Rosa y el ojo crítico

<p>Rosa y el ojo crítico</p>

POR FRANK MARINO HERNÁNDEZ
Rosa Pichardo es una atrevida. Lo es porque revela el valor y su independencia de criterio al atreverse a producir y presentar al público una obra de creación intelectual, más que de silvestre y espontánea inspiración en un medio saturado de copias, imitaciones, acomodación a la moda y corrientes prevalecientes en los principales mercados del arte.

Y Rosa hace su pintura con dominio de la forma y del color, pero sobre todo con un rigor intelectual que pone de relieve su dominio de la historia y de las ideas, de los clásicos y de los contemporáneos, y de los temas que han animado a unos en distintas épocas y en distintos ambientes.

En el oficio de pintar, la autora no se hace concesiones y se vale de recursos de representación tanto tradicionales como innovadores, pasando desde el reino del poder y de la filosofía, hasta la candidez de obras que lindan con la inocencia del arte infantil y popular.

Hay obras en esta colección que nos recuerdan las ilustraciones magistrales de un Doré y los dibujantes y grabadores como lo fueron, Daumier, Delacroix o Gericault a pesar de que no es esta una exposición de dibujos. Sin embargo, es válido recordar a Colson cuando enfatizaba que detrás de cada gran pintor había un formidable dibujante.

Decía un anuncio publicitario de mis años mozos que en cuestión de gustos el dominicano es exigente en extremo. De acuerdo. Podemos aceptar la obra de Rosa como buena y válida o simplemente rechazarla por no seguir la corriente abstraccionista y poco exigentente actulamente de moda y coincidente con una actitud de complacencia que resta incentivos a jóvenes artistas para superarse y hacerse del dominio de un oficio que justifique el calificativo profesional de pintor o pintora.

La obra de Rosa revela ideas, oficio, dominio y preocupación por la historia y un sentido crítico y racional, que ya quisiéramos para políticos, escritores y periodistas. Es fácil entroncarla con los clásicos representativos del pasado como manifestaciones propias de su época, esta época de indulgencias y complicaciones colectivas. Además, cuando Rosa elige los objetos protagónicos de un cuadro, sin propósitos anecdóticos o evocadores de situaciones generadas por otros, el resultado es impresionante.

Para muestra de esa verdad basta con ver, mirar y observar “El Caribe Global” o “El Eterno Retorno”.

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