POR ÁNGELA PEÑA
Todo esto era mar. Todo esto es tierra robada al mar. Aquí se metía el mar. Todo esto era mar que sepultó la nueva calle. Mira donde está la Torre del Homenaje: ahí era donde desembocaba el río: todo eso era mar, con la parte que le robamos. Estás transitando sobre el mar convertido en terreno. Esto era el mar. Eso es robado al mar: estás en el mar, parada.
El vicealmirante César De Windt Lavandier repite la expresión al recorrer la avenida del Puerto, estacionarse frente a Remos Café, El Bucanero, la Escuela de Marinería Mercante, caminar por las diferentes áreas del Club Naval para Oficiales de la Marina de Guerra, introducir sus zapatos en la arena para llegar a las ruinas de lo que fue el Fuerte Trujillo, observar el depósito de la Autoridad Portuaria, llegar a la Comandancia de la Marina. Todo esto era mar.
Vivió las dos etapas, el antes y el después de ese inmenso océano en el que tanto se bañaba, por el que navegó sin descanso tanto en la guerra como en la paz, el que veía embravecido deteniendo arrogante a grandes buques y al que miró luego plácido, sometido, abriendo paso a imponentes naves repletas de turistas o transportando cargas.
El viejo lobo conoce los secretos de ese puerto construido con poco dinero y mucha sangre que costó la vida a cientos de hombres, que fue levantado bajo protestas silenciosas y clandestinas pero que en público hubo que celebrar como un acierto del visionario Generalísimo Trujillo, so pena de pasar al otro mundo. La tragedia, la oposición, las incursiones clandestinas a la oficina del ingeniero constructor para revisarle sus libros contables y comprobar si engañaba al Ilustre Jefe, no están en documentos oficiales ni públicos. Lo sabe él, que permitió un deslizamiento por el techo y se enteró de otros porque, entonces, estaba dentro del círculo íntimo del poder y tenía oídos aguzados y ojos dispuestos pero una boca necesariamente silenciada y una mala memoria de la cual dependía su tranquilidad de conciencia.
Además, el ex jefe de la Marina de Guerra y actual profesor de la Academia Batalla de las Carreras, es historiador, navegante bombardeado en alta mar, lector consumado de lo nacional al que atraen sobremanera las transformaciones de Santo Domingo.
Desde Sans Soucí y Puna Torrecilla Torrecilla, parece un nuevo Descubridor con el índice derecho siempre rígido para señalar: todo esto era mar. Los almendros, las terminales, los depósitos, bloques, rellenos, atracaderos, paseos peatonales de tierra o cemento, los pilotillos, las palmas y los cocos, Fray Antón de Montesinos y ese largo trecho de la George Washington desde la 19 de marzo hacia el Este: todo era mar.
IMPOSIBLE ESE PUERTO
Horacio Vásquez trató de construir el puerto y consultó al gobierno de Francia, que encargó al ingeniero Etienne Morrell, pero éste concluyó que era imposible. El mandatario insistió y contrató una compañía americana para que arreglara el puerto existente. Hicieron un ferrocarril que salía de Los Tres Ojos, para traer las piedras, pero eso no progresó, cuenta el vicealmirante De Windt.
En la Memoria correspondiente a 1927, presentada por Andrés Pastoriza, entonces secretario de Estado de Fomento y Comunicación, se refieren trabajos intensos en la recopilación de datos que afectan la construcción de obras en los puertos de Santo Domingo, San Pedro de Macorís y Puerto Plata. La supervisión y el estudio fueron confiados a la firma C. E. Young Co. Ingenieros Consultores y Contratistas establecidos en New York, adjudicados en pública subasta a los señores González y Ferrer. Pero habla de inconvenientes e imprevistos debidos a la muerte de Young, jefe de la firma y a la necesidad que tuvo el departamento de Obras Públicas de un personal experto para los trabajos y supervisión.
Félix Benítez Rexach, recuerda De Windt, ofreció hacer el puerto a mediados o finales de los años 30, pero Trujillo no tenía dinero, Félix sí, entonces llegaron a un acuerdo: el ingeniero iniciaba el puerto. No está lejos de la verdad el experto nauta. Una de las habilidades que luego se exaltarían al caudillo fue haber logrado que se rebajaran ocho millones de pesos al costo de la obra.
El día que se iniciaron los trabajos, rememora don César, una ola tremenda sorprendió a los obreros y desaparecieron casi todos, a mi entender, murieron más de sesenta hombres, pero entonces se dijo que fueron cinco o cuatro.
