Rubén Echavarría – Dilema de un presidente

Rubén Echavarría – Dilema de un presidente

El dilema que se le presenta al nuevo gobierno es como para soluciones salomónicas. En sentido general el sector de los ricos lo apoya en las elecciones para preservar sus intereses que estima en peligro, el de los pobres lo hace con la esperanza de sobrevivir.

Por una de esas circunstancias de la vida, aquel rey sabio llamado Salomón ordenó cortar en dos mitades al niño de la histórica disputa con el propósito de descubrir a su verdadera madre.

Y la descubrió e hizo justicia.

Pero aquí ni intentarla se puede.

Porque para un funcionario llevar al banquillo de los acusados a cualquier sospechoso de poseer bienes mal habidos, es como una mala palabra y más molesta que encarcelar a toda nuestra población con sus ocho millones de habitantes juntos.

A tres mil años casi exactos de la muerte de Salomón, el rey sabio y justo sigue teniendo vigencia. Y cualquier intento que se haga en defensa de una verdadera justicia es considerado improcedente y atentatorio a la gobernabilidad, que es sinónimo de impunidad.

Pero si improcedente es abogar por una justicia sana para mejorarlo todo, no procedente deberá ser cualquier intento de disminuirla o demorarla mediante diálogos manipulados y penosamente contaminados.

Porque ya no se trata de repetirle por los siglos de los siglos a un sector que sea más generoso y al otro menos exigente. Ni tampoco de intentar unir mientras tanto sus grandes diferencias con Coquí para ganar tiempo.

Se trata, más bien, de enunciar lo que se espera oír en breves y sencillas palabras para que la gente no se pierda, entienda y sepa en cuál pie estará parada.

Porque (entre nosotros) ya todo el mundo sabe lo que hay aquí y lo que hay que hacer aquí.

Lo único que falta es hacerlo.

Y como Dios manda.

Ahora bien, si los que pueden hacer no hacen es porque no quieren o no se atreven.

A partir del dieciséis de agosto el presidente electo de un partido fundado por la sensibilidad social de un hombre, se encontrará en la disyuntiva de inclinarse por quienes le dieron el dinero para su campaña o por aquellos que votaron en forma masiva para que ganara abrumadoramente. Tanto un sector como el otro esperan las primeras decisiones del nuevo gobierno con oídos bien abiertos.

A partir del día en que se conmemora la gesta restauradora el presidente electo se encontrará al inicio de su mandato en el banquillo del Palacio Nacional con un millón setecientos setenta y un mil trescientos treinta y siete votos, una economía en crisis y la oportunidad de mejorar la vida dominicana, saneando a la vez al país, sin subterfugios ni privilegios, de los ladrones de bancos, de los perversos, de los políticos corruptos, los sinvergüenzas.

A partir del dieciséis de agosto de un año bisiesto y trágico, el nuevo mandatario se encontrará acompañado en su palacio, pero ciertamente solo.

Solo frente al pueblo que lo observa, solo frente a la historia que lo juzga, y solo antes los ojos de Dios que le ha permitido una segunda oportunidad.

Y esto, el doctor Leonel Fernández Reyna lo sabe mejor que nadie.

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