Retos de la política exterior

Retos de la política exterior

POR MARIA ELENA MUÑOZ
Si bien es cierto, como lo señalamos en nuestra primera entrega, que el primer reto de nuestra política exterior para adecuarse a los nuevos tiempos, se sintetiza en el derrumbamiento de las barreras que han venido impidiendo nuestra entrada al comercio internacional, impuestas por España, en función de la política monopolista, cerrada y excluyente, que diseñó esa metrópoli a contrapelo de las demandas expansionistas que imponía el colonialismo, el nuevo orden surgido de la epopeya descubridora de 1492; también lo es, que de esta premisa original emana la lógica del segundo desafío, ligada a la necesidad de la inserción de nuestro aparato productivo a la dinámica integracionista que exigen las estrategias globalizantes del neoliberalismo, el nuevo modelo de dominación mundial.

Para lograr tal objetivo hay que ponderar otra premisa, que es la de asumir el cambio cualitativo que se ha producido en la comunidad internacional con el surgimiento de otra diplomacia que no es aquella que resolvió las contradicciones entre España y las otras potencias rivales que le disputaban su imperio de ultramar. Dicha diplomacia surgida del Congreso de Westfalia en 1648, haría que los estados beligerantes (salvo España, contra quien iba dirigida) en el marco colonial, adoptaría fórmulas de transacción, participación y repartición de los nuevos espacios territoriales y marítimos abiertos a la modernidad por los eventos de 1492, así como de sus influencias hegemónicas respectivas.

Se asistía al nacimiento de la diplomacia política, la que iba a responder a las necesidades expansivas de aquel mundo que por primera vez se globalizaba. La diferencia con la coyuntura internacional actual de características similares, estriba en que la diplomacia coherente con el nuevo orden es la economía. Ahora los enfrentamientos entre las grandes potencias no están determinadas por el predominio en determinadas áreas geopolíticas mundiales, tal como se estilaba en aquel universo antagónico bipolar, surgido de la Segunda Guerra; sino que las luchas se establecen por el control de zonas estratégicas poseedoras de recursos vitales como la consolidación y mantenimiento de los poderes hegemónicos. Para muestra basta un botón: La guerra en Irak que ha generado pugnas feroces no sólo entre los árabes y los EUA, sino entre las mismas potencias que integran el G8, debilitando el frente occidental, no se produjo por un pretexto ya ampliamente desahuciado por su falsedad, como aquel, de la posesión de armas de destrucción masiva, entre otros tantos que ahora enarbolan los agresores, por el control de un área de importancia capital, poseedora del mayor porcentaje a nivel mundial, de pozos de petróleo, de ese oro liquido, motor impulsor de la economía contemporánea.

De aquí se deduce, que en el marco de la postguerra fría, a la geopolítica de las ideológias se ha superpuesto, lo que algunos expertos llaman, la geopolítica del petróleo. De esta aseveración se desprende que las estrategias de globalización actuales responden a los valores del mercado, no a los políticos, basadas en la apertura, pero también en la competitividad. Importantísima reflexión, pues a la hora de enfrentar nuestro segundo reto, aquel citado de nuestra introducción en la economía mundial, debemos partir de la opción de progreso que retomamos aquí, pues ella recoge la anunciada propuesta del Sumo Pontífice, sobre la necesidad de rechazar las estrategias y ofertas competitivas del capitalismo salvaje, para acoger las del capitalismo humanista, que como su nombre lo indica, estaría al servicio del hombre y por tanto del interés de los pueblos.

Llegamos aquí a un punto álgido relacionado con esta cuestión, como es la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC), con los EUA. Este Proyecto que ha creado un estremecimiento telúrico en nuestra sociedad, porque de la manera que ha sido negociado responde más a los intereses del citado neoliberalismo salvaje, que al humanista. Porque si bien es cierto que serían los sectores productivos nacionales, los más perjudicados con dicho convenio, a la postre también afectaría negativamente a nuestra economía y por ende al país. Es por tal razón que más de medio centenar de gremios de la economía agroexportadora, como son entre otros los porcicultores, avicultores, productores de arroz, de leche, los agropecuarios, ect., han demandaron al Gobierno a que procediera a detener el proceso de firma del citado acuerdo, porque consideran que en un plazo no menor de doce años, el país perdería la soberanía alimentaria, con la desaparición de casi todos los productores».

