Rigoberto Cerda, desde el olvido

Rigoberto Cerda, desde el olvido

POR MANUEL  RAMÓN MOREL CERDA
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La historia muchas veces omite detalles sobre un acontecimiento determinado, que en ocasiones pueden servir de mucho al estudioso  o al simple lector, para esclarecer situaciones pretéritas. Es por eso que a propósito de lo que se ha relatado sobre la primera rebelión de la juventud dominicana contra el tirano Rafael Leonidas Trujillo, los iniciados se preguntarán por qué de entre aproximadamente un centenar de hombres comprometidos con aquella acción casi suicida, se escogió solamente a Rigoberto Cerda y a Ramón Emilio Michel (Papa), para dispararle a Trujillo frente a frente en la misma entrada del Centro de Recreo, en Santiago, la noche del 30 de marzo del año 1934.

Estas cuartillas tratan a medias sobre este tópico y se excusan frente al lector porque se refieran principalmente a Rigoberto Cerda, acerca del cual se han tenido referencias de familiares y amigos, no ocurriendo lo mismo sobre el señor Michel.

Pero, ¿quién fue Rigoberto Cerda Anico? Rigoberto nacería al despuntar el siglo XX y desde niño emprende una lucha que no conocía desmayos, que se resistía a rendirse a una vida chata y sin importancia. De ahí su propensión a educarse, al trabajo emprendedor de varios negocios y  a su innata tendencia de ir más allá de su condición social, al conectarse con figuras de la oligarquía burguesa de su época para trascender el pequeño mundo que lo circundaba, compuesto por un puñado de familias de prestigio social, un conjunto de maestros distinguidos (Ercilia Pepín y Ricardo Ramírez, entre otros), algunos grandes y pequeños propietarios de industrias y negocios, y obreros que habitaban su lar nativo de Nibaje- Marilópez, enclavado en la entrada al sur de Santiago de los Caballeros.

Era, pues, Rigoberto, hombre de grandes virtudes y de grandes amores, especialmente dotado para conquistar los corazones femeninos y para ganarse el afecto y el respeto de los hombres, por su gallardía y su carisma, cualidades estas que lo convertirían en una suerte de líder social dondequiera que llegara, enhiesto y bien plantado en su cabalgadura, con arneses de primera clase, lo que solía expresarse de esta guisa: “Llegó Rigo”, “ahí está Rigo”, como familiarmente se le conocía. No podía pasar desapercibido.

Pero ese personaje de novela épica que fue Rigoberto parecía uno de esos hombres marcados por el destino para morir trágicamente. Algunos años antes de su prisión y muerte, había escapado de la guadaña casi providencialmente, en la ocasión de una fiesta campestre en la que compartía con sus hermanos Moncito, Che y Luis María, junto a otras personas, en la localidad de Hato Mayor, entonces una sección de Santiago. En ese fatídico día festivo, un lugareño, posiblemente encelado por el poder de atracción que Rigoberto ejercía sobre las mujeres, se abalanzó, revólver en mano contra su hermano José Ovidio (Che), en la creencia de que se trataba del envidiado galán rival y le dio muerte, pero cayendo también el agresor en dicho lance, sólo alcanzando a decir: “pero éste no es él”.

En esa dolorosa circunstancia, Rigoberto, mostrando una gran templanza de ánimo, se lanzó al ruedo con estas expresiones, dirigidas a los familiares del agresor: “Hay un muerto de ustedes y uno de nosotros, seguimos el pleito o lo dejamos así y enterramos a nuestros muertos”. La reacción fue conciliadora, cada familia enterraría a sus deudos y ya no se hablaría más de que el muchacho del traje blanco, su hermano menor, había sido el autor de la muerte del desdichado matador, que por equivocación extravió el objeto de su disparo mortal. “Se mataron los dos”, fin de la historia.

Si sales ileso de una situación de peligro real como ésta y, además, dejas ver claramente que no eres un improvisado afrontándolas y que tienes la suficiente sangre fría para plantear el reto -¿acaso de ahí le venía su fama de “guapo”?- entonces, para hombres así la determinación se convierte en hábito peligroso y el lance personal en un deporte, no muy diferente a la equitación en corceles briosos, o a la pelea de gallos, que tanto gustaban a Rigoberto. (No pocos galleros tienen la creencia de que ellos son los hombres más serios donde los haya, por la fidelidad guardada a la palabra empeñada en las apuestas y, además, los más dispuestos al desafío).

