POR ÁNGELA PEÑA
A pesar de que el pelotero puertorriqueño Roberto Clemente fue un jugador extraordinario, figura excepcional del béisbol que muchos, especialmente los boricuas consideran como el mejor jugador latinoamericano, apreciación que es discutible por la cantidad de estrellas del continente que sobresalieron en esa disciplina, no se conoce ninguna acción suya a favor de los dominicanos que justifique una calle de Santo Domingo con su nombre habiendo tantos atletas criollos que descollaron en series mundiales, pertenecieron a las Grandes Ligas, están en el Pabellón de la Fama y, sin embargo, no han sido merecedores de un homenaje similar. Roberto Clemente ni siquiera jugó en el país.
El historiador Cuqui Córdova, quien conoció al beisbolista en una de dos o tres visitas que realizó a Santo Domingo, no justifica ese tributo, aunque confiesa que es alérgico a hablar mal de nadie, mucho menos de una personalidad como Roberto Clemente, que respeta por haber sido uno de los mejores del béisbol en toda su historia. Pero su única relación con nosotros es la de haber sido compañero de Guayubín Olivo y de Mateo Rojas Alou cuando jugaban con Los Piratas de Pittsburgh.
Córdova conoció a Clemente en el estadio Quisqueya y conserva un valioso archivo de fotos del hijo de Borinquen, solo, junto a familiares y a cronistas y amigos dominicanos. Una de esas fotografías le fue dedicada al destacado historiador vegano por una hermana del púgil extranjero. También posee rica bibliografía en inglés y español que relata la vida del beisbolista fallecido en un accidente de avión cuando apenas contaba 38 años.
A nosotros nos gusta hacer muchos reconocimientos a los extranjeros, mira a Winston Churchill, que tiene una gran avenida ¿qué tuvo que ver con los dominicanos? Roberto Clemente, tremendo pelotero, lo único que lo une al país es su amistad con algunos peloteros criollos, nada más, no produjo aquí ninguna ayuda, nada de eso, significó.
Reconoce, empero, grandes méritos en Clemente. Fue el primer latino en ir al Salón de la Fama de Cooperstown, fue uno de los grandes de su tiempo. Jugaba right field, la posición que después jugó Sosa, de los Piratas de Pittsburgh, pero él comenzó con los Dodgers de Brooklyn y estos lo traspasaron a Pittsburgh. Siempre se ha criticado el hecho de vender un novato de la calidad de él y se decía que los Piratas tenían muchos jugadores de color, Clemente era de color y buscaron la manera de cambiarlo sin saber que ese señor se iba a convertir en una estrella, refiere.
Córdova, el más dedicado historiador deportivo nacional, cuenta sin interrupción la trayectoria de Clemente, lo recuerda hospedándose en la casa de Guayubín Olivo las contadas veces que viajó a la República para ver jugar a su compañero. No acude a libros ni notas para destacar los hits y condiciones del puertorriqueño que bateó un promedio de 317 y que fue el primer latino que bateó tres mil hits. Cuando él llegó ahí, solamente había once en toda la historia del béisbol. Estuvo en doce juegos de Estrellas y doce veces lo premiaron como El Guante de Oro, The Golden Globe, como le llaman en Estados Unidos. Es decir, que fue un jugador extraordinario.
Lo consideraban problemático, cuenta, casi no le gustaba dar entrevistas a los periodistas, solamente a los latinos, porque entendía que los americanos no lo trataban muy bien. Le gustaba ayudar. Muere porque le habían dicho que la ayuda que le había mandado a Nicaragua la estaba utilizando otra gente y no los damnificados del terremoto. Entonces dijo: bueno, yo voy para entregarla personalmente. Un hijo de él tuvo una premonición y le dijo: Papá, no vaya, que ese avión se va a caer. Y así sucedió. El no llegó a ir a Nicaragua, el avión cayó en Puerto Rico cuando despegó. Era una nave vieja, creo que la arrendaron por cuatro mil dólares e inclusive dicen que el piloto no conocía esa clase de aviones. Hubo muchos rumores, yo tengo libros de la vida de Clemente. Circularon muchas mentiras, se comentó que quiso ir a ver a una novia, yo nunca he creído eso, manifestó.
