Rojas Nina, Cruz Jiminián…

Rojas Nina, Cruz Jiminián…

REGINALDO ATANAY
Nueva York.
-A Domingo Porfirio Rojas Nina lo conocimos hace una buena cantidad de años; cuando él comenzaba a ejercer su profesión de abogado. Entonces fue, junto a Héctor Barón Goico Castro, abogado de la barra de la defensa de los implicados en el asesinato de las Hermanas Mirabal y del vecino de éstas, Rufino de la Cruz.

Como periodistas, cubrimos aquel célebre juicio -completo-  en el que abundaron incidencias de todo tipo. El calor emocional y político de entonces, se volcaba, en la sala del tribunal, contra los inculpados. Y contra los que los defendían.

Hubo varias gentes que participaron en aquello, que nos impresionaron; entre ellos, estaba Domingo, un sancristobalense que se propuso echar hacia delante tanto como abogado, como político… y lo consiguió.

No hace muchos meses que en la clínica de Antonino Cruz Jiminián, en el barrio Cristo Rey, nos tropezamos con Domingo. Y nos abrazamos eufóricamente. Era en un acto en que, como de costumbre, la organización Dominicanos Pro Ayuda a la Niñez de la que somos cofundadores, entregaba una donación a la Fundación Cruz Jiminián.

En esa ocasión se hizo un pequeño acto sociocultural, y Rojas Nina, quien es Alto Comisionado de Derechos Humanos, nos sorprendió agradablemente, entregándonos un reconocimiento por nuestro trabajo de pluma y tecla en el  discurrir de los años.

Y fue que el colega José Pimentel Muñoz, coterráneo de Domingo, le había informado que andábamos por allá.

Esa tarde acordamos -Domingo y nosotros- juntarnos un par de días después, para ir a San Cristóbal, su pueblo natal, y mostrarnos él la casa materna, que es ahora un museo; y para degustar, en una fonda popular, de un buen cocido de pata’e’vaca.

Partimos entonces desde la oficina de Rojas Nina, situada casi en la prolongación de la avenida 27 de Febrero, y en unos pocos minutos caímos en la Ciudad Benemérita.

Después de visitar la casa del afable jurista y político, anduvimos, a pie, algunas calles de San Cristóbal. Y nos sorprendió agradablemente la popularidad, el ex dirigente del Partido Reformista Social Cristiano y luego del Partido Revolucionario Dominicano. A diestra y siniestra recibía él saludos afectuosos y respetuosos de sus compueblanos; en una ocasión tropezó con un abogado, y hablaron de unos juicios que tenían pendientes en los tribunales de la República.

“Hermano”, le dije. “No puedes quejarte. Eres profeta en tu tierra”.

“Asimismo”, Reginaldo. Me siento feliz de gozar el aprecio y distinción de mis conciudadanos.

Al doctor Cruz Jiminián lo habíamos visto varias veces. En su clínica. Pero pasamos (quisimos que fuera así) desapercibidos. Y palpamos la obra magnífica que realiza ese señor entre gente “ahijada de la miseria”, como decía un amigo nuestro ya muerto.

Nuestra organización donó no hace muchos años, la planta de energía eléctrica que surte energía a la Clínica y la Fundación. Hemos recorrido todos los cuartos del edificio, y visto y oído a gente calamitosa y gente alegre. A dadores de cariños y de afectos, y otros buscando precisamente afectos y humanidad. Y salud.

Antonino nos tomó en cuenta, cuando Domingo nos premió y dijo algunas palabras sobre nuestro trabajo público. Y, entonces, intercambiamos -Cruz Jiminián, y nosotros- algunas palabras.

Cruz Jiminián nos agradó desde que lo vimos por primera vez. Y lo observamos (sin él darse cuenta) cuando nos invitó a su finca, cercana a la ciudad, para dar una manifestación de afecto a Dominicanos Pro Ayuda a la Niñez. Esa vez participó en el encuentro,  el general retirado Constantino Matos Villanueva, ex secretario de las Fuerzas Armadas, vicepresidente de la Fundación, y un viejo amigo nuestro, desde que Constantino era teniente del Ejército. Da gusto ver a Antonio describir algunos de los casos que se presentan en la Fundación, y del trabajo que allí se hace; el hombre se emociona, gesticula, suda, se alegra… se percibe en él un trozo grande de humanidad…

Para la meditación de hoy: Dale cariño, amor, a todo cuanto te rodea. No desperdicies momento alguno en repartir armonía. Ese es un ejercicio que da salud… ¡y suerte! Porque activa todas las células, átomos, a  las más minúsculas formas de tu cuerpo y mente en un trabajo continuo de resurrección. Al armonizarnos con lo que nos rodea, nos entonamos con Lo Alto, y proyectamos un dejo de divinidad, que nos acerca alegremente  a los demás…

Publicaciones Relacionadas

Más leídas