecto de la presión haitiana y el interés de potencias de liberarse de ella sometiéndonos a modelos culturales y económicos que nos miran como mercado consumidor más que como nación productora.
Siguiendo esta experiencia, sobre las élites nacionales -económicas, intelectuales, religiosas y populares recae la responsabilidad de enfrentar estas amenazas; sobre todo en la medida que los gobernantes no las asuman.