Saber estar

Saber estar

RAFAEL TORIBIO
El maestro Ortega y Gasset definió como una persona educada aquella «que sabe estar entre los hombres y entre las cosas». Es decir, que sabe comportarse como persona en una sociedad formada personas y relacionarse adecuadamente con la naturaleza. Reconoce y acepta que el otro tiene los mismos derechos y libertades que uno reivindica como propios y que al formar parte de la naturaleza, las agresiones que a ella le hacemos nos la estamos haciendo a nosotros mismos.

Por su parte, el pensamiento oriental distingue entre filosofía y sabiduría. Mientras la filosofía es un conocimiento para saber, la sabiduría es un conocimiento para saber vivir. Afirma, además, que en el proceso formal de la educación se enseñan muchas cosas, pero nada sobre saber vivir, que debiera ser la materia más importante.

El «saber estar entre los hombres y entre las cosas» de Ortega tiene una gran relación con el «saber vivir» del pensamiento oriental.

Somos dados a pensar que estudios realizados nos hacen educados, que con la edad viene la madurez, que el desempeño de altos cargos y el ejercicio de niveles de liderazgo están reservados para personas, al menos, con cierto grado de sensatez. Lamentablemente, parece que no es así.

¿Cómo es posible que miembros de la Cámara de Cuentas reivindiquen que se les permita expresar sus preferencias partidarias? ¿Desconocen, o quieren desconocer, las restricciones que la naturaleza del organismo impone a sus miembros? ¿Es que solo los jueces deben ser independientes?

¿No se han percatado los jueces de la Junta Central Electoral que las delicadas funciones de ese organismo recomiendan la mayor prudencia, discreción y madurez en el tratamiento de cualquier asunto, empezando por las diferencias que pudieran existir entre algunos de sus miembros? ¿Cómo es posible que se dé la imagen de que la disidencia, hecha de público conocimiento, en la norma en su funcionamiento?

Los miembros del equipo económico del gobierno ¿no se han dado cuenta el daño que le hace a su propio gobierno cuando sus diferencias las hacen públicas, de manera constante? Si la última palabra en asuntos tan delicados le corresponde al Presidente de la República ¿porqué tiene que expresar la suya un subalterno cuando pudiera ser contraria a la del Presidente?

Por revelaciones recientes hemos conocido que en muchos órganos del Estado la autonomía presupuestaria está siendo utilizada para que sus directivos se establezcan las remuneraciones y beneficios de retiros que consideran adecuados. ¿No reparan en que es una desfachatez hacerlo y, sobre todo, tratar de justificarlo? El pudor, por lo menos, evidentemente ausente en estos casos, lo aconseja.

¿Y qué se puede decir del «barrilito» o el «cofrecito» de los senadores? El conocimiento de lo que se hace con recursos públicos que financian actividades para las cuales no fueron electos, que no tiene asidero legal y que les reporta beneficios políticos particulares, no le confiere ni legitimidad ni legalidad. En este caso, la «transparencia» se convierte en desfachatez.

Originalmente, el cargo de Regidor era honorífico, razón por la cual quien lo desempeñaba no recibía salario. En la actualidad sigue siendo formalmente honorífico, pero ¿cómo es posible que se permita que a través de dietas y otros beneficios reciban una remuneración mensual que excede el salario de muchos funcionarios, públicos y privados?. ¿Cómo podría catalogarse, además, la intención expresada de crear una «Federación de Regidores»?

El clientelismo se considera una lacra tan repugnante en nuestro sistema político por lo que la mayoría de los políticos la justifican como un mal necesario y tratan de disfrazarla lo más que pueden. ¿Cómo catalogar que uno de los candidatos a la Presidencia de la República, que la practica de la forma más humillante y primitiva, se jacte de hacerlo, valoriza los resultados que le produce, y la defiende, incluyendo el lanzamiento de dinero a las masas empobrecidas desde un helicóptero?.

Los comportamientos señalados demuestran que la escolaridad, hasta los más altos grados universitarios, no hacen educadas a las personas; que los conocimientos no llegan a proporcionar sabiduría y que los años no otorgan automáticamente madurez y sensatez.

rtoribio@inte.edu.do

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