Hacía cincuenta años que no iba a Japón. Tanto ellos como nosotros hemos cambiado mucho. Ahora cuando me identifiqué como dominicano inmediatamente me hicieron referencia a nuestros peloteros que juegan allá. Somos vistos como el país de los peloteros, no de escritores, políticos o artistas.
Ahora no se ve basura por ningún lugar y el que tiene que tirar algo lo guarda en algún bolsillo hasta encontrar un sitio adecuado para colocarlo. Nadie pasa una luz roja de tráfico. Nos exportan muchas motocicletas, pero allí hay letreros prohibiendo su tránsito por muchas vías. El contraste con nuestro país es, pues, enorme. Además, allí nadie se atreve a discutir con el umpire en un juego de pelota.
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Dado que en mi primera visita hace cincuenta años había percibido mucho antiamericanismo pensé que este persistía. Después de todo ellos fueron vencidos por los americanos en la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima y Nagasaki han sido las únicas ciudades del mundo afectadas por terribles bombas atómicas y ese país fue ocupado por militares norteamericanos encabezados por Douglas MacArthur a partir de 1945. Pero, a diferencia de la ocupación militar de nuestro país de 1916-1924, que enfatizó el crecimiento de los latifundios azucareros y el repago de la deuda externa, en el caso japonés MacArthur promovió una reforma agraria que acabó con los latifundios medievales y también rompió los monopolios de las cuatro grandes empresas comerciales. Esas reformas auspiciaron el gran desarrollo de la post guerra de ese país. La ausencia de antiamericanismo se evidencia cuando desde un vehículo se ven los letreros en los edificios comerciales, pues después de colocarse en letras japonesas el nombre de la empresa, este también aparece en nuestro abecedario y en inglés. Me dijeron que esa práctica daba prestigio a esas empresas. Eso mismo ocurrió en nuestro país y como ejemplo, entre muchos, tenemos a la Santo Domingo Motors.
Esta que fue mi primera visita a Nagasaki e Hiroshima me conmovió. Aunque inmediatamente y poco después, debido a cánceres y leucemias, fallecieron unas 340,000 personas, víctimas de las dos bombas atómicas, allí tampoco se evidencia antiamericanismo. Más bien se enfatiza el “nunca más” pidiéndole al mundo que no sucedan estas catástrofes de nuevo. Los visitantes tocamos una campana oriental, de esas que suenan utilizando un madero, y que emite un sonido triste, al tiempo que entonamos “nunca más”. Pero, personalmente estoy pesimista pues nueve países cuentan ya con la capacidad de producir bombas de ese tipo, entre ellas la del dictador de Corea del Norte, apodado “rocket man”, la Rusia de Putin, quien ha insinuado en por lo menos una ocasión el uso de la energía nuclear para enfrentar a Ucrania. También Israel, aunque no lo admite públicamente, tiene capacidad nuclear y por lo menos uno de los miembros de su gabinete de guerra ha insinuado utilizarla para enfrentar a Hamas. Pakistán y su rival la India, ambas poseen esa capacidad. Para no mencionar a Estados Unidos, Francia y Reino Unido. En América Latina hasta ahora no existe esa capacidad de hacer daño. Pero cada vez que se insinúa un aumento en conflictos bélicos, ya sea Ucrania o Israel, sube nuestro costo del petróleo. Es como una “irradiación” bélica que nos afecta mucho.
Y yo me pregunto si el deterioro ecológico de nuestro continente no representa ya un peligro casi igual. Nuestras playas y nuestro régimen de lluvias ya están indicando la seriedad de este problema. Guerra nuclear y/o deterioro ecológico, son las tristes perspectivas de nuestra generación y de la del futuro.