Romero seducido por la historia

Romero seducido por la historia

POR CLARA SILVESTRE
Entregado al idílico encuentro creativo en donde la palabra se vuelve idea y ésta una gran historia, Rafael García Romero saca sus propias conjeturas y se permite soñar en un mundo que se ha dejado arropar por la indiferencia y no se ha dado la oportunidad de dejarse tocar por la mágica tonada de una poesía.

Su más reciente producción literaria Ruinas es definido por su autor como un libro que quizás no es propiamente una novela, sino más bien un relato largo, que creció con su obstinación de sacarle más y más a esa singular historia de amor entre este médico dominicano que se gradúa en París y la poetisa dominicana Salomé Ureña.

En sus páginas refresca esos tantos momentos que llenaron la vida de sus hijos, y sobre la interesante comunicación que mantienen a través de cartas Francisco y Salomé, «cartas de finales del siglo diecinueve, que hacen un tráfico insólito para ese tiempo. Imagínate, el correo internacional llegaba en vapores, que era el medio de transporte más usado, sino el único. En una agencia de correos del puerto de Santo Domingo, Salomé embarcaba esas cartas para que su amado esposo, al cabo de varios meses, las recibiera. Hay que pensar en el estado de angustia, de desasosiego, de inquietud y desesperanza de estos dos seres humanos entre una carta escrita y enviada y el regreso de la respuesta. Eran meses terribles, días y semanas que amenazaban el matrimonio, el amor, el destino de una mujer sola, con tres niños pequeños».

De esta manera es que el autor queda cautivado hasta rendirse enredado en el embrujo de estas cartas, «y no me conformé con una lectura. Yo leí aquellas cartas hasta quince veces, todos los días. Fue una lectura apasionante y tormentosa que hice de esa parte vital del epistolario de la familia Henríquez Ureña. En la medida que hacía la lectura fue tirando de mí el desasosiego de la creación hasta que una noche escribí sin parar esta historia que terminé titulando Ruinas, en homenaje a un poema homónimo de Salomé Ureña de Henríquez».

Al profundizar en su argumento, García Romero manifiesta que se trata de una conmovedora historia de amor, abandono y soledad, en donde en ese momento Salomé Ureña es sólo la esposa de un profesor que estudia medicina en París, y que con el tiempo se convierte en Francisco Henríquez y Carvajal, el político, fundador de la Escuela Preparatoria en República Dominicana y presidente de la República en 1916.

«De manera pues, que se trata de un hombre de gran dimensión, que encabezó un gobierno que interrumpiría la primera intervención norteamericana que conocimos los dominicanos. Ese hombre fue el esposo de Salomé Ureña, y con ella procreó a los niños Frank, Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña», concluyó.

Una fructífera carrera

Con una brillante carrera en ascenso reforzada por una gruesa carpeta de premios y menciones, este impetuoso escritor que recibió el Premio Nacional de Cuento en el 2000, se ha enfrascado en la seria tarea que enternece al escritor.

Para su suerte, el trabajo le permite escribir a diario, de ahí que afirme que trabaja escribiendo, vive escribiendo y de escribir vive; al referirse a sus horas más productivas, explica que por razones laborales prefiere las últimas horas de la noche y parte de la madrugada, por resultarle ideales para escribir.

Lamentablemente tiene que sacar afuera esa triste sensación que le surge al darse cuenta que se ha caído en unos niveles de apatía e insensibilidad, al punto que la poesía ya no le interesa a nadie y por consiguiente tampoco a muchas grandes editoras.

De manera que «muchos de los libros de poesía que se publican hoy en el mundo son ediciones muy reducidas, y apenas se imprimen 200 o 300 ejemplares, por lo que esto que no llama la atención se pudre en la bella y transparente metáfora. Es muy duro y dramático. El poeta John Steinbeck se preguntaba: si lo que hago vale la pena, ¿por qué no lo hace más gente? Y, para nuestro caso, yo sustituiría el verbo hacer por leer».

Y al pensar en poesía, en este instante le viene a su mente la imagen de un pregonero que grita: ¡Poesía! ¡Poesía! ¡Acérquense! ¡Compren su poesía, señores! ¡Miren que portentos de versos! Aquí tengo la poesía de Pablo Neruda, los románticos del siglo XVII. Vamos, pueden apreciar los exquisitos poemas de Walt Whitman, un hijo de Manhattan. Vamos, señora, cómprele un poema de César Vallejo a su hijo. No se arrepentirá. Como parte de su propia historia cuenta que un poeta amigo, Guillermo Boido, a quien se honra nombrar, dijo que la poesía no se vende porque no se vende; lo que a su entender no representa un juego de palabras, sino la convicción de un poeta que advierte. Es entonces cuando él se pregunta: ¿están los tiempos para vender poesía?

