Revivamos sus principios

Revivamos sus principios

Juan Pablo Duarte, que nació un día como hoy de 1813, apegó sus actos a principios éticos y concepciones de moralidad tan firmes, que le permitieron forjar una nacionalidad para un país que estaba, en su momento, subyugado por una fuerza extranjera. El nombre República Dominicana y la nacionalidad implícita, son el resultado de ese estilo de proceder tan escaso en estos tiempos. Y su prédica para que en primer orden los dominicanos fueran justos, contrasta en estos tiempos con la desigualdad prohijada por el laborantismo político y el excesivo afán de lucro. Hay en estos tiempos una falta de moralidad tan acentuada, que lo mal hecho o mal habido no avergüenza a quienes prefieren lo cuantitativo sobre lo cualitativo.

Nuestra reflexión para este día debería estar basada en la necesidad de llenar el vacío de principios y de ética que se ha adueñado de nuestra sociedad. Males como los vicios, el crimen, la corrupción, la falta de ética, el saqueo del Estado y el ejercicio político como negocio, entre otros, desnudan a una sociedad que necesita urgentemente revivir e imitar los principios en que basó sus actos el patricio cuyo aniversario celebramos hoy. Empecemos por restaurar la moralidad en todos los órdenes y hacer valer los derechos inalienables de la familia. En base a principios, Duarte construyó toda una nación. Revivamos sus ideales y trabajemos para continuar su proyecto de nación.

La deuda lastra las finanzas

Entre 24 capítulos, pocos reciben completos los porcentajes del Presupuesto General del Estado que les asignan 24 leyes especiales. La educación empezó en 2013 a recibir el 4% del PIB (16% del Presupuesto), como estipula la Ley General de Educación. En cambio, el Poder Judicial, los ayuntamientos y otras cuentas jamás reciben completas las partidas que les otorgan las leyes.

No hay que hacer un ejercicio muy profundo para caer en la cuenta de que este incumplimiento se debe, en muy gran medida, a las limitaciones financieras que le impone al Estado el pago de intereses y capital del gran endeudamiento, interno y externo, que tiene el país. Esta situación plantea la necesidad de ponerle techos más bajos a lo que se da por llamar capacidad de endeudamiento, que hasta donde ha quedado demostrado no es más que un pesado lastre para la capacidad de maniobra del Estado.

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