Robert Dandarov: trascendencia y nostalgia visual

Robert Dandarov: trascendencia y nostalgia visual

Durante nuestra estadía navideña en New York nos reencontrarnos con Dandarov, pintor contemporáneo de Macedonia, en su taller de Brooklyn. Conocíamos su obra desde su primera estadía en República Dominicana hace unos quince años, invitado de la Escuela de Arte y Diseño de Altos de Chavón, de La Romana. Desde entonces su obra sigue confirmando la maestría y el duende con los que este artista mantiene una coherencia plástica, tanto en su lenguaje formal como en su discurso conceptual. La panorámica visual de este pintor es el resultado de una conjugación de vectores históricos y filosóficos que constituyen una convergencia de lecturas en las imágenes en las que siempre están presentes los códigos mitológicos e históricos que enfrentaron Occidente y Oriente en sus dogmas religiosos y políticos.

Este artista, hijo de Bizancia, tiene un profundo sentido del humor y unas luces críticas agudas que le permiten colocar el diálogo en los tiempos pasado y presente, cuestionándolos hacia el futuro con una obra pictórica edificada desde el caballete con reflexión y meditación sobre la civilización y la condición humana.

La pintura y el dibujo de Robert Dandarov nacieron frente a los iconos ortodoxos de las iglesias y monasterios que visitaba desde adolescente en su tierra nativa de Macedonia, país cónclave de la expansión del cristianismo en tierras balcánicas.

El imaginario de este pintor se nutrió de las epopeyas de Alejandro el Grande, y de todas las leyendas épicas que enfrentaron Oriente y Occidente por imponer al mundo sus dogmas, y frente a tan intenso patrimonio cultural, él se empapó de lecturas y conocimientos para digerir todos los referentes, como un alquimista visual, que lo es.

Es así como su pintura tiene un duende posmoderno que juega o coquetea con el surrealismo y el expresionismo, dependiendo del sujeto y del momento en que se ejecuta la obra.

Dandarov refleja su apasionamiento por la civilización humana en sus lienzos, extendiendo con el óleo un gran dominio de las técnicas clásicas del dibujo y del tratamiento del pincel; es un artista de inspiración y de maestría con disciplina heredada de los maestros clásicos de la alta Edad Media y del Renacimiento. La fuerza de su obra consiste en mantener su producción con un trabajo permanente desde el taller, llevando su carrera en coherencia con su pensamiento ético y estético. El resultado es notable en el equilibrio constante del trazo y del pincel, es decir, del dibujo y de la pintura, como si el artista dibujara con el pincel las transparencias y las líneas que vienen de un trazo sutil y seguro que se impone como si el dibujo fuese una primera capa de pintura.

Estamos frente a un pintor actual de trascendencia posmoderna que no niega las enseñanzas de Velázquez, de El Greco y de Goya, sin desprenderse de la visión del mundo profano de Bosch y Brueghel.

En los trabajos más recientes que ha presentado el papel es el receptáculo de sus sueños y fantasías, de sus angustias y de sus miedos, siempre presentes en la obra con un gran sentido sicoanalítico y crítico. Adán y Eva, según las creencias judía, cristiana y musulmana, fueron los primeros seres humanos (hombre y mujer) que poblaron la Tierra. Fueron hechos por Dios (Yahweh en el judaísmo y Alá en el islamismo) en el sexto día de la creación. Según la Biblia y el Corán, Adán fue creado primero, y Dios, al verlo solo, decidió que necesitaba una compañera que fue creada partiendo de una costilla del hombre.

En la versión de Robert Dandarov, el origen del mundo se poetiza con el simbolismo de un zapato masculino agudo, clavando el mismo en el centro de un lecho, que puede significar tanto el sofá del paciente analizado como la cama del acto sexual, lenguaje discursivo que pone en evidencia el escenario dramático del amor…

En otra obra observamos un referente visual a Kafka que mantiene todavía la humanidad frente a la mística o el misterio del nihilismo y de lo absurdo existencial.

El distanciamiento, la óptica del artista separa los órganos del cerebro como para evidenciar que las emociones literalmente viscerales no pueden acudir al razonamiento, ni a la retórica. Estamos frente a una imagen visual reflexiva que existe desde la construcción de la civilización grecorromana. Esta serie excepcional de dibujos intervenidos con pintura funcionan como secuencias reflexivas y meditativas sobre “la condición humana”, preguntas y cuestionamientos eternos que se mantienen desde la antigüedad.

Dandarov es de los que piensan que el tiempo no existe y que la humanidad sigue con sus mismos cuestionamientos espirituales y filosóficos frente a la eternidad, insistiendo este artista-personaje, que ni la ciencia, ni la tecnología son respuestas al misterio del mundo, en este aspecto él se acoge y respeta la trascendencia de la metafísica y de la espiritualidad, ante todo.

Profundamente pacifista, nos dice que mientras haya guerras y conflictos estaremos dominados por “la barbarie”, y nos extiende con firmes pruebas del conocimiento de la historia universal, que en términos de civilización humana desde el punto de vista filosófico y ético la humanidad no ha avanzado tanto… Añade, que no es pesimista, pero sí consciente y realista…

Su espíritu profundamente eslavo lo conduce a expresarse con amplios despliegues poéticos, sobre todo, cuando habla de la belleza y del destino, los dos misterios de la existencia, nos dice “quien es un intenso amante del arte y de la literatura como propuesta de vida y opción de ella misma, por encima de su temperamento de alquimista del siglo XVI, sabe perfectamente responder a su propio siglo, llevando su pintura actual al escenario de la contemporaneidad, a través de figuras cinematográficas donde personajes como Madonna heredan de la voluptuosidad de las vírgenes renacentistas poniendo en evidencia una feminidad legendaria. Es a través del retrato que Dandarov ejerce la figuración muchas veces hiperrealista y en otras de un misterioso romanticismo sacado de las películas en blanco y negro de los años 50’s y 60’s.

La nostalgia envuelve indiscutiblemente toda su obra. Nostalgia del que pierde su tierra de origen y nostalgia de quien la recuerda con un sonido de fado o tango detrás de un cristal en una tarde de lluvia. Así es la pintura más reciente de Dandarov, una cinta cinematográfica que escenifica y pone a dialogar el pasado con el presente, la ilusión con la realidad, la ternura con la violencia, el erotismo con la guerra y el amor con la barbarie.

Cuando salimos de su taller, los vientos del canal del East River nos sacudieron con tanta fuerza que sentimos que salíamos de una exhibición de pintura contemporánea, donde indiscutiblemente la trascendencia con garbo y duende de la obra de un artista totalmente implicado en la trascendencia de la civilización humana y cuestionando las incidencias del destino individual y colectivo era real.

En su obra o a través de esta, entendí o me permitió reafirmar que todavía en el mundo del arte del siglo XXI, Robert Dandarov es un artista que mantiene la fuerza de la “Gran Pintura” con un equilibrio exquisito del fondo y de la forma, de la realidad y del sueño.

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