La partida de Rosa Tavárez hacia la eternidad causó una verdadera conmoción. Cuando fallece un artista, siempre se lamenta su pérdida y como lo sentimos, ya que el arte es una gran familia. Pero el deceso de esta creadora, pedagoga, mujer, madre, luchadora, compañera, ha motivado una intensa y singular congoja.
Es que Rosa Tavárez era una amiga del alma. Para muchas de nosotras, para muchos de nosotros, se fue una hermana, un apoyo del corazón, un desahogo de las penas, una dueña de las energías positivas. Más allá de una producción inmensa, de compromisos ilimitados en categorías visuales, permanecerá un vínculo humano que la memoria cuidará como si todavía Rosa estuviera viva, fuerte, generosa.
Desde que se supo la noticia infinitamente triste, redes, programas, notas, reseñas – pocas veces tan emotivas – recordaron la brillante y extensa carrera de Rosa Tavárez durante casi seis décadas: estudios, exposiciones, proyectos, docencia, investigación, dirección de la Escuela Nacional de Bellas Artes y del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos. El último florón de una corona de éxitos fue el Premio Nacional de Artes Visuales, otorgado por el Ministerio de Cultura, distinción cimera que provocó un regocijo unánime.
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Ahora bien, evitaremos repetir los datos que tan elocuentemente se han publicado, nos referiremos a un episodio fundamental y finalmente a la excelencia del oficio de Rosa Tavárez.
Distinción internacional
Rosa Tavárez fue, en 2012, uno de los 24 artistas magistrales invitados– uno por país-, oriundos de España, Portugal y América: ellos entregarían una pintura, y, en base a esta, realizarían grabados originales. La convocatoria, históricamente motivada por el Bicentenario del Tribunal Supremo y de la primera Constitución española – popularmente llamada “la Pepa”-, pedía al artista tratar el concepto de justicia.
Tuvimos el honor de recomendar a Rosa Tavárez, pintora y grabadora, inmediatamente acogida. Si no la pudimos acompañar, por una dramática razón familiar – la enfermedad fatal de mi esposo-, nos alegró el éxito rotundo de la representante dominicana y de su trabajo entre sus pares iberoamericanos del arte y de la crítica.
No solamente consideramos maravilloso que un aniversario oficial de tanta magnitud se celebrase con una muestra de arte, sino más impresiona aún que la categoría del grabado, desgraciadamente incomprendido aquí por públicos, coleccionistas e instituciones, haya sido la elegida para una fecha excepcional.
Cuando se anunció el Premio Nacional otorgado a Rosa Tavárez a la gestora cultural, curadora y artista española Mónica Sarmiento, esta mandó un mensaje:
“Creo que ahora su emoción será mayor al saber que la colección de las obras gráficas y el libro del Bicentenario (del Tribunal Supremo del Reino de España) pasan a formar parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Nos han aceptado.(…).”
Una obra gráfica de Rosa Tavárez ingresó al famoso Moma, sueño de todos los artistas, además de formar parte de la colección de arte de la Casa Real de España, ¡otro alto honor y primicia!
Grabado inigualado
Este episodio, memorable por cierto, corresponde a la brillantez de Rosa Tavárez como talento estelar de la gráfica y la más importante investigadora en esta disciplina. Ella llevó el grabado a niveles inigualados en el ámbito dominicano, experta no solamente en litografía, sino en múltiples procesos y técnicas, que estudió, dominó, perfeccionó, así xilografía, intáglio, aguafuerte, agua-tinta, colografía, experimentos mixtos… una diversidad increíble.
Ahora bien, en la década del 80, la desventura dominicana del grabado obligó a Rosa Tavárez -académica sobresaliente desde la Escuela de Bellas Artes en dibujo y pintura, con extensos postgrados en Estados Unidos-, a apartarse parcialmente de la gráfica y a trabajar cada vez más en pintura. Sin embargo, mantuvo fervor y compromiso admirable, hasta fundar en los albores del tercer milenio, la Casa del Grabado, dedicada tanto a su investigación como a su rescate.
Rosa Tavárez lo hizo con pasión. Comunicó su sabio oficio a la obra pictórica y se convirtió al expresionismo… Culminación de esta valiente dualidad, fue la magna exposición en el Museo de Arte Moderno, que causó asombro: Rosa pintora se impuso tanto como Rosa grabadora, ambas compartían los espacios. La artista, de naturaleza arrebatadora –lo dijo Jeannette Miller-, desafiaba la excelencia en otro medio. Nadie como una experta del grabado puede manejar las superficies según variaciones ilimitadas.
Y sobre todo, Rosa Tavárez, la generosa, la apasionada, la alegre, la vehemente, la militante, la cariñosa, fue una amiga del alma.