Retos de la política exterior

Retos de la política exterior

MARIA ELENA MUÑOZ
Como pudimos observar en la entrega anterior (Ver «Hoy» 9/8/2004, Sección 1ra. Pág.22), a pesar de que reputados economistas y otros expertos en la materia, así como los sectores más  representativos de la actividad productiva agroexportadora dominicana, que son los afectados directos por el Tratado de Libre Comercio (TLC), alertaron inútil e insistentemente sobre las funestas consecuencias que para el interés nacional, podría tener la firma del mismo, tal hecho fue consumado el día 5 del recién pasado mes de agosto.

Entre las derivaciones más contundente y catastrófica aquellos grupos señalan la pérdida de la soberanía alimentaria, porque tiende- interpretábamos nosotros- la agudización de nuestra dependencia, transformándonos de un país exportador a un importador. De ser así agregábamos, tal situación podría crear las condiciones para la transformación de nuestro aparato productivo, en una economía de servicios, en adecuación a las estrategias del nuevo orden, dedicado fundamentalmente al turismo, zonas francas, etc. Fue por tales razones, que estas últimas resultaran altamente favorecidas en el Acuerdo citado, al decir de calificados voceros de los gremios de productores, como el Sr. Cesáreo Contreras, en importantes declaraciones a los medios de comunicación locales.

Sin embargo, altos y destacados voceros tanto del pasado como del actual Gobierno, sostienen un criterio contrario a los privados arriba expuestos, ya que para los oficialistas, la proliferación de zonas francas en nuestro país al estilo de un Taiwán o un Honk Kong, tendría más beneficios que desventajas, porque tales empresas, serían una fuente generadora de empleos, lo que disminuiría tensiones en el mercado laboral interno. En este contexto el conocimiento que tenemos sobre la cuestión dominico-haitiana, moldea nuestra opinión en el sentido, de que las citadas ventajas que pueda aportar el TLC, tendrían una aplicación más racional, efectiva y estabilizadora en materia laboral y conexas en Haití, que en Dominicana. Pues el subdesarrollo crónico del vecino país, con su tierra depredada y estéril, donde no crece ni la esperanza; su carencia total de industrias o cualquier otra actividad densamente productiva; la hacen el candidato más idóneo para la implantación de la mencionada economía neoliberal, en base a servicios.

Pero en la parte este de la isla, la cuestión devendría diferente, contrastable, impredecible, comenzando porque los sectores productivos afectados tienen una larga trayectoria de luchas históricas, comenzando por la librada en los orígenes de nuestra nacionalidad. Recordemos que fue del seno de la pequeña burguesía tabaquera cibaeña, seguida por la comerciante, de donde emanaron las ideas emancipadoras, materializadas luego en el Proyecto nacional de Duarte y los trinitarios, en 1844. Porque ellos desde los inicios de esa centuria entendieron que era en el marco independentista donde sus intereses de clase podían realizarse, ya que en el colonial estaban totalmente frenados desde 1503, con la prohibición metropolitana del intercambio comercial, impuesto por la antes analizada política monopolista española.

Fue bajo esta convicción que estos sectores participaron en los combates libertarios de la Guerra Restauradora de 1861 – gesta que conmemoramos el día 16 del pasado agosto- los cuales reiteraron en todo el acontecer republicano, cada vez que sus intereses han estado amenazados, como fue por ejemplo, la Revolución de 1857 en el Cibao cuando los tabaqueros se vieron al borde de la quiebra con la errada política económica de Báez. Esta se basó en la emisión masiva de papeletas-el dinero inorgánico de entonces- con el cual le eran compradas sus cosechas, incluso por el incumbente del citado Gobierno… Estos grupos también participaron activamente en los magnicidios más relevantes de nuestra historia como fue el de Ulises Hereaux (Lilis), régimen en que se dio inicio a la penetración del capital norteamericano aquí en detrimento del europeo y el nacional, lo mismo que en el de Mon Cáceres, y ni hablar del rol jugado por estos en el de factor más reciente como el del Glmo. Trujillo, donde cayeron entre otros ilustre cibaeños, como un Antonio de la Maza, un Tunti Cáceres, ambos originarios de la levantisca Moca.

De ahí se deduce que en la peligrosa coyuntura de posibilidades de desaparición de dichos sectores, creada por el citado TLC, que emula aquella de la fábula del tiburón y la sardina; se puede vaticinar sin temor a equivocarnos, que los mismos no se quedarán de manos cruzadas. Ninguna clase se suicida. Entonces la estabilización que traigan las zonas francas en un sector de la economía criolla, crearía una desestabilización mayor tal la política y social, algo a tener en cuenta, especialmente a la hora de la implementación y aplicación de soluciones.

En este contexto, nosotros planteamos aquí una propuesta nada conflictiva, porque es la más realista, en tanto la más coherente con el desarrollo histórico de nuestro país. Nos referimos a la que induce a seguir usando de modelo la distribución geográfica que desde los tiempos coloniales -con las variantes propias de su evolución- ha tenido nuestra actividad productiva. En el norte esta se basaba en el cultivo del tabaco, café y cacao, mientras que en el sur en el corte y comercialización de la madera. Estos renglones básicos conformaban la economía agroexportadora que junto a la hatera en el este, completaban la infraestructura económica dominicana hasta 1879, fecha en que ese equilibrio regionalista será roto por varios sucesos.

En primer lugar, el surgimiento de la industria azucarera moderna, que se establecerá al lado de la ganadera ahí en el este, con el capital cubano que emigró a causa de la guerra independentista que se libraba en la «Perla de las Antillas Más adelante la actividad maderera iría languideciendo en ese sur profundo, entre otras razones por el problema de la deforestación, quedando aquella región a expensas de una tierra estéril, solo proclive a esa promiscuidad irreverente de guazábaras y cactus, poco propensa al laborantismo fructífero; a imagen y semejanza del vecino inmediato, Haití. Es en la aridez espinosa de este paisaje donde puede aplicarse nuestra propuesta: porque aquí caben perfectamente todas las zonas francas que soporte este espacio insular, lo que contribuye a resolver el desempleo al igual que en el oeste de la isla, activando la dinámica productiva de una área cubierta secularmente por breñales y olvido. De aquí que esta taiwanización parcial de la isla, sería positiva y no destructiva, como sucedería con la desarticulación de los demás renglones básicos de nuestra citada economía agroexportadora.

Como pudimos observar nuestra propuesta trata de conciliar los intereses en pugna, que es una de las virtudes de la diplomacia. En primer lugar porque complace a los que defienden el citado Acuerdo con el TLC, en cuanto a las bondades de las zonas francas como es por ejemplo la generación de empleos en regiones deprimidas económicamente como el sur, y al limitar su establecimiento a una sola área, tiende a suavizar las tensiones que en el seno de los sindicatos textileros norteamericanos crea el desempleo originado por la importación masiva de las mismas.

Finalmente, también defiende a los sectores productivos criollos, afectados negativamente por dicho convenio, al presentar una solución que satisface sus demandas de revisión y renegociación del mismo; la cual constituye el reto prioritario y urgente de nuestra política exterior. Ambas demandas, por lo demás  factibles, porque no entran en contradicción ni con la legislación interna ni la externa, o sea con el Derecho Internacional; como lo apreciaremos en nuestra próxima entrega.

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