Resurrección de un fantasma

Resurrección de un fantasma

¿Quién juega a una confrontación entre dominicanos y haitianos? Hace poco un albañil haitiano decapitó al maestro constructor, dominicano, para el cual trabajaba. Enardecidos vecinos de la víctima y de un sobrino de éste al que hirió el haitiano, asesinaron al victimario. El caso pudo pasar como un pleito de vecindario. Alcanzó, en cambio, condición de litis entre Estados Soberanos. El Embajador de Haití en la República Dominicana asumió la defensa del connacional. Posición natural. No hizo lo mismo, en principio, por los dominicanos asesinado y agredido, personas humanas contra las que el haitiano muerto actuó originalmente.

A poco chilló un funcionario de alto nivel en Puerto Príncipe. Y sin que andase muy despacio el reloj, se montó una turba ante la sede de la Embajada de la República Dominicana en Haití. La escasa espontaneidad de la acción es notoria. La Cancillería Dominicana se esforzó por evitar que esta tensión subiese de punto, y no hubo más protestas. En realidad, quienes debimos montar el espectáculo fuimos los dominicanos. Los primeros agredidos fueron dominicanos. El primer muerto fue nuestro.

Es una verdadera lástima que la República Dominicana se obligue a reforzar su política exterior defendiéndose de ofensas innecesarias. Dominicanos han matado y han sido muertos por nacionales de otros países en el exterior. No por ello los gobiernos de esos países han propiciado pronunciamientos diplomáticos del más alto nivel contra la República Dominicana. Hemos asesinado nacionales de otros países en ciudades turísticas en territorio dominicano. Tampoco estos asesinatos motivaron a los gobiernos de los países de donde procedían tales visitantes, a emitir notas verbales de protesta o escándalos ante la Embajada Dominicana.

Es evidente que tendremos que andar pianitos con los haitianos que viven en el país. Eso generará tensiones adicionales en cada uno de nosotros, en adición a las que nos producen la política y el empobrecimiento colectivo. Un estado de ánimo de las características que enunciamos es inconveniente a las relaciones entre los dos pueblos que compartimos la isla. Por eso, tal vez, conviene que los diplomáticos haitianos, antes prorrumpir en declaraciones reclamantes por un chisme de barrio, conozcan pormenores de pleitos de particulares.

Hizo bien la diplomacia dominicana en auspiciar el conciliador encuentro de los Embajadores a ambos lados de la isla. Pero los dominicanos no ganamos para sustos. Ni nuestros pueblos se hallan preparados para resistir tensiones estimuladas por los diplomáticos. Vengan de donde vengan.

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