Rufianes, lágrimas y escupitajos

Rufianes, lágrimas y escupitajos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El novelista norteamericano John Steinbeck solía hablar de «el cinturón neurótico del sur». Se refería a ciertos escritores tremendistas que disfrutaban al mostrar las debilidades y miserias que arrastra siempre la condición humana. Steinbeck creyó que era un asunto localizado geográficamente, como si se tratara del «cinturón del maíz» que describen las cotizaciones de la lonja de los granjeros de Chicago. Escritores desalentados los hay en todas partes. Son varios los escritores irlandeses que aseguran que la vida humana no es mas que «un escupitajo».

Sin embargo, cualquier persona en su sano juicio podría observar que ese «escupitajo» es lo único importante que tenemos. Centenares de escritores, a lo largo de siglos, han afirmado que la vida merece ser vivida, no importa cuantas dificultades surjan durante el trecho que va del nacimiento hasta la muerte. La vida es buena desde que abrimos los ojos a la radiación luminosa y contemplamos una flor, una piedra, la puesta del sol. Tan pronto mordemos una fruta y el jugo corre dentro de nuestras bocas, sabemos que «la vida debe seguir». La vida se prefiere –aún sin reflexión– porque es el valor radical, el valor en el cual echan raíces todos los demás valores. Es el fundamento último de la axiología. Un extraño tropismo empuja al girasol a presentar la corola a la luz solar; los espermatozoides navegan ciegos en el semen en busca de óvulos que fecundar. La vida persigue su conservación, su continuidad y perpetuación.

John Steinbeck leía con frecuencia una traducción inglesa de los sonetos a Laura, de Petrarca. Casi nunca podía terminar la lectura sin llorar. Así lo cuenta Nathaniel Benchley en un prefacio a la obra del gran novelista que tituló «Cumplidos de un amigo». Steinbeck jamás aplastó sus sentimientos con razones intelectuales o para parecer «un macho duro». Las palabras exactas de John Steinbeck –en su contexto– sobre los escritores abatidos por naufragios y caídas –personales o colectivas– son las siguientes: «La moda actual de la literatura es derrotar y destruir a todo el mundo; pero yo no creo que el mundo se destruya. Puedo nombrar una docena de personas que no fueron destruidas y gracias a ellas vive el mundo (…) Los escritores contemporáneos, yo incluido, tenemos una tendencia consistente en celebrar la destrucción del espíritu y Dios sabe que lo ha sido muy a menudo. Pero lo sobresaliente es que a veces no es así. Y creo que ya es hora de que yo lo diga. Habrá grandes escarnios provenientes del cinturón neurótico del sur, de los escritores maduros, pero creo que a los grandes, a Platón, Lao Tse, Buda, Cristo, San Pablo y a los grandes poetas hebreos no se les recuerda por negación o denegación. No es que sea necesario ser recordado, pero existe en la literatura un propósito que puedo ver, aparte de hacerlo de manera interesante. Es el deber del escritor de levantar el ánimo, de animar, de alentar. Si en algo ha contribuido la palabra escrita al desarrollo de nuestra especie y de nuestra cultura subdesarrollada es en esto: Los grandes escritos han sido puntos de apoyo, una madre a quien consultar, una sabiduría para comprender la locura más absurda, una fuerza en la debilidad y el valor de soportar la cobardía mas infame. Y no sé cómo un enfoque negativo o desesperado puede pretender ser literatura. Es verdad que somos débiles, enfermos, horribles y peleones, pero si eso fuera todo, hace milenios que habríamos desaparecido de la faz de la tierra y unos cuantos restos de huesos maxilares fosilizados, unos cuantos dientes en estratos de cal seria lo que nuestra especie hubiera dejado sobre la tierra». Steinbeck fue un «escritor comprometido», comprometido con todos los hombres, no con una parte de ellos. En el párrafo anterior hemos apuntado que el pobre John Steinbeck, además de escribir hermosas novelas y cuentos electrizantes, también lloraba a causa de las emociones que desatan las obras de arte. El poeta dominicano Franklin Mieses Burgos escribió un intrincado poema, Demonio de ceniza, en el que afirma: «¡Nada es útil al hombre si no sale de él / por la piedad y el llanto!». Es probable que John Steinbeck no hubiese previsto las indiscreciones de su amigo Benchley, en cuya cocina «armaba auténticos desastres (…) intentando hacer papel maché con la trituradora utilizando una mezcla de papel periódico, agua y harina», compañero inigualable para conversar inteligentemente y beber whisky. Fue Benchley quien reveló que Steinbeck regaló a su mujer una pistola de vaquero de juguete… un día de San Valentín. También difundió la noticia de que tenía la debilidad de llorar con los sonetos de Petrarca, para algunos una «llorisma» clásica vergonzosa.

Las lágrimas han sido desalojadas de la literatura contemporánea; demasiadas lágrimas hubo en la literatura romántica del siglo XIX. El lugar de las lágrimas ha sido ocupado por la violencia irracional, por las luchas – impiadosas y sin principios – de rufianes, espías internacionales, traficantes de drogas, asesinos a sueldo. Los editores de las grandes ciudades han democratizado la literatura, una antigua afición aristocrática. Por medios publicitarios han logrado inducir un cambio radical en los sentimientos de las masas, en el gusto del «gran público». A la ignorancia y a la pobreza tradicionales han añadido truculencia, pésimos modales y brutalidad. La vulgaridad se ha vuelto una moda: en el habla cotidiana, en el vestir, comer o «interactuar». Hasta las ropas deben parecer sucias y gastadas, en camino de ser harapos. El primero en notar esa nueva tendencia –todavía en embrión en el siglo XIX– fue Tocqueville. En La democracia en América, tomo I, sección 2, apartado 20, nos explica: «La democracia no solo hace penetrar la afición literaria en las clases industriales, sino que introduce el espíritu industrial en el seno de la literatura (…) En las literaturas democráticas (…) hormiguean los autores que no ven en las letras más que una industria, y, por algunos grandes escritores que en ellas vemos, se cuentan a miles los vendedores de ideas».

Publicaciones Relacionadas

Más leídas