Tales criterios, según sostienen sus voceros, están avalados entre otras razones de peso, «por la falta de reciprocidad en el trato, ya que establece el desmonte arancelario para los dominicanos y para los de EUA., no específica la eliminación de los subsidios. Aunque no somos expertos en esta materia, sin embargo, nosotros creemos interpretar, que el problema más grave estriba, en que los productos del mercado norteamericano podrán entrar al dominicano, sin los gravámenes aduaneros correspondientes, aparte de que los mismos están subsidiados por el gran país del norte, y los nuestros no lo que a simple vista plantea una competencia desleal para los segundos. Por ejemplo, cuando un compatriota nuestro vaya a comprar una compota para su bebé, o un muslo de pollo entre otros productos de la dieta dominicana y otros usos, como no pagan aranceles y están subvencionados, y por tanto estarán más baratos, preferirá obviamente la de factura extranjera que la criolla. De otra parte, con el azúcar. Uno de los renglones nativo que históricamente en este contexto ha sido la espina dorsal de nuestra economía, se plantea un problema similar, porque si aceptamos que entre al país, los azúcares de maíz, y de remolacha desde el norte, sin pagar aranceles aduaneros, la nuestra de caña ya no formaría parte de la demanda. Fue por esa razón, que como señala otro representante de los gremios citados, aquí «no hubo suficiente claridad de parte de los negociadores de ambos países, ya que luego de informar que el azúcar no entraría en el texto, aparece en el tratado que se firmaría en el mes próximo..

Como puede apreciarse, estamos ante una problemática con derivaciones verdaderamente funestas y yo me atrevería agregar sin pecar de exagerada; apocalípticas. Porque aparte de las que vaticinan los voceros de los sindicatos de productores mencionados, como es la pérdida de la soberanía alimentaria, que es aquella que nos conduciría a transformarnos en gran medida, de un país exportador a un importador, agudizando nuestra dependencia; lo que ya de por sí es una catástrofe. La que podría magnificarse, si nos vemos en el espejo, de aquella errada diplomacia metropolitana, que nos llevó a la castración política de la isla, antes analizada. Por tanto, estaríamos reiterando un error histórico, aunque en el sentido inverso, vía la reunificación de la misma, al estilo del Tratado de Basilea, algo que ya ha sido debatido, incluso desde ópticas demagógicas, en el marco de otras coyunturas políticas.

Sin embargo, estos vaticinios que hacemos ahora, no emanan de una mente enfebrecida por el fanatismo político, sino del análisis objetivo que hemos venido haciendo aquí, el cual ha partido de un lado, de hechos históricos irrebatibles, enriquecidos por indicadores de esos que la sociología política identifica y extrae de la realidad nacional, de textura incuestionable: nos referimos entre otros no menos angustiantes, a la grave crisis económica que afecta el país, causante de una inflación y de una devaluación de la moneda, que ha disparado los precios de la canasta familiar, la gasolina y otros derivados del petróleo, como el gas licuado. A estos se agrega la amenaza antipopular de la reforma fiscal, así como la tragedia energética que nos remonta a la inamovilidad sombría de la España Boba», con perfiles más dramáticos: porque anuncian la desaparición de la clase media, que para aquel tiempo prácticamente no existía, el cual constituye el sector motorizador de la dinámica económica de los pueblos.

Sobre este andamiaje de involución histórica, ahora se pretende añadir el exterminio de los sectores productivos nacionales; estamos sin remedio ante un país que pronto podrá estar en una situación de extrema pobreza o por debajo de ella, con instituciones políticas y económicas en crisis permanente, generadoras de la sociedad, causantes de un subdesarrollo rampante; o sea todo lo que conduce, al decir de los analistas, a un Estado colapsado, tipo Haití.

Entonces, frente al realismo aplastante de estas situaciones, ya no hay necesidad de borrar la vieja frontera de Aranjuez, ni tampoco enfrentar las amenazas unificadoras de la migración haitiana ni de los supuestos proyectos enajenantes de los poderes hegemónicos. Si no reaccionamos como pueblo poniendo en movimiento las fuerzas vivas de la nación, ellas podrían materializarse por si solas en el espacio aterrador de un «bobarismo» social decadente y de un «laissez-faire» institucional, desnacionalizante, que cada día nos iguala y nos acerca más al país vecino. Todo esto, gracias a la corrupción administrativa, las erradas políticas económicas nacionales e internacionales y probablemente de la resaca de un afán continuista, que frustró el voto popular y la ágil diligencia de antiguos aliados extranjeros en una sorprendente, insospechada e incisiva posición de repliegue. Continuaremos en otro trabajo, con estos temas.

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