(Esto fue escrito dos días antes del último discurso del presidente Medina).
El mayor impacto económico del corona virus en nuestro país es sobre el enorme aumento en el desempleo, en la cantidad de personas que antes ganaba dinero y, de pronto, esta trancada en su hogar, sin tener con que cubrir sus necesidades básicas.
Afecta el sector formal. Incluyendo a los que trabajaban en hoteles y restaurantes, en zonas francas y centros de llamadas, en comercios e industrias. En el informal sufren los ”chiriperos”, los “cheleros” y los microempresarios, quienes constituyen la mitad de nuestras fuerzas de trabajo.
Para enfrentar este dilema debemos contestar dos preguntas: sin provocar aglomeraciones perjudiciales a la salud, como hacerle llegar dinero a la gente mientras se mantiene confinada y, segundo, de donde saldrá esa gran cantidad de plata.
En el sector formal el gobierno tendrá que prestar recursos a las empresas, a través de la banca, para cubrir parte del costo de las nóminas, garantizando que ese dinero llegue a los obreros y no a los accionistas. Mientras no se trabaje, el sueldo tendrá que ser menor, más cuando no habría gastos de transporte. Las empresas tendrán que comprometerse a pagar a esos empleados manteniéndolos en la nómina y recibiendo los recursos estatales como reembolso.
En el sector informal el Estado puede hacer donaciones adicionales, temporales, a todos los que poseen tarjetas de Solidaridad y a los que están cubiertos por la seguridad social. Los bancos que se dedican exclusivamente a préstamos a microempresarios, unos cuatro, podrían recibir fondos estatales para ser traspasados a esos clientes. El Estado igualmente podría hacer donaciones a las iglesias y a las organizaciones sin fines de lucro para que las transfieran a los pobres.
Recuérdese, además, que las disminuciones en las remesas, resultado, por ejemplo, del cierre de restaurantes y bares en Nueva York, afectaran a muchas familias dominicanas.
Entonces viene la otra gran pregunta: ¿de dónde vendrá tanto dinero? Así como en 1979 y 1998, cuando el país sufrió las devastaciones de huracanes y tormentas, la disciplina monetaria, lamentable, pero temporalmente, tendrá que debilitarse. Lo mismo está ocurriendo en los países ricos, con el aumento en la expansión del crédito de los bancos centrales y los crecientes déficits fiscales. Y es que el mundo enfrenta el equivalente a un estado de guerra. Pero los organismos internacionales, aunque tarde un tiempo, estarán dispuestos a cooperar y modificar sus prácticas. El Tesoro norteamericano, por ejemplo, ya ha firmado varios acuerdos “swap” (cambio de monedas) con países latinoamericanos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya ha recibido más de ochenta solicitudes de ayuda no condicionada y nuevas ventanillas de emergencia se están abriendo en el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial. Los recursos que de esas fuentes recibamos como prestamos deben poder monetizarse, es decir que se puedan emitir pesos para ser utilizados por el gobierno.
Por suerte, existen dos colchones. La extraordinaria baja en el costo del combustible y el carbón, que beneficia nuestra balanza de pagos y reduce el déficit del sector energético y, sobre todo, baja el costo de la gasolina a nuestros usuarios. Como no hay turistas, la comida local que iban a consumir, sobre todo víveres y hortalizas, está disponible para nuestros consumidores encerrados en sus casas y sin empleo, a precios que se presume se reducirán. Hay que hacer todo eso y rápido para evitar disturbios en nuestros barrios, provocados por el desempleo y el hambre.
No es momento de hablar de modificar la Constitución para diferir las elecciones y aprovechar ese momento para auspiciar la reelección. Pero tampoco se debe aprovechar la tragedia para culpar a nuestro gobierno de hechos de los cuales no es responsable. Este está enfrentando la situación siguiendo sabiamente los protocolos internacionales.
Nuestro país enfrento exitosamente a soldados haitianos y españoles en el siglo XIX y a la larga dictadura de Trujillo, la guerra civil de 1965 y las intervenciones norteamericanas de 1916 y 1965, para no mencionar la pandemia de 1918 en la que murieron unos 1,700 dominicanos. Hemos también sobrevivido huracanes. En esta ocasión, unidos, lo lograremos otra vez más.