S. O. S. merengue

S. O. S. merengue

POR ALEXIS MÉNDEZ
Un domingo de estos, llegué a “Música Maestro” (el programa de radio) con el corazón acelerado por causa de unos merengues que desde las seis de la mañana entraron a mi habitación sin permiso. No conocía la procedencia del estridente agravio. Lo que sí puedo asegurar es que aquel día caminé con dos pies izquierdos, gracias a aquel ruido.

Ese mal rato lo recuerdo a cada momento, porque donde quiera que vaya tengo que escuchar esos adefesios musicales que están de moda. Niños y viejos bailan y cantan, embrujados, los llamados mambos. Esos que han venido a enmarcar las insolencias de nuevos ricos que entre lujosos carros, cadenas, y pistolas en la cintura, disfrazan su ignorancia. Y a mí, cuando arrugo la cara, me tildan de elitista y desfasado.

Es un sonido odioso. Le dicen merengue, pero no tiene instrumentos reales. Mis hermanos me lo confirmaron cuando me mostraron un generador de sonidos computarizado con el que se hace esta música. Y lo peor es que estos tipos no conocen una nota, ni sabe lo que es un compás. Eso también lo confirmé cuando leí a Disquito Pérez, que decía que estos temas son hechos por DJs. No tienen tambora, ni güira, ni saxofón. ¿Que dirán Chocolate, Pablito Barriga, y Crispín Fernández? Catarey debe estar revolcándose en su tumba ante esta “vaina” que está pasando.

Me gusta la música ingenua, no la música burda. Valoro la espontaneidad del pueblo, pero rechazo ese brote de ignorancia inducida. No soporto llegar a mi casa y encontrar a mi pequeña Litzy, que apenas tiene un año y seis meses, cantar “eso”. Y es que “eso” anda en el ambiente como el oxígeno.

Las letras son altaneras e incoherentes. Embarran de excrementos el buen decir y escribir. Y no es que no quiera saber del merengue refranero. Eso sería negar el origen del mismo, que ha ido de mano con el día a día del dominicano, a través del tiempo. Pero que no me pongan la vulgaridad de sombrero.

En ocasiones quiero dar vuelta atrás. Pongo un disco de Dionis Fernández o de Alex Bueno, quizás de Sergio Vargas; pero el sonido del aparato del colmadón de la esquina es más fuerte que el de mi radito, y no puedo disfrutar de aquella época de esplendor.¿Qué hacer? ¿Cómo evitar escuchar lo que no queremos? ¿Será que tendremos que irnos al infierno, o es que ya estamos en él?

No voy a corroborar la tan popular frase “qué falta hace Trujillo”, pero la verdad es que esta libertad hiede mucho.

¡Salvemos el merengue carajo!

programamusicamaestro@yahoo.es

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