Ahora bien, también entiende que la poesía dominicana tuvo su época y sus poetas. Se refiere a esa que guardó el sentir de Domingo Moreno Jimenes, Manuel del Cabral, Pedro Mir, Tomás Hernández Franco, Freddy Gatón Arce, Rafael Américo Henríquez, Franklin Mieses Burgos, Manuel Llanes, Luis Alfredo Torres, Héctor Incháustegui Cabral, y Aída Cartagena Portalatín, en un ciclo que según explica se cerró con René del Risco Bermúdez.

Entre los libros de cuentos que a la fecha ha publicado Rafael García Romero, se encuentran: «Fisión», «Bajo el acoso», «El agonista», «Los ídolos de Amorgos», «Historias de cada día», «La sórdida telaraña de la mansedumbre», «A puro dolor» y «Duro amar». Actualmente se encuentra trabajando en un libro que cree puede salir al mercado en dos o tres meses y lleva por título «El reto de escribir cuentos».

Respuestas a algunas inquietudes

¿Cuál es el libro que más ha llenado tus expectativas y por qué?

Ese que todavía no llena mis expectativas, pero que le da sentido de vida a cada segundo, a cada hora que le dedico, a cada palabra y todas las frases que a diario lo van engordando, pacientemente.

¿En algunos de ellos has enfocado, poco o mucho, parte de tu vida?

Si existen vivencias o jirones de memorias en mis cuentos te aseguro que no son las mías. Quizá debo hablar con mayor propiedad de un entorno humano, y que yo considero que es la fuente que me suple. Otra fuente son los sueños reales o esas historias que primero sueño en medio de conversaciones cotidianas.

¿Cómo te involucras con la literatura y desde cuándo?

Todo empezó con un primer cuento que escribí hace tres décadas. No sé la suerte de ese cuento, pero en cambio, recuerdo perfectamente que cuando terminé la última línea de aquel cuento, manuscrito, por supuesto, ya había leído y conocía los libros de muchos cuentistas hispanoamericanos. No sé con certeza cuantos relatos llegaron a seducirme por su olor. Aquella época fue maravillosa, creo que leí más de cien cuentos antes de tomar la decisión de enrolarme en la literatura.

¿Quisieras revelar el origen de las historias que has publicado?

En sentido general todas las historias que escribo tienen su origen en la lengua. Eso parece muy sencillo. Ahora, lo que no es sencillo es el ejercicio de la escritura. O sea, escribir una historia, inventar personajes y decir todo lo que hay que decir con las palabras adecuadas, de manera armónica.

¿Te sientes más cómodo como cuentista o como novelista?

Hay preguntas que uno, como escritor, tiene la humana tentación de transferírsela al lector. En mi caso, tengo más libros de cuentos publicados que novelas, pero eso no quiere decir que me sienta totalmente satisfecho con los cuentos. Todo lo contrario. El cuento, para mí, es una escuela, una forma de ensayo que me ayuda a caminar, a conseguir buenos diálogos, a trabajar el laboratorio humano. En el cuento me enfrento a diario con un reto, el reto que significa hacer un personaje con palabras, y, sobre todo, que sea creíble, que el lector pueda verlo y sentirlo. La novela exige más.

¿En qué te ha beneficiado el hecho de que tu libro «La sórdida telaraña de la mansedumbre» haya sido traducido al italiano, y varios de tus libros circulen internacionalmente?

Un escritor joven y todos los escritores dominicanos tienen dificultades de diversa índole. Aquí no hay negocios que vendan a los escritores y trabajen de manera agresiva el mercado del libro, y a falta de editores, el escritor primero tiene que escribir, y como de escribir aquí no vive nadie, tiene que definir y defender a diario su oficio, hacerse cargo del proceso para la publicación.

Podría decirse que hay un tema que te gusta tratar en tus obras, ¿sería el histórico?

No pienso esencialmente en un tema, sino en una atmósfera: la vitalidad de la ciudad con su gente y a través de su gente. Veo y asumo la responsabilidad para escribir mirando ese fenómeno que se da a diario, que es la evolución y el trajín de la vida en la ciudad.

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