POR GRACIELA AZCARATE
Qué casualidad que confluyeran esa noche, en el marco de los inicios de la Octava Feria del Libro de Santo Domingo, en la conferencia sobre Roque Dalton, el conferencista Luis Alverlanga, joven poeta y ensayista salvadoreño, la presencia intangible de Claribel Alegría a quien reconoció su amiga y la noticia de que quieren llevar a prisión a Ernesto Cardenal, en una triste celada tendida por Daniel Ortega su antiguo compañero de la revolución sandinista.
Es como si la muerte de Roque Dalton a manos de sus propios compañeros de militancia en 1975, fuera una constante perversa que devuelve la imagen recurrente de Cronos devorándose a sus propios hijos. Parece esa página llena de tristeza y desgarro donde Sergio Ramírez en Adiós muchachos más que analizar las causas de la derrota sandinista hace el duelo por una revolución perdida y traicionada.
Si la conferencia de Luis Alverlanga fue rica en datos del poeta, en la armadura de todo un militante de la poesía de los sesenta, su conversación fue un hito porque reunió a la vieja generación de poetas dominicanos que como bien dijo Pedro Conde Sturla, su presentador, tuvieron en Roque Dalton el faro de luz que iluminó la generación que después de abril hizo poesía con la misma rabia, con el mismo sarcasmo y con el mismo sentido ético que le impuso el salvadoreño a toda su obra.
La biografía que hizo Luis Alverlanga novelada y salpimentada con su reflexión de joven poeta puede resumirse en un Roque Dalton que nació el 14 de mayo de 1935 en San Salvador. Hijo de madre soltera, su padre fue un acaudalado millonario norteamericano que lo reconoció mucho más tarde. Estudió derecho y antropología en las universidades de El Salvador, Chile y México. Desde muy joven se dedicó al periodismo y a la literatura, obteniendo diversos galardones en certámenes nacionales y centroamericanos. Publicó sus primeros poemas en la revista Hoja (Amigos de la Cultura, San Salvador, 1956) y en Diario Latino de la misma ciudad.
Por su militancia política, sufrió cárceles y destierros. Vivió emigrado en Guatemala, México, Cuba, Checoslovaquia, Corea, Vietnam del Norte y otros países. A finales de 1973 regresó al país bajo el seudónimo de Julio Delfos Marín, para integrarse al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Muere asesinado por sus propios compañeros el 10 de mayo de 1975.
Publicó una vasta obra poética: Mía junto a los pájaros (San Salvador, 1957) .La Ventana en el rostro (México, 1961), El Mar (La Habana, 1962), El turno del ofendido (La Habana, 1962) Los Testimonios (La Habana 1964), Poemas (Antología, San Salvador, 1968), Taberna y otros lugares (Premio Casa de las Américas, Cuba) (La Habana 1969), Los pequeños Infiernos (Barcelona 1970).
Entre sus ensayos se encuentran César Vallejo (La Habana 1963), El intelectual y la sociedad (1969), ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha (La Habana 1970). Miguel Mármol y los sucesos de 1932 en El Salvador (1972) y Las historias prohibidas del pulgarcito (México, 1974). Póstumamente se publicó su novela Pobrecito Poeta que era yo (1981) y las obras poéticas: Los Hongos, Un libro levemente odioso (1989) y Contra ataque.
Taberna y otros lugares obtuvo el premio de poesía de Casa de las Américas. El premio fue unánime, y premió no sólo a uno de los poetas más vitales y removedores de América Latina, sino también a uno de los que mejor supo conjugar el compromiso político con el rigor artístico.
Luis Alverlanga confesó a lo largo de esa biografía que fue desgranando que era un jovencito cuando leyó ese libro de poemas, que no lo entendió en su mayoría pero que se le quedó como marcado a fuego que eso que había leído era poesía auténtica.
Cuando Marío Benedetti lo entrevistó en La Habana por el premio de Casa de las Américas, Roque Dalton dijo:
( ) Taberna es virtualmente una crónica de los esquemas mentales de un sector importante de la juventud checa, en los años 1966 y 1967. El método de trabajo fue el siguiente: hay en Praga una taberna muy famosa, una cervecería que data del siglo XIII, llamada Ufleku, donde se reúne la juventud checa a beber cerveza y a conversar; también concurren muchos extranjeros residentes en Praga. En varias oportunidades, escuché allí trozos de conversaciones; eran de tal interés (sobre todo si se considera el marco en que se daban: un país socialista, a veinte años de revolución) que me impulsaron a tomar apuntes. De pronto me di cuenta de que eso era un material sociológico y que yo estaba efectuando una suerte de furtiva encuesta acerca de toda una ideología. Confieso que empecé sin propósitos demasiado definidos, simplemente ordenando lo que recogía; luego pensé que el posible mérito era la propia existencia de ese material, y que el trato más adecuado debía ser una rigurosa objetividad. Me decidí entonces a construir un poema, debido a que las expresiones recogidas tenían suficiente calidad literaria; un poema en el que fuera posible introducir aquellas expresiones, dejando que por sí mismas construyeran sus posibilidades de conflicto. Las yuxtapuse y les di algún tipo de mon-taje, pero sin intención de jerarquizarlas entre sí. Algo así como un poema-objeto; sin embargo, la carga política era tal, que dejó de ser un poema-objeto para convertirse en algo eminentemente político.
