Río Ozama comienza afectar   La Barquita y La Lata; ayer hubo dos deslizamientos

Río Ozama comienza afectar   La Barquita y La Lata; ayer hubo dos deslizamientos

Sigiloso, al acecho, el río Ozama les mira desde cerca. Su caudal comienza a crecer poco a poco, y sus aguas, llenas  de basura y de hiel, se convierten en la antesala de un beso que será sombrío y triste: ese que, al  tocar sus destartaladas casas, llenará cada uno de sus espacios de  desconsuelo.

“¿Qué nos va a decir hoy el río? ¿Subirá otra vez?”, se pregunta Ana María Peralta, una residente de  La Lata, mientras observaba con detenimiento las aguas color chocolate que amenazan su casa.

Parada junto a una desvencijada gallera, que ya comenzaba a llenarse de agua porque está justo junto  al lecho del río, Ana María lamentaba que el sol haya salido. “Ahora es que el agua va a subir. Hace un mes que esto se inundó y yo tuve que salir a las dos de la mañana con cuatro niños. El agua me llegaba a media (la cintura)”, recordó.

“Siempre se oye mentar La Barquita, La Barquita y nunca tenemos a nadie que venga a nuestro socorro. En algunas ocasiones, que nos agarra desprevenidos, no encontramos dónde ir”.

 Como ella, Francisca Rosario se queja de que, a pesar de la frecuencia con la que se  inundan sus hogares, ayer nadie había ido  hasta donde ellos. Las autoridades y los cuerpos de socorro, aseguran en esta zona a la que pocos se atreven a entrar, sólo llegan hasta La Barquita.

Sólo las promotoras de Tú Mujer, que ayudan en esta área, recorren además La Lechuga y el Quilombo, dos zonas que también suelen anegarse, tal como afirma Francia Moquete, coordinadora del programa de salud de Tú Mujer.

Y La Barquita…  Víctor Miguel Cuevas está en la entrada de su casa. Con las chancletas a un lado, como secándose,  observa el charco de agua que le rodea. Está tranquilo. Todo está  más seco que a las 6 de la mañana, cuando el Ozama fue a visitarle a su casa.

   Aunque el agua cedió horas después, él no salió de casa. Convencido de que regresará, prefiere esperar para recibirle de nuevo: es la única manera de preservar lo poco que tiene. La pena es que, como vive de vender pasteles en hoja, ayer  no tenía nada  qué comer.

“Aunque sea agua, bebo”, afirmó Cuevas resignado, mientras cuenta que llegó a La Barquita en el 2002, cuando salió de Barahona ahogado por la crisis. Ahora, aunque cuando llueve en demasía no pueda comer, “estoy un chin mejor; pasando muchísimo trabajo”.

Para  Margarita Ramírez, con 30 años en este barrio, vivir aquí es un tormento. Como reside un poco más cerca del río, su casa siempre se llena de agua.

 Lo mismo le sucede a Damaris Torres que, como muchos, ya tenía los enseres encaramados en el techo. “Esto se llena de agua dos o tres veces al mes”.

Mirtha Medina, con un bebé de 2 meses y otro hijo de 2 años y 4 meses, ha visto sus 19 años en el barrio. Aquí se casó, parió, la han sacado cargada… lo que para otros es tragedia, para ella es cotidianidad. “Uno no sabe dónde va a dormir esta noche”, afirma serena, al tiempo de sacarse el pecho para amamantar a su bebé.

Un poco más adelante, donde La Barquita se desdibuja y  no hay calle principal sino callejones contiguos al río, las casas comienzan a llenarse de agua. Están cerradas. Sus moradores han puesto el cerrojo y se han ido. Rafael Mercedes, con 18 años viviendo aquí, es uno de ellos.

¿Para qué uno se va a quedar dentro?, diría  Leopoldo Santana. Con el agua a media pierna, porque vive contiguo al río, sólo le toca esperar. Sin esperanzas de ayuda, y con alguna nube pululando en el cielo, todo es cuestión de tiempo.

Zoom

Alud La Barquita

Eran las cinco de la mañana cuando Justina Montero Vicente se encontraba en la pequeña sala de la casa en la que vive desde hace 23 años. Aunque aún era hora de dormir, ella y sus cuatro hijos estaban muy alertas: el farallón que está a la espalda de su casa, le advirtieron los dirigentes comunitarios, podría jugarle una mala pasada. Y así fue. “Dos veces se ha derrumbado eso. Y va a seguir”,  afirmaba, al tiempo de mostrar la roca que había caído junto a su habitación. Muy tranquila, como quien no teme, veía cómo sacaban el lodo de su casa.

La gente del barrio

Ana María Peralda

Moradora  de La lata

Alguien debería venir al socorro de nosotros, porque qué sería que venga algo fuerte, fuerte, que no se pueda soportar. Es justo que vengan a darle a uno una mano amiga”.

Francisca Rosario

Residente  en la lata

Nosotros somos los que nos ayudamos unos con otros; después que el río vuelve a la normalidad, vienen las enfermedades; me ha dado de todo”.

Damaris Torres

Moradora de La barquita

   Uno vive aquí porque no se puede ir a otro sitio. Si yo pudiera me fuera. Todos los días el río sube, aunque no llegue aquí (a su casa”.

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