Ruth veía las olas arrastrando gente

Ruth veía las olas arrastrando gente

POR GERMAN MARTE
La dominicana Ruth Weber Acosta, sobreviviente del tsunami que afectó a fines de diciembre pasado el sudeste asiático, nunca pensó que sus vacaciones en Tailandia se convertirían en la peor de las pesadillas.

«Todavía hoy tengo dificultad para dormir. Hasta tengo sentimiento de culpabilidad porque me salvé. Todavía no entiendo cómo tanta gente murió en esa tragedia y cómo yo me pude salvar», expresa esta joven mujer. Tan grande ha sido el impacto de aquella tragedia en su vida.

Fue precisamente ese sentimiento de culpabilidad lo que le impulsó a quedarse en Tailandia durante dieciséis días después de la tragedia trabajando como voluntaria, sirviendo como traductora a familiares de las víctimas. Regresó al país el pasado domingo 29 de enero.

Ruth llegó a Phuket, Tailandia, el 22 de diciembre, con la intención de pasar allí las vacaciones de Navidad, tiempo que aprovecharía para bucear en el Océano Indico junto a su esposo y algunos amigos.

Un azar del destino quiso que la noche antes del maremoto, que dejó 295 mil muertos en once países de Asia y Africa, Ruth y su esposo no pudieran dormir bien y al día siguiente se levantaran tarde, lo que impidió que llegaran a tiempo al lugar donde les esperaban sus amigos para ir a bucear, según relató la joven al ser entrevistada en el programa «Sólo para Mujeres», que conducen Zoila Luna, Honey Estrella y Yanet Ramos, por Radio Zol.

La noche del 25 de diciembre, la habitación de los Weber tenía un olor insoportable. «Era un olor como a cloaca», explica Ruth. Por esa razón, la pareja reclamó ser trasladada y en esos menesteres estuvo hasta las tres de la madrugada. Esto impidió que salieran temprano a bucear y gracias a este inconveniente hoy pueden contar la desagradable historia que acompaña por siempre a cualquier sobreviviente de un maremoto. Sus amigos aún continúan desaparecidos.

«El 26 nos despertó un fuerte temblor de tierra que duraría unos cinco minutos», relata Ruth. Añade que al principio no sabían de qué se trataba. Pasados 15 minutos ocurrió otro temblor, explica. «La gente salió al pasillo, pero vieron que no se destruyó nada, todo el mundo volvió a la cama. Nosotros nos habíamos acostado muy tarde, porque hicimos cambio de habitación esa noche y regresamos a acostarnos».

Sin embargo, dormir le fue imposible y poco después decidió bajar al restaurante del hotel para desayunarse, pues tenían cita con unos amigos para ir a bucear. «En ese momento recibimos un mensaje de esas personas diciendo que se iban porque se había hecho tarde». Camino al restaurante observó que el agua había cubierto algunas zonas del jardín patio del hotel, ya había pasado la primera ola, «pero nadie sabía lo que era».

En ese momento -cuenta Ruth- observó a un grupo de personas observando el mar y entonces se acercó para ver lo que estaba pasando. Entretanto, su marido permanecía en la habitación.

«Vi que el mar se retiraba, se retiraba como un resorte. Se retiró como unos 20 metros. Todo mundo mirando eso. Ahí mismo comenzó a alzarse y a venir hacia nosotros. Ahí comenzamos a correr», narra Ruth aún sorprendida por el maremoto.

Calcula que se encontraba como a cuatro metros por encima del nivel del mar, pero las aguas subieron hasta allí y como cinco metros mas. «El mar llevaba sillas, neveritas, todo se llevaba, más la gente que arrastró», narró.

De aquel momento a la fecha han pasado 43 días y todavía Ruth no se explica de dónde sacó fuerzas para subirse en el muro de la parte trasera del hotel Katathani, donde se hospedaba.

Hasta allí llegó junto a un canadiense, quien la ayudó. En el muro, dice, había un gran portón que la ola dobló «como si fuera un chiclet», tan brutal era la fuerza de las aguas.

Subida en el muro observó como las aguas arrasaban con todo lo que encuentraban a su paso, como se ahogaba mucha gente arrastrada por el mar.

Al cabo de 45 minutos bajó del muro y volvió al hotel para juntarse con su marido, quien también sobrevivió al tsunami. Allí pudo ver lo que había pasado en el hotel, pero todavía no tenía idea de la magnitud de la tragedia.

Pero las huellas de un tsunami son huellas de muerte, desolación, peligro de epidemia, contaminación por doquier, y pronto se supo lo que había pasado y desde entonces el miedo a que volviera otro maremoto fue permanente. Pero eso no amilanó a Ruth y a su pareja. Por eso deciden quedarse en Tailandia trabajando como traductores -ella habla cinco idiomas-.

«Tuvimos la suerte de sobrevivir y lo justo era quedarnos a ayudar», explica Ruth aún conmovida por lo que allí vio y vivió.

La única imagen que llega a su mente es la de los cadáveres que vio tras el embate de las olas gigantescas que azotaron la isla Phuket, en Tailandia. En los primeros días, tras el paso del tsunami, cuando lograba dormir «yo veía la gente dejándose llevar por la ola. Los gritos, la desesperación, el dolor, esa es la única imagen que cruzaba por mi mente».

Y pese a todo Ruth anhela volver a aquella región del planeta que conoce desde hace diez años y cuya gente define como muy «amorosos», tanto que incluso se le acercaban para pedirle excusas por los inconvenientes que le causó el tsunami.

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