Revolución en el Manicomio: el gobierno de los locos en “Trementina, clerén y Bongó”, de Julio González Herrera

Revolución en  el Manicomio:  el gobierno de  los locos en “Trementina, clerén y Bongó”, de Julio González Herrera

Lo que hace trascendente la escritura de Julio González Herrera en “Trementina, clerén y Bongó” (1943), además de la denuncia de la situación carcelaria en que se encuentran los pacientes de salud mental, es que su discurso crea una desestabilización del decir del poder encarnado en la figura omnímoda del generalísimo Rafael L. Trujillo. González Herrera construye un contra-discurso dentro de la misma ciudad letrada trujillista y lo hace a través de los símbolos y las figuras literarias. En primer lugar, la refiguración del Manicomio Modelo desata una crítica a la modernización trujillista, que se había afanado en modernizarlo todo. Pero de forma muy especial la salud. Con la creación del moderno Hospital Marión, para los militares, y otras instalaciones que vendrían a beneficiar el ramo de la salud. El antiguo campamento de los marines estadounidenses en Nigua (Zaglul) había sido transformado en el nuevo hospital psiquiátrico que sustituía al Manicomio de la calle Del Estudio, hoy Hostos, que por muchos años y mediante una racionalizada administración habían mantenido los interventores en el Padre Billini entre 1916-1924, sin que se lograra una mejoría de sus instalaciones (Báez, 1922). En segundo lugar, en “Trementina, clerén y bongó” podemos encontrar un nuevo salto al concepto de revolución. Los jóvenes del Palladium habían usado el concepto de Renovación y así aparece en la novela “Juan mientras la ciudad crecía” (1960). Parecería que el régimen trujillista quería terminar con el concepto de revolución y particularizarlo en el de las revoluciones levantiscas de Concho Primo. Esta es la noción que sobre el término usa Juan Bosch en “La Mañosa”, la novela de las revoluciones. Trujillo venía a ser el caudillo que terminó con todas las revoluciones. Sin embargo, la novela de González Herrera nos trae una nueva revolución, la de los locos. ¿Cómo fue leída esta apuesta en la ciudad letrada trujillista? No parece que cayera muy bien. Zaglul dice que no conoció la novela, no la leyó, nunca la vio. Se vendió como pan caliente para luego desaparecer de la vista de todos. Habría que investigar si la edición fue recogida. A la posibilidad de una censura posterior apunta el hecho de que luego de salir del manicomio, el autor volviera a montarse en el tren del trujillismo, sin cuya ruta no podía sobrevivir nadie dentro de la ciudad de los cuerdos, la normalidad de nuestra política isleña. El capítulo XVI está encabezado por la palabra «Revolución», y a pesar de que González Herrera muestra que era un autor de distintas lecturas, no se asemeja en su discurso haberse adscrito a ninguna teoría política más allá del concepto corriente de democracia. Es bueno anotar que hay referencias al período de la Guerra Mundial y a la figura de Hitler. Lo primero que salta a la vita es la pretendida exclusión de las mujeres. Un personaje propone que sean excluidas de la revolución. Fomentando la teoría antigua de que la política es la acción de lo público y le corresponde al hombre, mientras las cosas del Hogar corresponden al espacio privado, es decir, a las mujeres (Aristóteles, Política). El personaje Goyita reproduce, a su vez, los prejuicios masculinos porque le reclama participar en la conspiración desde una postura varonil, no como una inclusión de lo femenino en la polis. Alfredo, el líder de la conspiración acepta la participación de la mujer, sin realizar ninguna teorización del asunto.
De tal manera que la rebelión de los locos no muestra un cambio hacia las mujeres, como no se puede leer en el rapto de la estadounidense Charlotte. La teoría de revolución que se maneja es la inversión del poder. Que los locos hagan justicia, que tomen el control del manicomio para: «establecer un gobierno justo y beneficioso para la comunidad» (146). Llama la atención que, al ser proclamado, se llame a Rodolfo “jefe”, apelativo que la sociedad daba por antonomasia a Trujillo. Si en mi casa Trujillo es un Jefe, en el manicomio existe otro jefe, Rodolfo, que compite simbólicamente con el jefe de toda la isla La Española. Por lo tanto, el gobierno de los locos y el gobierno de los normales están regidos por la misma figura. Pero no hay una representación militar del grupo. Y sus acciones se mantienen dentro del orden del relato, sin apelar mucho a la simbólica del contexto político de los lectores en mímesis III (Ricoeur). Es significativa la advertencia de un loco a Rodolfo: «no te vayas a volver loco, ahora que eres jefe», “porque no sé qué nos haríamos sin ti». Esto lo dice el asistente de Rodolfo, Rafaelito. La política despliega una razón, la razón de Estado, una locura que se da al poseer el poder. Y esto es lo que trata de evitar Rafaelito. El gobierno de Rodolfo se organiza entonces desde la razón, contra los maltratos del sistema correccional, carcelario impuesto a los irracionales dementes, que simbolizan el estado de cosa en la República. Los médicos que buscaban la modernidad de la medicina aparecen en la obra de González Herrera como los agentes del progreso, aquellos que quieren cambiar la vida a través de la ciencia médica, sin cuestionar, como lo hace el doctor Romano; la situación social de los sujetos sometidos al poder debido a su locura, como a aquellos que se les ingresa al manicomio por otras circunstancias. Médicos y abogados son entonces los letrados y científicos que actúan a favor de mantener la dictadura de Romano y la de Trujillo, lo que es extensivo al Gobierno de Trujillo, la reconfiguración, mímesis III, de la obra. «Despreocupados (los médicos), ninguno pudo imaginar que cerebros de dementes pudieran concebir otra cosa que no fuera comer y dormir»(151). Los médicos fueron sometidos al mismo trato que les dieron a sus pacientes. Aquí funciona la acción vengativa. Ahora bien, el gobierno de Rodolfo habría que analizarlo por sus propias disposiciones y acciones. La primera aspiración era que pudieran gozar de una libertad completa. Con la salvedad que era imposible dejar afuera a algunos por su estado mental; porque les podían hacer daño a otros o porque podían infringirse daño a sí mismos. Otro asunto que aparece en la trama es el de la tierra. Volver al campo; que cada uno recibiera un pedazo de tierra. Y, en consecuencia, se reparte la tierra y se aclama de nuevo al jefe Rodolfo. Con esta acción hacen funcionar el proyecto campesino. La vuelta a la tierra demuestra que ni en la locura el dominicano ha sido enemigo de la tierra. Sino que esta es parte de su utopía… Pero la situación del gobierno de Rodolfo se complica. Su república irracional montada en la racionalidad de la justicia y el bien colectivo abre el horizonte a una lectura metafórica del país. Entonces, la isla La Española y la pequeña isla del Manicomio Modelo, tienen un mismo problema: Trujillo. Otro problema es el de sus intelectuales: la presencia de los haitianos en el manicomio. El clerén y el bongó van a simbolizar esa presencia como aguardiente, como música, como etnia, como cultura y en todos estos sentidos aparecen referidos los discursos de la intelectualidad trujillista sobre Haití. La lucha por el espacio, el choque cultural, la diferencia de religión, sus distintas maneras de ver el mundo vectorizan el discurso que los intelectuales trujillistas esgrimieron contra Haití. La novela de González Herrera permite una lectura en paralelo de los dos cronotopos, que muchas veces en la ideología se transforman en uno. Tal vez lo bueno del gobierno de Rodolfo como una administración racional contra la razón científica es la justicia y que no existía un panóptico, aunque el poder siempre guarda su propia identidad.

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