Cuqui Córdova, que tuvo la oportunidad de darle un abrazo a Clemente cuando el amigo común Guayubín Olivo, del cual es biógrafo, se lo presentó, ha seguido la historia de su vida, lo que hizo, lo que representa. Es uno de los grandes héroes beisboleros, uno de los mejores out fielders. Tenía un brazo tremendo, le tenían miedo. Cuando él cogía la bola y la tiraba a tercera, sacaba la gente y en el home play, corría bien, fue Jugador más Valioso de la Serie Mundial de 1971. Pero, reitera, no veo la relación para que aquí se le pusiera su nombre a una calle, no estoy en contra, pero creo que siempre hay que darle preferencia a los nuestros, que son muchos y están tan ausentes que nadie los menciona.
Roberto Clemente
Nació el 18 de agosto de 1934 en una humilde casa en los predios de la vieja carretera de Río Piedras a Carolina, en el barrio San Antón, de Puerto Rico, último de los ocho hijos de Luisa Walker, cuyo primer esposo falleció antes de que llegaran a la adolescencia Luis, Oquendo y Luis María, los mayores de la familia. De su segundo matrimonio con Melchor Clemente nacieron Matino, Andrés, Oswaldo, Ana Iris y Roberto.
Ana Iris murió trágicamente a los cinco años cuando su trajecito se incendió en el fogón de la cocina. Otra muerte temprana fue la del mayor, Luis, por cáncer en el cerebro. Además, Roberto sufrió un aparatoso accidente de tránsito tres días antes de la muerte de Luis, cuando regresaba de visitarlo en el hospital. Sufrió lesiones en tres discos de la columna vertebral que le causaron serios dolores durante el resto de su vida. Por eso tuvo que ser atendido a diario por los trainers y después de los 30 años tuvo que permanecer algunas veces sin jugar por esa dolencia.
Tal calamidad fue lo que produjo que generalmente, antes de cada turno al bate, movía la cabeza en rotación, a veces estirándola a los lados, con lo cual lograba calentar los músculos de la espalda y la cintura hasta calmarse un poco, apunta uno de sus cientos de biógrafos. De niño, agrega, conoció de cerca la pobreza, aunque solía decir: Siempre tuve alguna ropa que ponerme y siempre hubo comida para todos en nuestra mesa. Cuando nació Roberto, Melchor, ya de 54 años, ganaba 45 centavos diarios como capataz en un ingenio azucarero de Carolina, el Central Victoria. La mamá se vio obligada a trabajar duro, madrugaba para preparar la comida a los sembradores de caña donde laboraba Melchor y durante el día lavaba ropa de otras familias.
Roberto, conocido por el mote de Momen, era introvertido. Estudió en la Escuela Superior Julio Vizcarrondo Coronado, de Carolina y demostraba ser un atleta natural. Tiraba jabalina, brincaba a lo alto, saltaba triple salto, jugaba softbol y corría 400 metros lisos. Fue Miembro Feligrés de la Liga Atlética Policíaca y feligrés de la Iglesia Bautista de Carolina. Sobresalió en eventos de pista y campo, ganando medallas en tiro de jabalina y carreras cortas. Se graduó en la Escuela Superior de Puerto Rico.
El nueve de octubre de 1952 marcó el inicio de su brillante carrera deportiva cuando firmó para los Cangrejeros de Santurce de la Liga Invernal de Puerto Rico, con un bono de 400 dólares y un salario de 40 semanales. Fue su gran paso al béisbol profesional con dos atrapadas magistrales en el Jardín Central y un disparo certero desde los predios.
Bob, Momen, El Ángel Pirata, El símbolo del deporte latino, casó en 1964 con Vera Cristina Zabala, madre de sus tres hijos: Roberto Jr., Luis Roberto y Roberto Enrique. El 31 de diciembre de 1972 murió el astro en un accidente aéreo en las costas puertorriqueñas en una misión para llevar ayuda a las víctimas del terremoto en Nicaragua. Al año siguiente se convirtió en el primer latino incorporado a la Sala de la Fama del Béisbol. Posteriormente ha recibido significativos homenajes póstumos.
La calle
Cuando se formó el barrio Los Coquitos, en los alrededores de El Faro a Colón, hace más de 15 años, los pobladores solicitaron al Ayuntamiento del Distrito Nacional que una calle del sector llevara el nombre de Roberto Clemente, petición que fue aprobada, según testimonian residentes en la vía. Nace en la calle Cuarta y termina en la Teófilo Ortiz.