Rutas de vida

Rutas de vida

Muy halagado y complacido me sentí como peatón, cuando intentaba cruzar en sentido oeste a este, la calle Alexander Flemming, en la intersección con la avenida Ortega y Gasset en el Ensanche La Fe de Santo Domingo. Todos los carros que se movían norte-sur en ambas direcciones por la Ortega y Gasset detuvieron la marcha, a fin de que este servidor pasara al otro lado de la acera.

Aquel instante pudo ser mi último momento. Ello, debido a que un desaprensivo motorista surgió repentina e inesperadamente de la nada, cual si de un fantasma se tratara. En tan breve instante, lo único que recuerdo haber percibido fue el celaje de una motocicleta que se desplazaba entre carriles a una espantosa y alta velocidad. Solo después noté que el sujeto que conducía dicho vehículo había dado un rápido bandazo, al tiempo que con risa nerviosa me voceaba «tenga cuidado barón». Son los motoristas y los transeúntes los individuos más propensos a morir víctima de un accidente de tránsito en la República Dominicana; al menos eso dicen nuestras estadísticas.

Andar a pie por la ciudad es un peligro, mayor reto, todavía más delicado, lo representa el andar montado en una moto. Para muchos conductores las reglas de tránsito se memorizan solamente con el propósito de pasar el examen para obtener la licencia de manejo.

Al rato se olvidan y cada chofer conduce cual si viviera en una desordenada selva, en donde no es necesario compartir espacios. El caótico e ineficiente sistema de transporte es uno de los pilares responsable del infierno que constantemente vivimos.

La gente está obligada a desplazarse del hogar, ya sea para ir al trabajo, la escuela, la iglesia, hospital, etcétera… Saben esas personas que salieron bien de su hogar, pero existe la incertidumbre de si regresarán con vida a casa. Se palpa una creciente inseguridad vial; aumenta la flota vehicular sin que se expanda el espacio. El sujeto que deambula o conduce un vehículo de motor se juega la vida, en una contienda que no conoce de reglas de convivencia urbana, puesto que no se la han enseñado.

Todos los días transitamos a la buena de Dios, a lo que nos depare la suerte, como suele decirse. Moverse en la capital, o en Santiago, por solo citar dos grandes ciudades, representa una odisea y un acto de heroísmo. El movimiento es una constante inevitable de la vida en sociedad; las vías terrestres se están saturando de vehículos y transeúntes. Día y noche se aprecia el constante hormiguero de la gente transitando. En las horas pico los conductores se desesperan y violan las luces, carriles, calles de una sola vía, así como las paradas y puestos de estacionamiento. Creen que no es delito el manejo temerario, ni el conducir camiones y motos sin luces durante las horas nocturnas.

Urge la implementación de una política estatal bien definida, con fuerte apoyo poblacional, para que en un tiempo prudente realicemos el milagro ansiado: que las calles y carreteras dejen de ser vías hacia los cementerios y se transformen en rutas de vida seguras y confiables.

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