Revolución del mantenimiento

Revolución del mantenimiento

En una ocasión memorable, Rafael Herrera Cabral, el periodista más extraordinario que ha producido el país, se refirió a la trascendencia que implica el mantenimiento de las obras públicas, construidas con los recursos del contribuyente, que es el pueblo.

El día 15 del presente mes, El Nacional insertó en su portada una gráfica que muestra los aprestos por restaurar la Plaza de la Bandera, devenida en el bochorno de una ruina, frente al ministerio de las Fuerzas Armadas, que obviaron el desastre, y Efemérides Patrias, conducidas por un historiador académico, que tampoco percibió el deterioro.

En condiciones similares se observa la llamada autopista Duarte, una secuencia de hoyos de 156 kilómetros, sin que el competente titular de Obras Públicas, sobrino de mi querida desaparecida Clara Díaz, proceda a su gradual restauración, sin percibir en años ni un cubo de bacheo.

Esa condición de ruina se denunció reciente con el hospital  de Azua, donado por el gobierno de la República de China en Taiwán, sin que el titular de Salud Pública precediera en consecuencia.

Esa secuencia demuestra de manera inequívoca que el propósito del mantenimiento es obsoleto, porque el interés fundamental se orienta en permitir que las obras se deterioren por completo, porque así resulta más óptimo para los que no le duelen los recursos del contribuyente y sí sus particulares intereses.

Debido a que el presidente Leonel Fernández se moviliza en sus recorridos por el país desde un helicóptero, no percibe  el deterioro de las obras públicas, la autopista Duarte una de ellas, pero que repercute en su administración de manera negativa.

En año electoral como es el presente, la revolución del mantenimiento adquiere una importancia mayúscula, de manera directa a quienes pretenden proseguir a horcajadas del poder.

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