Antes, el río desembocaba en el mar cerca de donde estaba la escalinata que bajaba a la Torre del Homenaje, y ahí uno se embarcaba. El puerto no tenía más de diez a doce pies, los barcos tenían que quedarse en lo que llamábamos el antepuerto o Placer de los Estudios, eso era mar. Pero Benítez le quitó tremendo pedazo e hizo, inclusive, el lugar donde está Sans Soucí, que quiere decir sin pena, y ahí construyó un club al que trajeron muchísimos artistas de lo mejor que había en Francia. Era obligatorio asistir vestido de gala. Esa casa se la regaló Benítez Rexach a Trujillo, ahí se hospedó un hijo de Roosevelt cuando la guerra. Se afirma que el dictador trajo a esa mansión a dar a luz a una de sus amantes predilectas que residía en el extranjero, para que sus hijos nacieran en territorio dominicano. Tras el ajusticiamiento, se alojó a oficiales de la Marina, según De Windt.
Una edificación de entonces que pocos dominicanos conocieron fue el Fuerte Trujillo, levantado para defender la entrada del Puerto, especialmente durante la Segunda Guerra. Hoy sólo quedan los cimientos. Otro trozo de mar convertido en tierra, fue el destinado a la avenida U. S. Marine Corps, inaugurada, dice De Windt, en 1939 con la visita del acorazado Texas, y desfilaron por ella todos los marinos de a bordo. Todavía en mapas de 1955 se puede apreciar la vía, que era un tramo de la George Washington que llevaba a la 19 de marzo. Estaba el fuerte de San José y un faro, una obra de arte hecha en Inglaterra y Francia, ordenada por Buenaventura Báez en 1853, y que mandó a demoler Trujillo.
Fue sacrificada para hacer el muelle, la playa El Retiro, otrora sitio de esparcimiento de los capitaleños, de la cual sólo quedan como símbolo las escaleras por donde descendían los bañistas. Por ahí se produjo la primera ocupación americana el once de febrero de 1904 cuando el crucero Newark desembarcó sus tropas, apunta el historiador Vetilio Alfau Durán. Ahí se construyó el edificio que alojaba la Banda de Música, el taller de carpintería, Faros y Boyas de la Marina de Guerra y un área para sus miembros afectados de enfermedades venéreas. Ahora están allí la terminal turística de Sans Soucí, la Autoridad Portuaria, dos restaurantes y la Escuela de Marina Mercante de la Liga Naval Dominicana, fundada por don César y de la cual es maestro.
Una parte de lo que era el ingenio Francia también se lo robó el muelle. Por ahí se hizo el primer embarque de azúcar en época de Lilís. El barco lo mandó don Gerardo Hansen.
TRUJILLO INVESTIGA
Un día, siendo jefe de la Policía Bonetti, se metieron unos contables a la oficina de Benítez, a revisar los libros, por orden de Trujillo, a ver si lo estaba engañando. Y yo, siendo jefe de la Marina, di instrucciones al comandante del Puerto, que era César Sáez, para que dejara que se metieran por el techo porque se creía que Félix Benítez llevaba dos contabilidades, y, como se sabe, Trujillo no hacía nada sin recibir beneficio.
Mientras realizaban los trabajos, narra el vicealmirante, mucha gente decía por lo bajo que era un disparate, y ese puerto ha estado ahí casi setenta años sin haber tenido mantenimiento, y sigue funcionando. Para él, aquellos trabajos eran una necesidad. Ciudad Trujillo no tenía un puerto, los barcos debían quedarse fuera y la gente tenía que correr el riesgo de embarcarse en una lancha. La isla artificial que ahora se proyecta, no la justifica, porque no se sabe si tomarán en cuenta cómo se pone el mar en cierta época del año y porque esa cantidad de dinero se debe emplear en aumentar la educación y eliminar la pobreza.
Y mientras camina por todo lo que ayer fueron olas, agua salada, costas, se remonta a otros tiempos y concluye, nostálgico: Esperemos que un día la mar no quiera recuperar lo que le pertenece.
FÉLIX BÉNITEZ REXACH VOLVIÓ SECO LO QUE ERA
AGUA Y ASÍ NACIÓ SANS SOUCÍ
La noticia es del 25 de mayo de 1936. Pero ya antes se anunciaban las llegadas del vapor alemán Tificia con cargamento de estacas; del Frida Horn, con otros materiales. Se iniciaban las prolongaciones de nuevos pies de tajamar, de dragados en canales a fin de desaparecer bancos de arena que también profundizarían en el río para extraer viejos pilotillos. Entre la parte que ocupaba la playa El Retiro y el fondo de la ensenada, se dragará un nuevo sector para la ciaboga de los grandes buques y para que la ensenada quede suficientemente amplia para el acuatizaje de hidroaviones, explicaban.
