¡Rompamos el cerco!

¡Rompamos el cerco!

FIDELIO DESPRADEL
¡Soñador, desubicado, desfasado, radicalero! Son tan sólo algunos de los epítetos con los que se intenta descalificar a todos aquellos que tenemos la osadía de plantearnos, como razón de nuestra existencia, seguir siendo fieles a los principios y prácticas que colmaron el país apenas cuatro décadas atrás, luchando por cambiar el rumbo impuesto al país.

    Un año atrás, en reunión que me tocó asistir, dos o tres antiguos compañeros de ruta le enrostraban estos epítetos al joven Juan Miguel Pérez, que con vehemencia recurría a aquellos principios y ejemplos, que para toda una generación fueron nuestro norte y los únicos caminos por los que vale la pena transitar.

    Pero estos atrevimientos no son más que un reflejo de algo que ha venido pasando desde finales de la década de los 70 y principios de los 80, cuando una acumulación de errores y desatinos de las fuerzas de izquierda, sumado al triunfo planetario, y en el país, de las peores causas de la humanidad, terminaron tendiendo un cerco de hierro a todo lo progresivo, de izquierda y patriótico, acumulado en este pateado país.

     En República Dominicana ese cerco de hierro ha sido más efectivo y catastrófico que en otras latitudes. Años de desatinos, sumado a la falta de capacidad para aprehender la situación, redujeron a la izquierda a su mínima expresión. La criminal involución de las cúpulas dirigentes del PRD y el PLD y el monopolio de todas las formas de comunicación y expresión por parte de los que han dominado la vida económica y política desde 1966, han completado el cerco de hierro tendido contra la población dominicana.

    La sociedad dominicana está hoy dominada por el consumismo, enanismo, la mediocridad, la corrupción, la doble moral y los peores valores de que es capaz el ser humano. A través de los medios a su alcance, el segmento de la sociedad beneficiario del modelo impuesto, muestra como modelo de éxito los peores antivalores. Líderes políticos y empresariales practicantes de las más “modernas” formas de corrupción y parasitismo, en vez de ser denostados por los medios de comunicación y por la sociedad misma, son convertidos en “personalidades”, y en algunos casos, como arquetipo de ciudadanos exitosos. El enanismo y la subordinación al poder del dinero y del gobierno, resultan los principales personajes públicos del país. La sociedad de las elites agasaja y rinde pleitesía a ministros, congresistas, funcionarios, “empresarios” y líderes políticos ahítos de fortunas mal habidas. Las primeras páginas y las páginas políticas y sociales de los principales medios (radiales, televisivos, escritos) son ocupadas por personas y actividades que nada tienen que ver con los ejemplos que requiere la sociedad para renovarse moralmente.

    La falta de alternativas, el fracaso acumulado por las fuerzas más sanas y de izquierda del país y este bombardeo sistemático de propaganda y ejemplos, sumado al conformismo y enanismo de algunos sectores, ex compañeros de ruta, han terminado por conformar un cerco de hierro, en el cual estamos inmersos el grueso de los ciudadanos y las fuerzas que pugnan por un cambio progresista en el país.

    Pero debemos entender que la fortaleza de ese cerco está directamente relacionada con la falta de determinación de los sectores más activos. Existe una gran rabia ciudadana. Una conciencia intuitiva en grandes núcleos. Abundan los ejemplos positivos en nuestra historia de los últimos 50 años.

    Lo central es ponernos en movimiento, y luchar por poner a la Nación en movimiento. No nos contentemos con señalar deficiencias y fracasos de personas e instituciones sociales. Cada ciudadano y ciudadana consciente debe comprender, y así hacérselo comprender a aquellos y aquellas sobre los cuales tiene influencia, que si nos decidimos ganamos y que si nos decidimos podemos cambiar nuestra situación y el rumbo del país.

    La cuestión está en nosotros y nosotras, los ciudadanos de la República Dominicana. La cuestión central es la Unidad de la Nación. Y cuando digo la unidad de la nación, me refiero a la unidad de esa inmensa mayoría de los sectores afectados por el modelo que nos han impuesto.

    Esa búsqueda de la Unidad de la Nación, es la política que debe y puede unirnos. Y esa unidad se da por fuera de los agrupamientos donde cada uno de nosotros se desenvuelve. Lo que requiere el país es la unificación de los ciudadanos y ciudadanas y de las organizaciones sociales y políticas, alrededor de una política, de unos ejes programáticos y de muchas y muchas caras, en cada sector o municipio, y a nivel nacional. Y esa unidad como política requiere la comprensión de la diversidad que constituye la población afectada por el modelo. Sin el reconocimiento de esta diversidad y sin integrar este concepto al esfuerzo, la política de unidad de la nación se convierte en un decir; en frases vacías, imposibles de aplicar. 

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