Responsabilidad histórica, conciencia y perdón

Responsabilidad histórica, conciencia y perdón

(Debemos) preguntarnos por la relación de los hombres con la historia, reflexionar acerca de nuestra condición de sujetos históricos y la manera en que nos configuramos históricamente. La atención está puesta en el sujeto que vive, hace, sufre y narra la historia -esto es, frente a la vida de los otros y frente a la vida con los otros, sean ellos contemporáneos, sucesores o predecesores-. Y también la idea es considerar, por un lado, que la propia identidad del sujeto está signada por esa relación que guarda con la realidad histórica; y, por el otro, que la dimensión temporal de la experiencia humana implica pensar la historicidad de toda identidad….(1)

Desde hace unas semanas he estado pensando en la situación de algunos países del mundo y de algunos continentes que no han podido encontrar la salida a su realidad.  Me hice muchos cuestionamientos.  Una pregunta me atormenta y aparece una y otra vez en mis reflexiones ¿Debe existir responsabilidad histórica de los pueblos?  ¿Deben sentirse responsables las naciones que han provocado la guerra y el exterminio de poblaciones enteras? ¿Deben pagar, no solo con el peso de la historia, las mentes brillantes que utilizaron sus conocimientos para la tortura, como aquellos que inventaron la bomba atómica o los gorilas que inventaron mejores maneras de torturas en los campos de exterminio judíos?  ¿Pueden ser aceptados en la comunidad humana los que por diferencias religiosas o ideológicas, asesinaron y torturaron?

Después que me hice las preguntas, recordé la acción responsable y trascendente de Su Santidad, el gran Juan Pablo II.  Preparando el Gran Jubileo del año 2000,  solicitó a la comisión histórico-teológica del comité responsable para preparar ese evento mundial y trascendente, la celebración de un congreso sobre la Inquisición.  El historiador Agostino Borromeo, uno de los grandes expertos en la historia de la Iglesia y especialista en la Inquisición,  fue elegido para que coordinara el importante evento. Pero además, el papa Juan Pablo II solicitó que se abrieran los archivos secretos de la Congregación para la Doctrina de la Fe,  el antiguo Santo Oficio. El congreso formó parte de la preparación para la Jornada sobre el Perdón del año Santo.  El 12 de  marzo del 2000, el Papa pidió perdón por los errores cometidos en el servicio a la verdad recurriendo a métodos no evangélicos.   El 15 de junio del año 2004 al presentar las “Actas de Simposio Internacional La Inquisición” presentó un hermoso mensaje, que se inicia con una hermosa afirmación autocrítica: “La Iglesia busca la verdad histórica para pedir perdón por los pecados de sus hijos”.  Continuó su reflexión diciendo: Es justo que la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio.  En vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, los cristianos en ocasiones han ofrecido el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas del antitestimonio y de escándalo. Antes de pronunciar su hermoso y famoso perdón a la humanidad, Su Santidad dijo: “Antes de pedir perdón es necesario conocer exactamente los hechos y reconocer las carencias ante las exigencias evangélicas en los casos en que sea así.”  En esa importante alocución, el Papa recordó y citó las palabras del Concilio Vaticano II: “La verdad solo se impone por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas”.  (2) No puedo olvidar el impacto que causó en la opinión pública mundial esta valiente y ejemplar acción de Su Santidad Juan Pablo II.  Cuando leí con atención las declaraciones, me sentí orgullosa de ser cristiana.  Hay que ser valiente para descubrir secretos, que eran vox populi, guardados durante siglos. Hay que ser valiente para asumir la responsabilidad histórica de unos hechos en los que él, como ser humano, no participó.  Asumió con valentía su investidura como máxima autoridad de la Iglesia Católica y reparó el daño espiritual que la humanidad esperaba durante siglos.

Los líderes actuales no son directamente responsables de lo que decidieron e hicieron sus antecesores. Los alemanes de hoy no fueron los que diseñaron y perpetraron el exterminio de los judíos.  Los ingleses de este siglo no impusieron en el apartheid en el África del Sur. Fueron los ancestros de los  españoles de la posmodernidad los que conquistaron a capa y espada y se autoproclamaron dueños de unas tierras, de un continente todo entero, que no les pertenecía.  Los franceses que habitan hoy la metrópoli o sus territorios de ultramar no diseñaron ni pusieron en práctica la rica y segregada colonia francesa de Saint Domingue, ni fueron los que hicieron  trabajar largas e interminables jornadas a los esclavos negros de África. Los rusos de la Rusia del siglo XXI no dieron la orden de asesinar a los troskistas o a los enemigos de los nuevos dueños de la situación, fue Stalin el responsable del genocidio. El gran líder chino Mao Zedong fue quien pensó y dio la orden de la purga sangrienta a sus enemigos, y no los chinos que ahora están trabajando duro para reconquistar el mundo.  La lista es larga, podría seguir nombrando otras barbaridades de esta historia nuestra que avanza y avanza, dejando tras de sí un lastre de dolor, sangre y atropello.

Es cierto, las generaciones actuales no somos responsables  de lo que hicieron nuestros antepasados.  Pero así como heredamos lo bueno que nos dejaron (la libertad, el derecho de elegir, el disfrute de la tecnología…), somos también herederos de sus errores y sus horrores.  Y, como he parafraseado en otras oportunidades al gran historiador Claudio Sánchez Albornoz, somos hijos de nuestros padres, y nietos de nuestros abuelos, condenados a arrastrar por siempre las cadenas invisibles que nos atan a nuestros antepasados. 

Esta generación debería ser más responsable y crítica.  No dejar a su suerte, al abandono total a los pueblos conquistados, mancillados por la guerra y la ambición de poder de nuestros antepasados.  Hay que asumir la responsabilidad histórica que cargamos como herencia en nuestros hombros, para, con la debida valentía y responsabilidad, dar respuesta, dar el frente y no la espalda, para asumir los errores y resarcirlos con hechos.  Después de saquear el oro, la plata, la bauxita, el mármol, el petróleo…. abandonan los pueblos conquistados y sometidos, para que ellos, nosotros, supuestos dueños de su, nuestro, destino, construyan, construyamos, su, nuestro,  futuro.  ¡Qué fácil! ¡Qué ironía tan grande! A veces me avergüenzo y me duele, en lo más profundo de mis entrañas, lo que he heredado de esta llamada humanidad. No me enorgullezco de las atrocidades cometidas en pro de la ambición y la grandeza de los imperios de siempre.  Me consuela el sudor y sacrificio de los hombres y mujeres que lucharon, combatieron y se comprometieron a transformar su herencia.  Asumamos, pues, nuestra responsabilidad histórica como pueblo. Pero también exijamos a los grandes y poderosos imperios que asuman el pago de las grandes deudas históricas de los pueblos sometidos.

mu-kiensang@hotmail.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas