DIÓMEDES MERCEDES
El género humano en su conjunto ha sido sometido por la fuerza de la violencia organizada de un sistema que controlan minorías detentadoras del poder, las que junto a los recursos de la tierra y como cosa igual nos explotan. Esta conspiración persistente y utilitarista, ha vedado el destino y la naturaleza de la vida al hombre, eliminándole su trascendencia o proyección espacial. También le ha atrofiado su condición, por inhibirlo en el uso de sus facultades y al domesticarlo como bestia sin destino. Pero, tales hechos impíos y de lesa humanidad, no serían posibles, sin el ridículo adocenamiento con el que nos hemos rendido ante aquellos.
La mediocridad del hombre sin atributos, peligro ante el que Robert Musil nos alertará, es ya una masiva realidad presente. Esta es la enfermedad de nuestra decadencia y es la plataforma de las injusticias y del terror del poder que desgraciadamente la agrava.
Desviados de nuestro rumbo debemos reorbitarnos repropulsándonos hacia la correspondiente latitud perdida, movidos por nuevos y diferentes credos que propicien un proceso migratorio mental y moral que cure la enfermedad que padecemos. Esta es la revolución que buscamos y que ha de nacer del campo de las ideas que han de batallarse e incorporarse a las luchas sociales y políticas estancadas por su ausencia.
En occidente, desde Aristóteles y Platón, sus concepciones han encauzado nuestra cultura imponiéndose a otras dentro del laberinto que hemos creado sin que hayamos podido liberarnos de él. Descartes con un poquito más de arrojo y libertad intelectual ante el escolasticismo pudo haberlas superado, perforando su cascarón. Friedrich Nietzsche, titánico, en solitario, bajo la presión de su pulsión creativa y la de la enloquecedora reacción del poder ideológico y secular conservador de su tiempo, logró escalar por sobre las montañas de las ideas de Dios y sus dogmas que hasta aquí nos han pautado, y desde sus cumbres, pudo el vislumbrar y mostrarnos el reino del paraíso humano hacia el que orientar debemos nuestros éxodos saliendo del remolino con una liberación del pensamiento, del espíritu y del carácter; tarea previa, pero vinculada a la pacificación de la tierra y a la conquista e instalación de nuestro reino, en el espacio como sus navegantes.
Las ideas son el poder que mueven al mundo. Son ellas las que nos hacen social e individualmente. Las luchas por el predominio en el poder son para imponer desde él las ideas que refuercen la naturaleza de éste. Las leyes, las políticas, la religión, la educación, el arte, las propagandas, la información son campos de poder en acción que se refuerzan en torno al eje de los intereses que se atrincheran defensivamente en el orden mundial vigente. Todas las violencias del mundo actual son para imponer el imperio de las ideas de las que se desprenden la construcción de una materialidad afín con ellas en contra del destino de la humanidad y sometiendo a la misma a más fuertes rigores.
Frente a este poder coaligado hay que crear una potente resistencia desde la nada, pero desde la nada se dice se construyó el universo. Es cuestión de generar el liderazgo de una idea portentosa capaz de renovar el mundo. Las ideas surgen cuando somos capaces de cuestionarnos sobre los aspectos fundamentales que afectan a nuestro universo. Surgen cuando tenemos la capacidad de pensar. La civilización actual esta hecha para la formación de las personas mediocres, de conformistas arreados tras la promesa de la zanahoria al final del camino. Pero el estómago no piensa; estoy diciendo que la masa humana en tal condición no puede crear este paradigma, porque su actitud es irracional, pero aún así le queda el portento de su instinto para frenarse con él al borde del precipicio de nuestra desnaturalización degenerativa o autodestructiva, si los y las intelectuales nos esforzamos por aportarles las ideas paradigmáticas que logren influirle y cohesionarle, cambiándole su actitud, y colocándoles bajo nuevos estandartes civilizatorios.
El fenómeno de la globalización en manos de la concentración de poderes neoliberales, habiendo roto el cordón umbilical que ligaba a cada cual a su tribu, a su aldea, y al estrecho miramiento localista ha contribuido a que el flujo migratorio humano produzca una integración fundamental para nuestro salto desde esta transición hacia la Era espacial que vislumbramos. Hace falta que las ideas neo-paradigmáticas construyan el principio filosófico guía del tiempo nuevo, el que sintetice la nueva meta de la humanidad, nos moldee para ésta, y nos conduzca a ella.
Pero los intelectuales están en su mayoría adscritos como siervos de la gleba feudal, al sistema, por lo que la minoría tiene el deber de sustituirle moralmente. Bastaría entre éstos que uno solo diera con la idea que cual piedra angular o eje cohesione todos las partes dispersas de la construcción necesaria, y al parecer así tendrá que suceder.