Ropa interior de mujer

Ropa interior de mujer

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Querido Miklós: hace tres días el crítico Kisfaludy comentó los últimos escritos de nuestro amigo Ladislao Ubrique.  Afirmó que esos relatos – reflexiones eran “filosóficamente erróneos, políticamente  descarriados, genéricamente confusos, pero literariamente  encantadores;  el autor  acomete  con  desenfado y atrevimiento muchos asuntos pertinentes, aunque los trata en forma tangencial”. Kisfaludy es el tipo de la corbata verde  que suele almorzar  en  el Gran Hotel Kempinski. Se ha hecho famoso  por su corbata estridente.

El gobierno le paga para que zahiera a ciertas personas  que no gozan de la buena voluntad del Ministro de lo Interior. Creo que en este caso él escribe lo que piensa y no lo que le ordenan. De todas maneras, siempre se cubre las espaldas con el partido y con los editores del  periódico. Ya sabes: “política y filosofía son piedras con las que no se debe tropezar”, como decía el  doctor Lugosi para que no cayéramos en “trampas dialécticas  burocráticas”. ¡Qué hombre tan ladino ese! Sin embargo, de nada sirvieron sus poses teatrales y la diplomacia monárquica que empleaba todos los días; los alemanes lo fusilaron.

Este  Kisfaludy no prolongará el honor de su nombre. Y podría acabar mal. Él percibe la energía que irradia Ladislao y sospecha que su talento lo llevará a conclusiones peligrosas.

– Los hombres padecen diversas clases de furores, manías, obsesiones, de las cuales casi siempre podemos librarnos las mujeres. A todos ustedes les apasiona lo que hacen; dejan de dormir o de comer para conseguir un dato necesario, para consultar un libro  viejo o comprobar la cita de un texto. Gastan horas y horas  en conversar acerca de la misma cosa, en dar vueltas en redondo para terminar en el mismo lugar. Es claro que hay que dormir cierto número de horas todos los días; tenemos que sentarnos a la mesa a comer, mucho o poco. Nadie puede vivir sin comer, sin descansar, sin bañarse, sin lavar la ropa, sin disponer de algún dinero. Al final de los apasionamientos – científicos, literarios, políticos, económicos – nos espera la rutina cotidiana. Los hombres lo olvidan con frecuencia. Cuando no caen vencidos y sobreviven a su propia turbulencia, es a causa de las revisiones de  sus esposas, madres, amantes. O sea, del  auxilio de las mujeres. La vida humana requiere un cauce, un riel por  el  cual discurrir. Es una cuadricula rígida de la que los hombres luchan por salir. No se dan cuenta que la idea genial, el descubrimiento maravilloso, el premio de lotería, tienen lugar en algún punto de esa rutina.

– La  mujer nunca olvida que los pasillos de la casa han de barrerse, que los platos deben fregarse, que es obligatorio disponer el desayuno. Sabes muy bien que he adquirido más educación que la mayoría de los varones de nuestra promoción. No estoy abogando para que las mujeres regresen a la posición doméstica y subalterna que tenían en la época de mis abuelas. De no haber sido por tu madre y por tu hermana estarías hoy muerto o encarcelado. No hay que perder la vida. Es mucho mejor conservar la vida. Lo que hagas con tu vida es ya otra cuestión. No obstante, tanto el simple “uso de la vida” como su rendimiento, dependerán del marco rutinario de que estemos rodeados. El hombre común necesita cama y almohada para trabajar con regularidad. Por parecidas razones debemos preservar almohada y cama – dos comodidades mínimas – para los artistas, investigadores, poetas, pensadores, matemáticos. Genios, talentos y hombres ordinarios – todos – deben dormir bien. Cualquier día un funcionario de la ONU “exigirᔠen la Asamblea General que la posesión de cama y almohada sea consagrada como un derecho humano “inalienable”. Esto último, Miklós, es un chiste político de Ladislao, que no hago más que repetir.

– Tengo aún muy vivo el recuerdo del desagrado de Ladislao ante el atuendo con que se presentaban en público los cantantes de música pop. “Esa chaqueta parece el envase de  seguridad de un medicamento”. “Aquel otro está envuelto en papel de estaño, como un bombón de lujo”. “El sombrero debe haber salido de un basurero olvidado”. “Canta en una prosa mascullada próxima al gruñido”. A menudo hacia esta clase de comentarios. Reía a todo pulmón y proponía enseguida ir a un lugar donde hubiese menos ruidos a beber una copa de vino.  Solo reía de igual modo cuando veía mi ropa interior tendida en la azotea. Debo comunicarme con Ladislao antes de que  termine el otoño. Sé que volverá a Hungría; él no se quedará  en  los Estados Unidos y mucho menos en Cuba. Le  conozco bien, su lugar está aquí en Europa; yo viajaré el fin de  semana; estaré fuera de Hungría no se hasta cuando.

Quiero que entregues a Ladislao un paquete de parte mía. Contiene una carta explicativa, un extenso documento sobre los temas en  que  trabaja Ladislao; también varias fotografías tomadas en Budapest en los últimos años.

Deseo  que vengas a mi casa para entregarte los papeles personalmente y rogarte que pongas el mayor empeño en hacerlos llegar a su destinatario. También quiero poner en tus manos dos abrigos y unos guantes que Ladislao dejó en mi guardarropa. Estoy segura de que vas a necesitar esas prendas en el invierno, cuando salgas del país. Casi toda mi ropa, mis libros, adornos de la casa, quedarán al cuidado de la señora Gizella Ferenczy, a quien conoces perfectamente. A ella daré las señas de mi paradero; a ella deberás recurrir para informarme cuando hayas cumplido con el asunto de Ladislao. Tengo el alma agarrada de un hilo. No sé qué ocurrirá la próxima semana o el año que viene. Nada mortifica más que la incertidumbre. Es doloroso no saber nada de Ladislao; tampoco sabré de ti por mucho tiempo. Confío en tu fortaleza, honestidad y sentido del deber. Abrazos. Panonia.

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