Hace unos días en una entrevista para el diario hermano Listín Diario con la talentosa periodista Doris Pantaleón, señalamos los daños al sistema nervioso que causa la música estridente. En la oportunidad enfatizamos que los ruidos estruendosos dañaban el cerebro y los nervios por distintas vías y es de lo que hoy “conversaremos”. ¿Cómo oímos?: el sonido entra al oído por el canal auditivo externo y hace que la membrana del tímpano vibre. Las vibraciones transmiten el sonido en forma de energía mecánica, mediante la acción de palanca de los huesecillos. Luego, esta energía mecánica es transmitida a los líquidos del oído interno en la cóclea, donde se convierte en energía eléctrica que entonces viaja por el nervio vestíbulo-coclear hacia el sistema nervioso central y llega ese impulso al cerebro, particularmente al lóbulo temporal (de la audición) situado detrás de ambas sienes.
Los ruidos fuertes pueden provocar daños irreversibles a la capacidad auditiva tal vez sin haber experimentado ningún síntoma previo, quizás algún “pitico” (el tinnitus). En el oído interno están los cilios que son células especializadas que se conectan con el nervio coclear que llega hasta el cerebro. Cada una de estas células ciliadas tiene unas 20 conexiones (sinapsis) con el nervio coclear. Cuando hay trauma sonoro, se van perdiendo estas sinapsis o conexiones de las neuronas que nos permiten oír, con el agravante de que no son reemplazables, las que mueren o pierden sus conexiones no se regeneran. Debemos agregarle también, la degeneración de todo este sistema auditivo por el indefectible paso de los años.
Se estima que un tercio de la población mundial y el 75% de los habitantes de ciudades industrializadas padecen algún grado de sordera o pérdida auditiva causada por exposición a sonidos de alta intensidad. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) hay 1,100 millones de jóvenes en el mundo en riesgo de sufrir alguna forma de pérdida de la audición. Más de 743 millones entre las edades de 12 a 35 años, muestran ya discapacidades auditivas. El 50% de esta franja es producto del alto ruido en los auriculares de sus MP3 y los teléfonos inteligentes y un 40% por estar expuestos a niveles nocivos de los decibles aceptados, en clubes, discotecas y bares. Para el oído humano, los niveles de 85 decibeles o más ya son dañinos. Si a las estridencias ruidosas le agregamos, alcohol, drogas, bebidas energizantes, estimulantes sexuales, etc., se convierte el personaje en un hiperestimulado “superhombre”, toma el volante y que Dios lo proteja a él y a los demás con los que se pueda encontrar. Si tiene por ejemplo una cardiopatía, o una alteración visual, o un descontrol de personalidad, ya sabemos los resultados, muy tristes tragedias.
Luego de la exposición a estos altos ruidos, puede presentarse la aparición de zumbidos de oídos, esas chicharras internas que nos persiguen todo el día, y que empeoran con el silencio (el tinnitus), fatiga auditiva, cefaleas, los mareos y el estrés son también frecuentes. Pero por igual puede ir acompañado de daño cardiovascular, la combinación de respuestas nerviosas y hormonales aumentan la tensión arterial por los ruidos. Esas mismas estructuras neuronales, inducen a la irritabilidad y a la desconcentración. Está demostrado que el ruido aumenta las probabilidades de infartos cardíacos y la producción de las temibles arritmias cardíacas, que son fuentes de embolismos al cerebro, produciendo infartos cerebrales, con la constelación de manifestaciones que van desde la visión doble hasta la pérdida de la fuerza en un hemicuerpo, vértigos, visión borrosa, voz estropajosa, etc. Parte de la conducta violenta que exhibimos los dominicanos es secundaria al ruidoso entorno de nuestras ciudades.
Y así vemos el impacto negativo que tiene el ruido provocado por el indolente guagüero que toca una estridente bocina, o por el ruidoso colmadón, o el joven oyendo un radio que se escucha en la luna, el bullicioso motorista, o estar en un “estridente” lugar cerrado, donde no se puede ni conversar. Está demostrado que el ruido afecta el rendimiento intelectual, sobre todo la memoria a corto plazo, aun en esos empleados que trabajan en grandes oficinas en un espacio único, en respuesta a “los ecos” ellos =, al igual que los alumnos de escuelas no sonorizadas adecuadamente, tienen menor rendimiento, pues también sufren alteraciones auditivas. En conclusión, la higiene auditiva se hace obligatoria ¡para no quedarnos todos sordos!