Resurrección moral

Resurrección moral

Pedro Gil Iturbides
El mundo cristiano ha celebrado la resurrección de Jesús acogiendo de este modo dictados de la fe. Nos hemos adherido a manifestaciones que desde antiguo se cumplen con plena seguridad de que con ello exaltamos la gloria y el poder de Dios.

De este modo reconocemos su empeño por asentar entre los seres humanos, que es su máxima creación, un sentido de amor a Él. Y de proyección de ese mismo amor, orden, respeto y fraternidad hacia nuestros semejantes. Él pretende, al empujarnos por este camino, lograr nuestra elevación moral. En ese empeño no ha conocido límites a lo largo de los incontables años desde que insufló de su mismo espíritu sobre el barro con que nos moldeó.

La encarnación de una forma de sí, como Hijo terrenal, ha sido tal vez la de mayor significación en el devenir humano. A través de este complejo proceso resumió las múltiples manifestaciones en que penetra la conciencia individual y social, llamando a sus criaturas con el objeto de que cumplan la misión que nos encargó desde la creación. Nos hizo sus preferidos. Y por ello nos dio parte de sí. Sin embargo, también nos engendró endebles, frágiles y veleidosos, al proveernos de libre albedrío. Su propósito no ha sido otro que el de, en conocimiento de lo bueno y de lo malo, del bien y del mal, lo procurásemos como fin último de la vida humana.

Algunas de las teofanías bíblicas, como aquella en que pacta con Abraham tras pedirle el sacrificio de su hijo único, son reflejo de este llamado a la conciencia en que siempre se ha empeñado el Todopoderoso. Quiere que ninguno de aquellos sobre quienes insufla su Espíritu, desvíe el camino de su alma. Quiere que retornemos a Él, aunque sea en la forma de decisión final que se hace notoria en la persona del buen ladrón. Por estos días lo hemos recordado. En la tarde en que Nuestro Señor es sacrificado en la cruz, aquél amonesta al otro de los malvados que como él es crucificado junto a Jesús. Más que ello, empero, le pide a Jesús que lo recuerde cuando llegue al paraíso.

Si las moralejas que pueden desprenderse de todas esas vivencias recordadas durante la Semana Santa, fueren cabalmente entendibles, estaríamos luchando por nuestra resurrección moral. Muchas otras lecturas bíblicas, en otros períodos del año litúrgico, claman porque despierte nuestro entendimiento. Pero ese entendimiento únicamente despertará cuando percibamos el sentido último del primero y más grande de los mandamientos. Jesús, al que el joven rico preguntó cómo podía asegurar la salvación de su alma, trazó un camino para éste y para todas las personas a lo largo de sus vidas.

¿Amarás a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo? le dijo Jesús. En el profundo secreto que se esconde en esta oración sencilla pero esplendente, se encuentran las huellas que puede seguir el ser humano para la elevación de su conciencia individual y social en la vida terrena. Y por supuesto, para encontrar la tranquilidad terrena y con ello, cuanto llamamos felicidad. Si pudiéramos percibir ese secreto, en la hora en que son cerrados nuestros ojos en el último de los días finitos, nos encontraríamos, de bruces, en los brazos del mismo Dios.

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