Responso del herrero

Responso del herrero

–Es poco lo que yo puedo decir para consolar a Veranda de la muerte de Bululo. Peor aún, ninguna de mis palabras obrará el milagro de volver a la vida a un hombre de trabajo que llevaba comida a los suyos todos los días. Ella comprobará mañana que su marido no regresará a la casa; y su pequeño hijo, durante muchos años, echará de menos al padre que lo sentaba en sus piernas. Bululo ha muerto en forma violenta e injusta; lo ha acribillado un asesino por encargo; cometió el error de decir en público una verdad incontrovertible sobre los negocios de drogas.

–Las drogas matan a las personas de muchas maneras: destruyen físicamente a los jóvenes que las consumen; les desbaratan las arterias y las voluntades; en poco tiempo un joven vigoroso se convierte en un residuo humano, incapaz de trabajar. La droga daña moralmente, físicamente, laboralmente; para colmo, oscurece el entendimiento, entorpece el buen juicio. La sociedad completa llega a padecer la degradación de los varios órganos que la componen: la familia, la escuela, el orden público, la política, los negocios. El deseo de evadirse del sufrimiento, de las obligaciones de trabajo, crea una clase enriquecida a costa de la muerte prematura de los jóvenes.

–Bululo fue una víctima de esa situación social que nos envuelve a todos en esta época impiadosa y desorbitada. Bastó con que mencionara por su nombre “la enfermedad” para que cayera fulminado por su poder dañino. Esos negociantes que regalan drogas a los pobres de nuestros barrios, envenenan el futuro de las comunidades, tiñen de sangre las calles en cientos de ciudades de hoy. Su muerte debe servirnos de advertencia a quienes no vendemos ni consumimos drogas.

–Pero lo más horrible es comprender que hombres como los que han asesinado a Bululo, también matan la esperanza en una vida mejor. Un delincuente armado, moviéndose en motocicleta, es más eficiente y rápido que los tribunales y las leyes. Dios nos ayudará a idear un remedio contra una plaga que los políticos no se atreven a enfrentar. Cuando el padre Servando terminó de hablar, Veranda, con los ojos enrojecidos, abrazó al cura; agarrado de la falda arrastraba a su hijo.

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