Resquebrajadura institucional

Resquebrajadura institucional

Si mal no recuerdo, años ha se criticó el sistema electoral porque era de “arrastre”. Las batallas de Donna Hjrinack contra Joaquín Balaguer no sólo parieron la castración de un cuatrienio. También dio a luz un nuevo régimen electoral que dividió el país en distritos electorales. No dura mucho la felicidad en casa de los pobres. Porque lejos de ir hacia el perfeccionamiento de lo concebido entonces, retrocedemos. El 16 de mayo se reinaugura el arrastre de la peor manera. A los improbados vicios del ayer sumamos hoy maniobras de fines inconfesos.

Se habla de nombres de candidatos aceptados que no figuran en las boletas a presentarse en los comicios. La cuestión aparenta ser intrascendente. Si la boleta es de arrastre, ¿qué importa que no figure un nombre? Después de todo, a partir del número de votantes que se incline por la boleta, que no por los candidatos, saldrán electos Senadores y Síndicos. Y tras de sí llevarán, en razón de los votos, a Diputados y Regidores “arrastrados”. Por lo visto, no hay cuestión más sencilla.

Más no es de este modo. Como hay candidatos aceptados que no figuran en las boletas (“sólo unos pocos. Eso no tiene importancia”) los jefes de partido comerán con su dama. “Ponme este, quítame aquel” será la consigna post electoral. Al final, el elector no habrá votado por ningún candidato en forma consciente y las elecciones serán una burla.  

Cuanto es peor. El elector no tiene opciones. Yo, por ejemplo, pensaba votar por Milagros Ortíz Bosch para la Senaduría del Distrito y por los Diputados reformistas de mi distrito. No puedo. Si elijo a Milagros la democracia mostrenca de hoy me impide llevar los Diputados que quiero al Congreso Nacional. Si marco la boleta reformista pierdo la posibilidad de llevar a la Cámara Alta a una mujer de grandes méritos. Como vemos la democracia dominicana, lejos de consolidarse, ha retrocedido.

¿Para qué mantener los distritos electorales, por consiguiente? Para imprimir más boletas. Para gastar más dinero. Para que cada elector del universo posible cueste ochocientos quince pesos. En realidad, cada sufragio costará mucho más, puesto que todo elector que contemple la engañifa de la que hablo, tal vez se abstenga de concurrir a urnas. En consecuencia, una potencial abstención que ronde el 50% hará que cada ejercicio de votos cueste alrededor de dos mil pesos.

Algún bufo dirá “eso lo paga la Junta” y volverá, satisfecho, a su trago. Pero no. Ese dinero lo paga el mismo que, despreocupado, juega su mano de dómino y se abstrae de la realidad. La presión tributaria ronda el 21%. Sumemos, a toda la serie de gravámenes, el más terrible y oneroso, la inflación. Con éste, no hay que sacar más cuentas.

No es pues la Junta Central Electoral la que pagará caro un voto escamoteado. Es cada elector con el sudor de su frente quien pagará este 16 de mayo una burla a la democracia que está haciéndole un boquete a la institucionalidad política en el país. Salvo por supuesto, que a la vista del retroceso, la Junta vote una resolución que permita a los electores, en sus respectivos distritos, votar por el candidato a Senador de una boleta y Diputados de otra. Y lo mismo con los Síndicos y Regidores.

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