Retomar la calma

Retomar la calma

La jornada fue intensa. Educativa. Además de la tensión, de siniestros correveidiles, de la difusión del tuit más avieso, de las vestiduras rasgadas y los pudores al viento, los más connotados especialistas en derecho constitucional estaban mañana, tarde y noche, explicando el contenido de la Carta Magna. Los medios de comunicación se convirtieron en academia y el lenguaje jurídico fue asimilado por leguleyos. Palabras como referendo, ley orgánica, mayoría simple, texto flexible, rígido, derecho fundamental, se repetían en cada esquina. Los opinantes, esa enorme congregación de doctos al dente, que ganan nombradía acomodando conceptos a sus apetencias y simpatías, pretendían retorcer el dictamen de los constitucionalistas, refutando hipótesis sin tener aval. Del baúl de las frases que marcan temporadas, volvió a la palestra Ferdinand Lasalle, que jamás pensó que un político caribeño se identificaría con su expresión hasta hacerla suya. Sin embargo, decir “la Constitución es un pedazo de papel”, sirve para el desahogo pero se necesita más para comprender la dimensión de la ley de leyes.

Se reanudó el fervor democrático, ese que a veces descansa encima de cómodas poltronas, algunas mullidas por el peculado ancestral que, gracias a la complicidad, otorga derecho irrebatible a la palabra.

Fue un alarde similar al del año 2002, cuando aquella mostrenca modificación de la Constitución, sin consulta ni discusión, solo porque sí. Entonces, algunos comprobaron que la premisa fundacional del ejercicio político de muchos, era simplemente su oposición a la segunda postulación de un presidente de la República. Se adscribían a la escuela que defiende la existencia de un texto inexpugnable como garantía de la vida ciudadana. Todavía no admitían que la modificación a la ley de leyes no es pecado mortal y que la aspiración colectiva debe centrarse en el cumplimiento irrestricto de la norma, mientras tenga vigencia.

El debate jurídico ha sido enriquecedor, positivo, pero la tarea, ahora, es otra.

Sin desconocer que el derecho constitucional es una de las ramas más afín al quehacer político, la erudición que vuelva a su lugar y se asuma el desafío en el ruedo correspondiente, con menos virulencia. Porque pretende ser inmutable en el colectivo, por decreto y actitud de una minoría, la manera de rebatir ideas difamando. Los maestros del viperino estilo, tienen seguidores. Su lastimera ortografía los convierte en bigañuelos de la injuria.

La época rechaza la extorsión apelando a la vida privada. Es ridículo e ilegal, despotricar contra adversarios revelando sus “vicios”, como hacían otrora. Por eso recurren a bajunas estrategias para acallar o provocar la comisión de errores.

Zweig, en su imprescindible FOUCHÉ, recrea aquel episodio que expuso el tino de Napoleón. Azuzado por Talleyrand, el corso interviene territorio neutral, secuestra al duque de Enghien y ordena su fusilamiento. Fouché se entera y expresa: Fue peor que un crimen: fue una equivocación. El biógrafo comenta que “esta ejecución crea alrededor de Bonaparte: vacío, miedo, protesta y odio… (“Fouché. El Genio Tenebroso” Editorial Juventud, pag. 116).

Pertinente el recuento, porque aunque en el mundo de los políticos las reglas son distintas, las malquerencias pasajeras y los rencores caben en una curul. También tienen espacio en un ministerio, se olvidan tras una asesoría o en la concesión de favores para la prole, existen fuegos fatuos, influencias rapaces, capaces de alterar al más sensato de los espíritus.

Es necesario un respiro después de la diatriba y la especulación, de tanta amenaza y tanta alharaca inútil. Se impone rechazar el protagonismo de personajes parecidos a las hienas, carroñeras y cobardes, aptas para espantar a cualquiera con sus aullidos, parecidos a “carcajadas macabras.”

La referencia zoológica remite a las advertencias de Azorín, en “El Político”. Menciona a Maquiavelo cuando exige al príncipe ser león y vulpeja. Conservar del león la fortaleza, de la vulpeja la astucia, la discreción. La dirigencia política debe repasar el texto para recordar la recomendación de ser “impasible ante el ataque y desconfiar del elogio desmedido”.

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