En el caso relatado, se había revelado, una vez más y en el mismo sector de la tragedia, la herencia guerrera de su abuelo materno, el General Juan Anico, otrora jefe indiscutido del Fuerte del Castillo y del flanco oriental de Santiago, hombre fogueado en el combate desde los días de la Restauración, con demostraciones de valor personal que recoge la historia. Alguien dijo: “a veces el estilo puede matarte”, eso pasa; y si eres un tipo apuesto, atractivo, conquistador, corajudo, y de armas tomar, son demasiadas cualidades para concitar pasiones encontradas, y alguien por ahí podría estar pensando en causarte mal”.

Decía el legendario escritor griego, Plutarco, en su obra clásica Vidas Paralelas: “las mujeres hermosas tienen una doble reputación: la que les genera la admiración y la que les crea la envidia”. Y hubiera podido agregar, el de Queronea, que con los hombres, en ocasiones, podría pasar algo similar. Rigoberto era ya una leyenda popular antes de que se le considerase como uno de “los veteranos”.

A un hombre de esas características no resultaba difícil convencerlo de que, por su destreza en el manejo de las armas y su coraje sometido a muchas pruebas, él, junto a Papa Michel, del grupo de                  “los veteranos”, encabezados por el General Daniel Ariza, eran los hombres indicados para ajusticiar al Tirano aquel 30 de marzo del año 1934.  Vale decir que este grupo operaba unido a los jóvenes intelectuales, dirigidos por Ramón Vila Piola, y a los estudiantes. Estos grupos estaban conectados con el Dr. Juan Isidro Jiménez Grullón, entonces recién llegado tras haberse recibido en la Universidad de París, y que había alcanzado la presidencia de la Sociedad “Amantes de la Luz”, que tenía una gran influencia social y  cultural en la sociedad de Santiago.

Se le atribuye al Dr. Jiménez Grullón haber desviado el ideal netamente “revolucionario” del movimiento, trocándolo por el ajusticiamiento del Tirano.  Roberto Cassá, en su obra “Movimiento obrero y Lucha Socialista en República Dominicana”, admite que Ramón Vila Piola fue el pionero y el líder de esa rebelión y coincide con Emilio Cordero Michel en considerar la influencia del médico revolucionario Jiménez Grullón como negativa, atribuyéndole la paternidad de la tesis de que lo primero era matar a Trujillo.

El Dr. Franklin Franco se refiere al movimiento en estos términos: “El grupo de Santiago estuvo integrado por profesionales, estudiantes, maestros, medianos comerciantes, agricultores, dirigentes sindicales, artesanos, muchos de ellos militantes de los desaparecidos partidos de Desiderio Arias, Estrella Ureña y Vasquez”. Y agrega: “sus principales organizadores fueron el joven de veinticuatro años Ramón Vila Piola, funcionario de la empresa La Tabacalera, Juan Isidro Jiménez Grullón, recién llegado graduado de médico en la Universidad de París, Francisco Castellanos, médico también, José Najul, comerciante árabe, el profesor Angel Miolán y Daniel Ariza”. Y acota más adelante: “La operación fue organizada para llevarse a efecto el 30 de marzo del 1934, en Santiago, población que visitaría el dictador con motivo de un homenaje a su favor, pero fracasó por inconvenientes de último momento”.

En una entrevista realizada por el periodista Roberto Marcallé Abréu (El Nacional, 29-3-84) a Ramón Vila Piola y a Angel Miolán, el señor Vila Piola declaró al mencionado comunicador lo siguiente: “Rápidamente se trazó el plan de ataque.” “Los veteranos” de Ariza (Rigoberto y Papa Michel), ocuparían el punto central, situándose en la puerta del Parque Duarte, que queda frente a la entrada del Centro de Recreo. Nosotros –mi grupo y yo-, en el ala derecha, desplegándonos desde la barandilla del Parque hasta las arcadas del Palacio Consistorial, ocuparíamos nuestro puesto de combate. Los estudiantes y otros elementos independientes, se apostarían en el ala izquierda, partiendo del otro lado de la barandilla hacia la Iglesia Mayor. Los del centro abrirían fuego secundados por los otros grupos, a cuyo cargo estaba, además, la misión de protegerles la retirada” (fin de la cita).

Se comentaba en aquella ocasión que el Movimiento Revolucionario había sido puesto al descubierto, por una expresión inocente de uno de los implicados, quién le habría advertido a su novia que no acudiera al baile del Centro de Recreo la noche del 30 de marzo, porque “algo terrible ocurriría allí”. Como era de presumirse, la novia en cuestión no guardaría silencio sobre el particular y esto lamentablemente llegó a oídos de alguien vinculado al oprobioso régimen.

