Cuando observamos el territorio del país y vemos, escuchamos y leemos las informaciones que nos traen los medios de comunicación social, nos preguntamos cuáles son las prioridades del Gobierno y de la sociedad en general.
No se trata, nos parece, una pregunta medalaganaria ni de intención político-partidaria, sino un razonamiento derivado de la cuantía de los problemas y los énfasis gubernamentales y sociales. El razonamiento crece, incluso, cuando miramos las partidas presupuestarias asignadas para la inversión y el gasto operativo.
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El campo, nuestra fuente de los imprescindibles alimentos agropecuarios, está cargado de problemas grandes, medianos y pequeños. Problemas que, puede comprobarse, se alargan en el tiempo y se hacen más voluminosos y de compleja solución.
Es una pena que todavía campesinos tengan que marchar en reclamo de una bomba de agua para mojar sus predios, o para el arreglo de los caminos vecinales imprescindibles para el transporte de lo producido.
Tanta es la responsabilidad que tiene el campo para alimentar la población local, a los millones de turistas que nos visitan cada año y a los que de fuera nos compran, que debe ser un sector de máxima atención oficial.
Y qué decir de la Educación, sobre todo de las condiciones de los planteles que albergan a más de dos millones de muchachos y muchachas que están formándose para el servicio familiar y social. En estas escuelas no debe faltar nada, absolutamente nada.
Otros problemas, de todos los tamaños, se ven en los centros de salud, sector que debe ser, siempre, una prioridad de primer orden.