( ) Mis poemas representan la visión de un latinoamericano, en esos años, o sea cuando se estaban gestando muchos de los conflictos de hoy. La parte intermedia es una visión de mi país, a partir de una mirada extranjera. Otra vez una poesía de personajes. Pongo a hablar a los integrantes de una familia inglesa, muy decadente y aristocrática, que llega a El Salvador con el objeto de rehacer su fortuna, perdida en Inglaterra, y que se enfrenta a las condiciones de un país subdesarrollado, con la actitud de la aristocracia inglesa venida a menos. Tuve noticias de esa familia por expresiones que le oí a mi padre (quien, como sabes, era norteamericano), refiriéndose a la total incomprensión con que esos ingleses miraban el país. Esbocé esos personajes melancólicos, y construí una serie de poemas que son una manera de reírnos los latinoamericanos de la visión que de nosotros tienen los europeos.
Los intelectuales tendríamos que concurrir a la elaboración del nuevo tipo de relaciones entre el artista y la revolución, con absoluta conciencia de ese tipo de peligros. La última experiencia histórica nos demuestra que, precisamente por nuestras debilidades ideológicas, por nuestros prejuicios pequeñoburgueses, por el tipo de sociedad en la que hemos estado inmersos y que tanto nos ha deformado, tratamos de preservar nuestra individualidad hasta territorios que contradicen las raíces mismas de nuestros ideales humanistas.
¿Qué les ha pasado a los grandes poetas que han tratado de convertirse en fiscales intocables de la vida pública, o a los escritores que, en nombre de una supuesta libertad intocable, tratan de convertirse en víctimas de la historia? A pesar de lo conmovedores que puedan parecernos sus avatares, debemos reconocer que uno a uno han ido cayendo y han terminado por incorporarse, muchas veces a pesar suyo, a la gran industria del espectáculo editorial, del gran show editorial que, detrás de su apariencia luminosa, tiene intereses concretos que pueden responder al enemigo. Cuando una personalidad que maneja los problemas de la conciencia, de la historia, de la cultura, y que muchas veces ha sido portavoz de grandes inquietudes de nuestras masas, cuando un poeta a quien el pueblo le ha dado su calor, cae en la industria del espectáculo a que aludo, se convierte de inmediato en un elemento más de la enajenación de nuestras masas populares y por lo tanto pasa a cumplir una labor histórica francamente negativa, reaccionaria.
Al despedirse en broma dijo: No soy amigo de dar consejos. Pero ya que me lo preguntas, me permitiría aconsejar a los escritores viejos sólo dos cosas. A los que puedan, que rejuvenezcan lo antes posible; a los que sean honestos, que sigan siéndolo, ya que de ese modo nos seguirán enseñando. Pienso en un escritor a quien conocí cuando era relativamente honesto, aunque ya bastante viejo: Miguel Angel Asturias. Ya que a esta altura no podría conseguir ni la juventud ni la absoluta honestidad, quisiera aconsejarle que renuncie a la embajada de Guatemala en París. Quizá así podría conservar por lo menos un poquito del decoro que Sartre otorgó al premio más municipal de la tierra.
Treinta años después su irreverencia, su humanidad y su sabiduría de poeta sigue tan lúcida y premonitoria como entonces.
El vía crucis de Roque
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos. Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza. Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.
Eduardo Galeano
Efemérides de Mayo
A ese muchacho se le ve la muerte en la cara le dijo Aurora a Luisa, refiriéndose a Roque Dalton.
Qué va exclamó Luisa, es como los gatos. Siempre se escapa de la muerte en alitas de cucaracha. La primera vez lo salvó un temblor. Estaba en la cárcel de Cojutepeque, el temblor botó la pared y él pudo escaparse. La segunda vez sólo le faltaban dos días para ser fusilado y en eso vino el golpe que derrocó a Lemus, el dictador de turno.
Roque y Luisa nunca se conocieron personalmente, pero se escribían cartas desde Praga y París, donde ambos se deleitaban hablando de las pupusas salvadoreñas, del gallo en chicha, de los panes con chumpe y de todos esos sabores y olores exquisitos que en Europa les estaban vedados.
Una vez que Luisa viajó a Cuba, Roque la estaba esperando en el aeropuerto con un ramo de flores, pero el avión de Luisa se retrasó dos días y él tuvo que viajar al interior.
Desde allí le enviaba papelitos que invariablemente le entregaban a la hora del almuerzo.
Nunca llegaron a darse un abrazo, pero un amigo común aseguraba que según Roque, Luisa le había enseñado a bailar la rumba.
Años más tarde, ese mismo amigo llamó a Luisa para anunciarle la muerte de Roque. Las informaciones eran confusas, imprecisas, todavía no se sabía quién lo había asesinado.
A Luisa le impresionó profundamente la noticia y esa misma tarde, para sentirse un poquito más cerca de él quiso leer en voz alta algunos de sus poemas. Abrió el libro al azar y sus ojos tropezaron con los versos: Cuando sepas que he muerto, no pronuncies mi nombre.
Caribel Alegría
Luisa en el país de la realidad.