Revolución en el paraíso, Diógenes Céspedes, la crítica literaria y cultural

Revolución en el paraíso, Diógenes Céspedes, la crítica literaria y cultural

Debe situarse a Diógenes Céspedes dentro de los escasos ensayistas dominicanos que han realizado una incesante crítica literaria y cultural. Y más que eso un ejercicio de criterio que tiene el poder de haber cambiado la forma en que leemos en la República Dominicana. Cuando dio a la estampa su libro “Escritos críticos” (1976) golpeaba con el mazo la atribulada historia de la literatura que nos venía de Abigaíl Mejía, Max Henríquez Ureña y Joaquín Balaguer. También abrió senderos nuevos a la crítica cultural como nunca se había realizado en la República Dominicana.

Atrás había quedado el recetario de nombres y obras, el paralelismo entre la historia y la literatura que transpiraba un historicismo heredero de Jules Michelet; atrás quedaba el impresionismo de la crítica de uno de los fundadores de “Cuadernos Dominicanos de Cultura”, Pedro Contín Aybar que, exceptuando la participación de los españoles del éxodo, dejan incólumes los principios literarios del siglo XIX. Pocos dominicanos estudiaron literatura en el extranjero durante la dictadura. Fernández Spencer es tal vez el último que influyó en las nuevas generaciones.

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Su ejercicio crítico también estaba cruzado por el inmovilismo que impusieron la Guerra Civil y la dictadura de Franco a los estudios literarios españoles que, con algunas excepciones, como las de Damaso Alonso y Carlos Bousoño, escaparon de la tradicional filología románica. Los aires de renovación en los estudios literarios que se iniciaron en la Rusia de los años 1920, que continuaron en Praga y se afianzaron en París a fines de la década del 1950, que dieron el giro al estudio de los textos literarios teniendo como modelo a la lingüística, se proyectaron en la República Dominicana ocupada en ese interregno por la dictadura de Trujillo.

El historicismo, el impresionismo, los métodos estilísticos y toda la tradición clásica de los estudios literarios permanecieron en los liceos y universidades. Las tradiciones literarias y el canon de la literatura se mantuvieron de generación en generación. El martillo destructor de Diógenes Céspedes trajo como el rayo, luego de su primera estadía en Besanzón, Francia (1968-1972) el método del análisis semiótico. Salido de la escuela de periodismo, Céspedes publicó sus artículos en la prensa y, poco a poco, se fue haciendo un nombre, amado y criticado.

Luego con su segunda estadía en Francia (1977-1980), Céspedes atrae al país no solo las ideas de “Tel Quel”, afianzando las teorías del Nouveau roman que ya se habían difundido en los sesenta (Carlos Esteban Deive, “Tendencias de la novela contemporánea”, 1963), sino también el giro lingüístico con el estructuralismo y luego la crítica al estructuralismo y a distintas maneras de hacer crítica, con el método de la Poética de Henri Meschonnic, con quien realiza su doctorado, luego de estudiar con Álgidas Julius Greimas y ser aceptado en un seminario de Roland Barthes. Céspedes demuestra un interés constante por la formación y la búsqueda de un método de estudio literario que sea crítica de la sociedad, la historia y la política. Un método que viene a ser un problema para la estrategia de dominación, porque es además una teoría y es una práctica del sujeto.

Se destaca, además por la divulgación de nuevas ideas sobre la crítica literaria, por sus investigaciones, que han sido copiosas y por las que le debemos diversos esclarecimientos. Su obra “Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX” (1985) es un libro cimero porque es un estudio metódico de la relación de la poesía, la historia y el poder en la República Dominicana. También lo es por ser un estudio de archivos y por el sacudión que le dio a la visión inamovible del canon y los discursos literarios dominicanos. En ese sentido, el autor nos ha dado otras obras. Más allá del estudio “Seis ensayos sobre poética latinoamericana” (1983), se destacan sus obras sobre el discurso literario en América Latina y España; sus trabajos sobre autores poco estudiados de nuestro país, como Vigil Díaz, Franklin Mieses Burgos, Lacay Polanco… Salomé Ureña.

Los estudios literarios de Céspedes se diversifican con la publicación de “Estudios de literatura, cultura e ideologías” (1983), el en que calas en los estudios poéticos, culturales y del discurso aplicando las teorías de la poética de Henri Meschonnic. Resalto este libro por la variedad de textos trabajados y por la trabazón entre historia, poder y poética que realiza con distintos autores. Algunos en plena producción, como José Enrique García, García Bidó, Freddy Gatón Arce, Pedro Vergés y Efraím Castillo. Entiendo que este libro es fundamental en su escritura crítica y que abre más las puertas a nuestro entendimiento de la literatura.

El poder epistémico del método de Céspedes se desplaza a la cultura, cambiando la filología por una visión sociológica y política que le permiten realizar una crítica radical del signo, de la literatura como signo y de las estrategias políticas detrás del sentido. Su “Ideas filosóficas, discurso sindical y mitos cotidianos en Santo Domingo” (1984), dan el primer paso, con su ensayo sobre Sánchez Lustrino, a realizar un programa que hace un balance de la situación de la cultura dominicana…

Hay que destacar los caminos que abrió su estudio sobre el arielismo; puntal que siguen los estudios culturalistas dominicanos contemporáneos. Ensayo que primero apareció en la revista “Cuadernos de poética” en la que Céspedes orientó a un círculo de jóvenes críticos literarios. Y realizó una gran labor de difusión de la obra de Henri Meschonnic. Otras investigaciones de Céspedes destacables como “El sujeto dominicano” (2011), tema de estudio introducido por él en el país, muestran una hondura epistémica sobre la dominicanidad.

Sus ensayos sobre autores latinoamericanos, como Roa Bastos, Octavio Paz y Rubén Darío, manifiestan ese hacer constante que ha llenado las últimas décadas en la literatura y la cultura dominicanas. Céspedes ha abierto nuevas formas de leer, pensar y entendernos. Dialogante, poco complaciente con las ideas, como es, ha construido una obra que, solo debido al ruido de la civilización del espectáculo que vivimos, puede ser soslayada. Su ética ha sido la conversación constante con el otro; verticales son las ideas suyas que no siempre tienen todo de su lado. Pero que poseen, no cabe dudarlo, aquello que tienen que poseer: la incólume fortaleza de razón y propósito; la crítica radical del signo de nuestra historia, de la política y de la sociedad.

El sujeto dominicano está escindido en distintas prácticas, porque es el hombre lo que hace. Y su decir es el producto de su reflexión constante o de su repetición de las ideas de su época. Para Diógenes Céspedes este sujeto debe encontrarse y en lugar de permanecer dormido, debe despertar hacia los grandes retos de la vida sin enajenarse y saber que toda idea debe ser sometida al fuego del criterio; crítica vertical desde sus fundamentos, crítica radical con sus principios contra las ideologías y los mitos de nuestro tiempo. Crítica que se mira despierta, que rompe con el pasado y se sabe también parte del proceso de pensarnos.

Con Céspedes la crítica ha regresado al texto, como la inaugurara Federico García Godoy. Ha caminado por los caminos de América, España y del Caribe. Ha sido tajante en sus ideas y en sus principios. Podrá objetarse el método. Pero no se le puede reprobar por improductiva, destemplada y sin fines. Y ahí reside, sin lugar a duda, su importancia.