Ritos de la madrugada

Ritos de la madrugada

En el año 1978 Manuel del Cabral me regaló un libro de poemas titulado: “Palabra”. Era una publicación de la Editora “Alfa y Omega”; se imprimió en diciembre de 1977. El ejemplar que me entregó el poeta llevaba dedicatoria: “A Federico, que vino a este planeta por un cortocircuito de la aurora. Te abraza, Manuel.” El libro comienza con estos dos versos: “Dejadme ver un árbol/ para ver cómo nace la palabra”. Más adelante, en el “curso” del poema, afirma: “Aun no estoy escrita./ Yo vengo desde el fondo de la idea./ Vengo del más remoto pensamiento./ Escondida yo estaba en las cavernas, /enredada entre la lengua de los trogloditas”.

Al amanecer nos vienen a la cabeza los asuntos más extraños; imágenes y palabras salen al encuentro del cerebro, pugnando por llegar a la punta de la pluma. Parece que este fenómeno se repite en muchos escritores, de todos los tiempos. Muy temprano, cuando no acaba de entrar la mañana y la noche resiste el empuje de la madrugada, sentimos la invasión de aquellas palabras que debemos “graficar”. En medio de sombras nocturnas residuales, he recordado un libro titulado “Cuerpos y almas”, escrito por un holandés. Cierto sacerdote católico quiso que yo conservara ese libro, salvado de un incendio provocado por un gobernante enloquecido.
Sin haber despertado, pensé que todas las almas son transportadas por un cuerpo locomotriz. Esta última palabra me aclaró uno de los misterios de la conducta humana. Los cuerpos dominan el movimiento; nuestros cambios de lugar en el espacio. Entonces pasó por mi mente una especie de película que me pareció haber visto antes. Una pareja de jóvenes entró, a media noche, en las ruinas coloniales del Hospital San Nicolás de Bari. Se desnudaron casi al mismo tiempo.
Sus cuerpos quedaron expuestos al frío y al viento, pero ellos no temblaron porque a los dos les había subido la temperatura. Escuchaban solamente el ruido de las palomas que dormitaban en las hendiduras de las vigas de tantos muros ruinosos. Del Cabral nos dice: “Entre la Cruz y el átomo/ tiene el hombre dos mil años,/pero todavía/ este animal se lava sólo el cuerpo”. El zureo de las palomas me despertó completamente.

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