Unos días antes, sólo unos días antes de la fecha señalada, una tarde de ese día, Rigoberto lucía más callado que de costumbre, se aseó y mudo de ropa y salió con rumbo desconocido.  Quizás lo tenía decidido, quizás lo pensó en el camino, se dirigió donde su primo querido, hombre de excepcionales virtudes cívicas, morales y religiosas.  Una vez allí, tras los saludos de rigor, se aparecería momentos después en el lugar, de sorpresa, un hermano de éste, que estaba vinculado al Régimen de Trujillo, y al ver a Rigoberto, sin muchos rodeos, le espetó:  “El jefe lo sabe todo sobre el complot y dicen que tú estas metido en eso”. Al escuchar estas expresiones, el primo visitado interrumpió bruscamente aquella advertencia cargada de admonición y antes de que Rigoberto reaccionara, increpó así a su hermano : “Usted no puede venir a mi casa con esas vainas”.

No se habló nada más y ambos visitantes se marcharon en direcciones diferentes, cual diferentes eran sus criterios.  Rigoberto se dirigiría a donde Papa Michel, el otro “Veterano” de la gran encomienda, y le comunicaría la ocurrencia, a lo cual este hombre en tono colérico le manifestara a Rigoberto, más o menos, lo siguiente: “Yo sabía que eso iba a pasar, por estar metiendo a muchachos en esto. Tú y yo hubiéramos resuelto esto, sin más nadie. Conmigo que no cuenten, nosotros nos jodimos, yo se lo dije al General y también le dije que no contaran conmigo que ya todo estaba descubierto y que yo no iba a dar pechuguita, en el parque”. Se refería, sin duda alguna, a la acción planificada para el 30 de marzo en la noche.

(Este dialogo entre los dos hombres de acción no transcurrió necesariamente en los términos planteados, pero se deduce de estas dos premisas: Para la época, no resultaba nada extraño que dos hombres de su nivel intelectual, de la mentalidad predominante que tendía a discriminar a los jóvenes para situaciones de alto riesgo, y de sus respectivas vivencias, se pronunciaran de esta manera.  En segundo lugar, la ausencia de Papa Michel en el lugar de los acontecimientos. De hecho, siendo quien esto escribe muy joven, había oído a su tío mayor, Moncito, pronunciarse en esos o parecidos términos: “El complot fracasó por haber metido en eso a muchachos”.

Y llegó el 30 de marzo en la noche.  Rigoberto, sin atinar acerca de su papel, se apareció en el parque Duarte, desarmado. También llegaron varios de los jóvenes comprometidos, no así Papa Michel, quien ya se lo había anunciado a su par en el rol protagónico de esa noche.  Y hablando entre sí los allí presentes advirtieron lo que estaba pasando, es decir, que el lugar estaba tomado literalmente por los calieses de Trujillo y éste se aparecería en el Centro de Recreo una hora antes de lo previsto, con todo su séquito y la fanfarria que no le abandonaba, exhibiendo un aire triunfal. ¡El atentado había fracasado y estaba desarticulado!

A partir de esa fecha, el Dictador sabría acerca de la intentona y de todos los comprometidos en la acción. De ahí que, para los investigadores, había que partir considerando a todo el mundo como “sospechoso”. Pero, dos sucesos importantes ocurrirían entre el 30 marzo y el mes de mayo, este último, señalado para la celebración de las primeras elecciones en que Trujillo se postularía para la reelección. Resultó claro que el dictador no quería que anuncio alguno de trama en su contra empañase su proyecto reeleccionista.

De modo que, en este paréntesis de suspenso, de unos cincuenta y un días, ocurrirían dos hechos de relevancia: la escapatoria espectacular del señor Angel Miolán hacia Haití, el día 16 de mayo, contada pormenorizadamente por éste en su obra Memorias, y el apresamiento en la Fortaleza San Luis, de Santiago, del señor Ramón Vila Piola, el 21 del mismo mes y año, que también fue relatada en la citada entrevista con Marcallé.

Mientras todo esto acontecía, desde aquel 30 de marzo, una atmósfera de tensión e incertidumbre, como la calma que precede a los huracanes, iba cayendo sobre los ocupantes de la casa marcada con el número 111, de la entonces avenida Duarte de Santiago, hogar de la familia Cerda, lugar donde se habían apiñado todos sus miembros que incluían a su madre y a sus hermanos Teolinda (madre del autor de estas líneas), José Ramón, Dolores, Luis María y Estela.  En aquellos pequeños cuartos de angustia, esperaban  el terrible desenlace que se avecinaba. “El déspota lo sabía todo y sólo estaba esperando el momento propicio para dar su zarpazo de terror desenfrenado, soltando a sus perros de caza, como había hecho antes con los Bencosme, los Martínez Reyna y otros tantos.

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