Robo de vehículos

Robo de vehículos

ÁNGELA PEÑA
El robo de vehículos aumenta en el país y tal parece que la Policía no encuentra fórmulas para detectar a esta mafia de ladrones porque ni los localiza y rara vez aparecen los automóviles. No valen las denuncias a tiempo, como es inútil acudir a instancias superiores de esa institución para ver si las gestiones de búsqueda se agilizan. La fuerza de los rateros aparenta ser superior a esta débil, insuficiente, deplorable estructura policial que da la impresión de que ha sido vencida por la delincuencia.

A un querido amigo le robaron su Mercedes Benz la semana pasada en un abrir y cerrar de ojos, en área muy concurrida de la Zona Colonial, a la vista de vecinos y parroquianos que no se percataron de la fechoría porque esta banda de pillos es profesional, hábil, y entre sus trucos está el de hacer creer que  son los dueños del automóvil porque lo abren con facilidad asombrosa con llaves maestras y otros recursos que no los hace desconfiados.  Se llevaron el carro de la Arzobispo Portes esquina 19 de Marzo y hoy todavía no se ha encontrado ni a un sospechoso, ni hay noticias, huellas o rastros del Mercedes.

Tanto como el robo, la víctima lamenta esta desprotección absoluta, la inseguridad en que zozobra la ciudadanía, el desdén de los agentes a los que acudió, el atraso de unos medios para tomar notas que son los mismos de la época de Lilís. Era cerca de la medianoche cuando se produjo el atraco, en un entrar y salir del conductor,  que apenas cerró con llaves las puertas y puso el «trancapalancas» se percató de que había dejado dentro unos discos compactos y al regresar a buscarlos ya su carro iba lejos. Fue a un destacamento cercano y allí le tomaron la declaración en una hojita de papel arrugado y con lápiz y el oficial, muy discretamente, le aconsejó que fuera al «Plan Piloto» porque ahí «eso no iba a progresar». Obedeció y en la otra dotación encontró el mismo panorama con la diferencia de que estaban más adelantados: contaban con un lapicero y una cuartilla para tomar notas.

Él se pregunta, indignado: «¿Cómo la Policía no tiene una red de computadoras a estas alturas de los tiempos?» Para él, los malhechores y delincuentes están por encima de las autoridades que están llamadas a ofrecer seguridad. «Vivimos en una sociedad que no te garantiza absolutamente nada», comenta impotente, cansado de llamar y dar viajes en busca de una buena nueva. Vano empeño. Esperanza estéril.

Como este señor hay decenas de ciudadanos que se han quedado a pie de por vida, a los que les han llevado sus automóviles de la forma más simple, veloz y rauda. Porque estos tunantes tienen herramientas y artes insuperables para alzarse con lo ajeno en un santiamén. Cuando no pueden cargar con el vehículo, rompen vidrios sin hacer ruido, violan puertas y baúles y arrancan con todo lo de valor que hay dentro. Hay quienes afirman que muchos cuentan con la complicidad de algunos policías beneficiarios de los desmantelamientos y robos.

¿Por qué se hace tan difícil detectar y castigar a estos fulleros? ¿A qué planeta es que van a parar esos carros robados que desaparecen para siempre de la faz de la tierra? ¿Será que esta acción es considerada un delito menor, insignificante y no se le da seguimiento? Porque las denuncias diarias son considerables y pocos son los afectados que recuperan esta útil y necesaria propiedad adquirida con sacrificios, a veces con un préstamo que deben seguir pagando aunque ya convertidos en tristes peatones a punto de enloquecer buscando por su cuenta, infructuosamente, su preciado medio de transporte.

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