Sabemos cómo somos ¿Qué nos impide ser felices?

Sabemos cómo somos ¿Qué nos impide ser felices?

Buscando la sabiduría, hallé, en el fondo del corroído cofre de mi abuelita, este texto conservado en papeles amarillentos y semidestruidos por el tiempo: “Amigos míos y compañeros de ruta, compadeced a la nación que está llena de creencias y vacía de religión.
“Tened piedad de la nación que lleva vestidos que no teje ella misma, que come un pan cuyo trigo no cosecha y que bebe un vino que no mana de sus propios lagares.
Compadeced a la nación que aclama a un fanfarrón como un héroe, que desprecia las pasiones cuando duerme pero que al despertar se somete a ellas.
“Compadeced a la nación que no eleva la voz más que cuando camina en un funeral, que no se enorgullece sino de sus ruinas, y que no se rebela sino cuando su cuello está colocado entre la espada y el zoquete demadera.
“Compadeced a la nación cuyo estadista es un zorro, cuyo filósofo es un prestidigitador y cuyo arte es un arte de remiendos y gesticulaciones imitadoras.
“Compadeced a la nación que da la bienvenida a su nuevo gobernante con fanfarria, y lo despide con gritos destemplados, para luego recibir con más fanfarrias a otro nuevo gobernante.
“Compadeced a la nación cuyos sabios están aniquilados por los años, y cuyos hombres fuertes aún están en la cuna.
“Compadeced de la nación dividida en fragmentos, cada uno de los cuales se considera una nación.
El retrato de muerte de la esperanza, sustituida por la desilusión, parece que se refiere a una nación muy lejana en el tiempo y en el espacio.
Pero las mismas fuerzas que anclan en el pasado la nación del texto copiado arriba operan con éxito sobre nosotros, sobre nuestra nación.
Somos, hoy por hoy, una nación que ha perdido el rumbo, que carece de una propuesta ideológica y de una meta posible.
Somos una nación que no produce lo que come, que produce una parte de lo que toma, que no produce la materia prima que, convertida en telas de alegres colores y texturas, sirven para vestir al pueblo.
Somos una nación donde solo refulgen y no con fuerza, algunos hitos del pasado que aún nos permiten conmemorar, que pocos esfuerzos hacemos para que nuestras glorias sirvan de ejemplo a las generaciones actuales y futuras, que nos conviertan en un país libre, soberano, de la cual nos sintamos orgullosos de ser nacionales.
Somos una nación que celebra cada cambio de gobierno, aun cuando sabemos que los nuevos gobernantes no harán nada para hacer buenas las promesas con las que nos adormecen una y otra vez.
¡Ah!, no se torturen, el texto copiado al principio es del eximio poeta libanés Khalil Gibran.

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