La draga Hamilton era objeto de adaptaciones y estos y otros detalles técnicos eran noticia invariable, cada día, en la prensa de la época.
El ocho de marzo de 1935, Rafael Trujillo y el ingeniero puertorriqueño Félix Benítez Rexach, como ingeniero contratista, firmaron el contrato que contemplaba: Construcción de un malecón de hormigón en la margen occidental del río Ozama, empezando en un punto frente a la Torre del Homenaje y terminando en el puente, con una longitud total de 3.100 pies aproximadamente.
También la construcción de un rompeolas con un largo de 1,900 pies; de un tinglado de acero de 900 pies de largo por 60 de ancho; del dragado de todo el puerto a una profundidad de 30 pies, de manera que tuviera un área de cerca de 200 cuerdas que permitiría la entrada de los vapores más grandes del mundo, pues gran parte de lo que se conoce por la Hacienda La Francia, si no toda, que está a unos 30 pies sobre el nivel del agua, será excavada y dragada a una profundidad de 30 pies, se especificaba.
El Generalísimo Presidente Trujillo, sin empréstito, sólo con su voluntad de patriota, sólo con su genio de estadista, sólo en su camino hacia la gloria, ha logrado el más caro anhelo de la capital… decía el Listín Diario del 9 de marzo de 1935 en su primera página.
Agregaba que la obra, que se había anteriormente proyectado con un costo de más de 10 millones de dólares, estipulaba ahora solamente dos millones y medio de pesos, pagaderos en forma fácil para la República, toda vez que los pagos se irán haciendo parcialmente, cada mes.
La nueva edificación dotaría a la Capital de un verdaderos puerto moderno en todos sus aspectos y de facilidades para todos los buques, sean del calado y del tamaño que fueren, pues ya conocemos la situación geográfica de Santo Domingo y sabemos de los incontables vapores que pasan muy cerca de nosotros pero no llegan hasta aquí por la falta de un puerto. Puede decirse que la rémora de esta ciudad y del país ha sido la falta de un puerto en la capital más vieja del Continente. Todos nuestros gobiernos sabían eso, pero ninguno pudo enfrentársele a la obra. Sólo esa cumbre de gobernante y de patriota que se llama el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, decía.
En un laudatorio artículo, el escritor Rafael Damirón celebraba la histórica firma, el inicio de los trabajos, invitando a dar repiques tocados con la campana sonora de la Victoria. El currículum de Benítez destacaba su experiencia en estos negocios y trabajos, muy conocidos en Puerto Rico donde hizo el magnífico puerto de Mayagüez y varios de los principales muelles de la Isla de San Juan.
INAUGURACIÓN
El cuatro de agosto de 1938, se reunieron en la oficina de las obras de Puerto Trujillo, Emilio Espínola, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas; Arturo Pellerano Sardá, presidente de la Cámara de Diputados y director del Listín Diario; Virgilio Álvarez Pina, presidente del Consejo Administrativo; Héctor Bienvenido Trujillo, Jefe del Ejército; Eduardo Soler hijo, director general de Obras Públicas; Luis A. Iglesias Molina, encargado de las obras del Puerto; José Ramón Báez López Penha, ingeniero del Distrito; Juan Santoni, gerente de la New York and Porto Rico Line; Ramón Martínez H., gerente de la Bull Insular Line, y Frederich Schad, agente de la Naviera Holandesa, miembros todos del Comité Organizador de la Inauguración de las obras, acto que tendría lugar el 15 de agosto de ese año.
El día de la solemne ceremonia, la prensa anunciaba con todo el despliegue de su primera página el programa, ilustrado con una preciosa vista aérea del hermoso puerto de Ciudad Trujillo, la magna obra del Benefactor de la Patria que hoy será inaugurada, en la que podía apreciarse el rompeolas adentrado en el mar, el moderno y elegante palacete de Sans Soucí, suntuosa y confortable residencia de descanso del Honorable Presidente Trujillo, edificada sobre la playa artificial para la que se aprovechó la arena dragada del canal de Puerto Rico.
Y concluían las múltiples y espléndidas reseñas:
El Puerto que hoy se enorgullece de llevar el nombre ilustre de su reconstructor, ha sido una de las obras cuya realización parecía menos posible desde los días del Descubrimiento.