UBI RIVAS
El día trece de este mes de noviembre falleció en su residencia de la capital dominicana, 88 años, el entrañable afecto José Antonio Núñez Fernández, uno de los dominicanos más cultos que el suscrito ha conocido, y los he conocido a casi todos desde la Era de Trujillo.
Soy renuente a identificar al mejor de cualquier disciplina, y en lo concerniente a José Antonio Núñez Fernández, sin encumbrarlo por encima de todos los intelectuales, afirmo que ninguno le aventajó en conocimientos enciclopédicos, que desgranaba en conversatorios o en sus artículos en HOY, auxiliado por una memoria balagueriana.
Le complacía llamar a sus amigos y leerle en primicias el artículo que publicaría al siguiente día, y con su estentórea voz de locutor 1-A, acentuaba los tramos que asignaba mayor significación, como si estuviera frente a un micrófono de La Voz del Yuna, cuando se inició ahí en la locución en su natal Bonao, en 1950, contando 22 años.
Era el coto de José Arismendy Trujillo Molina, el temible y truculento Petán, pero que catapultó el arte vernáculo como ningún otro mecenas, y Núñez Fernández conocía exacto la forma de conducirse, corriendo rápido en un berenjenal sin pisar una.
Hecho preso por respaldar la arenga flamígera de José Francisco Peña Gómez en La Voz Dominicana aquel memorable 24 de abril, Núñez Fernández integró el elenco de locutores que respaldaron el retorno del derrocado presidente Juan Bosch al poder sin elecciones, junto a Jaime López Brache, Ercilio Veloz Burgos, Luis Armando Asunción, Mario Báez Asunción y José A. Bruno Pimentel, entre otros.
Su cultura copiosa y erudita, siempre le insistí debió incorporarlo a una memoria de su vida.
La parca inexorable, arrebató la vida a un gigante de la cultura y la bondad.