Riesgos y recompensas de la “Edad de Oro”
de la economía mundial

Riesgos y recompensas de la “Edad de Oro”<BR>de la economía mundial

POR MARTIN WOLF
La posteridad mirará los resultados económicos que ahora estamos viendo como una “Edad de Oro”. También sabrá, aunque nosotros no, cuánto duró esta era. Eso dependerá de las decisiones que se tomen ahora, Un periodo como este ofrece oportunidades. La posteridad culpará a aquellos que no lograron aprovecharlas.

Hasta el Fondo Monetario Internacional fue asombrosamente optimista  sobre la robustez del crecimiento esencial en su último Panorama Económico Mundial. ¿Debe ese optimismo hacer a uno más confiado sobre el futuro? Probablemente, no. De todas formas, el argumento del FMI es, al menos, plausible: la economía mundial está disfrutando de un periodo asombroso de crecimiento ampliamente compartido. En verdad, medido por el poder adquisitivo, el mundo está en un periodo de expansión económica sin par desde los comienzos de los años de 1970. Lo más importante de todo es que a cada región de la economía mundial le está yendo bien.

En 2006, por ejemplo, la economía mundial se expandió en 5.4%. Las economías avanzadas crecieron 3.1%, mientras que las economías emergentes y en desarrollo lo hicieron en un deslumbrantes 7.9%. Asia en desarrollo lideró el paso, con un crecimiento de 9.4% (con China en 10.7% y la India en 9.2%). Pero a otras regiones también les fue bien: un crecimiento de 7.7% en la Mancomunidad de Estados Independientes (con Rusia en 6.7%); 6.0% en Europa central y oriental; 5.7% en el África Sub-sahariana y 5.5% en África, en su totalidad.; 5.7% en el Oriente Medio: 5.5% en el hemisferio occidental (aunque Brasil logró solo 3.7%)

Detrás de esta expansión ampliamente compartida está el crecimiento rápido en el volumen del comercio mundial (más de 9.2% en 2006), los flujos de capital en aumento (con flujos netos privados hacia mercados emergentes de US$256 millardos en 2006), fuertes posiciones externas para las economías de mercados emergentes (con un nuevo incremento masivo de US$73 millardos en sus reservas de divisas en 2006), diferenciales (spreads) en descenso sobre las obligaciones de mayor riesgo, fuertes alzas en los precios de las materias primas, y no menos, por una mejor distribución del crecimiento entre las economías avanzadas. Y al fin, la eurozona logró una fuerte recuperación, con crecimiento de 2.6%, superior  al 1.4% de 2005.

Revisando este escenario feliz, el FMI dice que “la economía global se mantiene en la senda de un crecimiento fuerte en 2007 y 2008 [,,,] Además, los riesgos negativos de este panorama parecen ser menos amenazadores que cuando publicó el Panorama Económico Mundial de 2006”. Relaciona riesgos a corto y largo plazo: una fuerte desaceleración en Estados Unidos, una fuga general del riesgo, una inflación resurgente y un despliegue desordenado de los desbalances actuales de la cuenta corriente caen en la primera categoría; los costos del envejecimiento de la población, el proteccionismo y las limitaciones medioambientales, en la segunda. Sin embargo, el corazón del FMI no parece estar apesadumbrado.

Esto es un caso tan cercano a la euforia como el que podríamos obtener de los economistas. ¿También debemos creerlo nosotros? La razón principal para hacerlo es que los motores que impulsan el crecimiento económico son realmente muy fuertes: en particular, la integración de las economías y la incorporación de la enorme población de Asia a la economía mundial. En la política, muy bien puede estar produciéndose una reacción a la globalización. Pero todavía no es visible en la política, hasta ahora, excepto en países demasiado insignificantes como para darle importancia.

También han sido importantes otros dos rasgos de la economía mundial: la disposición incontrolada para financiar el vasto exceso del gasto de EEUU sobre el ingreso; y el éxito en controlar la inflación, al margen de la fortaleza de los precios de las materias primas, en particular, el petróleo.

La razón más obvia para tomarse la euforia de estos días con un barril de sal es que nadie espera choques. Y eso es lo que los convierte en choques. Si recuerdo los notorios sucesos ocurridos en mi propia vida adulta, observo que no estaba esperando nada de lo que sucedió. Las sacudidas petroleras de 1974 y 1979; la decisión de Paul Volcker, el entonces presidente de la Reserva Federal, de aplastar la inflación a comienzos de los 80; el “default” mexicano de 1982 y el derrumbe de la bolsa de valores de 1987; la invasión de Saddam Hussein a Kuwait en 1991; el derrumbe del imperio soviético entre 1989 y 1991; la “crisis tequila” de 1994 y 1995; las crisis de Asia y Rusia en 1997 y 1998; y no menos, los hechos del 11 de septiembre de 2001 fueron sucesos, si no “desconocidos desconocidos”, al menos “desconocidos ignorados”. La gente que cree que sabe lo que va a pasar próximamente son tontos. Las sorpresas -o lo que el brillante autor Nassim Taleb llama los “cisnes negros”- son inevitables. También es probable que algunos resulten terriblemente desagradables.

Una razón enteramente diferente para evitar la euforia es que una economía mundial dinámica, aún una que ofrezca amplias oportunidades para miles de millones de personas, no está haciendo más rico a todo el mundo.

El hecho que la economía mundial esté creciendo mucho más rápidamente a paridad de poder adquisitivo, que a las tasas del mercado de cambio (un pronóstico de 4.9%, contra 3.4%, para este año) demuestra que los países en desarrollo con amplias poblaciones están creciendo mucho más rápido que los países de altos ingresos. Esto, sin duda, es cierto. Pero regiones importantes del mundo siguen conteniendo cantidades vastas de gente desesperadamente pobre. Esto, a las tasas actuales del progreso, seguirá siendo válido por un tiempo muy largo.

La respuesta correcta a las suaves condiciones económicas actuales no es la complacencia, sino tratarlas como una oportunidad para actuar.

Este es un tiempo ideal para implementar reformas a largo plazo que le permitan a las economías, individualmente, crecer con más rapidez, y adaptarse mejor al cambio. Esta es, por encima de todo, la oportunidad ideal para realizar los cambios políticos que les permitirán a los países explotar las oportunidades que aporta la globalización.  Los legisladores estadounidenses están corriendo para “darle un golpetazo” a China. Sin embargo, mejor deberían buscar una red de seguridad para los estadounidenses desplazados. China debería expandir el gasto interno en relación con la producción, reduciendo con eso su tasa actual de acumulación de reservas en divisas. Es, de manera más amplia, la ocasión ideal para que la economía mundial se destete de su dependencia del gasto en EEUU.

Al nivel global, está pendiente un realizar un empuje exitoso por completar la ronda de Doha. El Grupo de los Ocho países más industrializados también está incumpliendo su propia promesa de incrementar la ayuda a África. La ayuda no va a rescatar a África por sí misma. Pero es parte de lo que se necesita.

Los países ricos  deberían cumplir sus promesas. También deberían aceptar una disminución pendiente de sus papeles en el FMI y el Banco Mundial. Más allá de esto, ahora existe la necesidad de acordar una política sobre el cambio climático que sea, a la vez, eficaz y económicamente eficiente.

Los periodos dorados como estos son raros, y nunca duran mucho. Es necesario explotarlos mientras se pueda. La posteridad nos condenará, si dejamos pasar, sin aprovecharla, esta oportunidad de construir un mundo mejor sobre los cimientos de hoy.
VERSIÓN AL ESPAÑOL DE IVÁN PÉREZ CARRIÓN

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