¿Sabes hacer lo que es bueno y no lo haces?

¿Sabes hacer lo que es bueno y no lo haces?

MARLENE LLUBERES
Hoy en día la impaciencia nos domina. La intolerancia, la insensibilidad y la incapacidad de escuchar son ya manifestaciones comunes. La ira y el enojo se han hecho parte de nuestra cotidianidad. Las disculpas han sido la justificación del atropello y el egoísmo gobierna las relaciones. Han sido muchas las ocasiones en que hemos obrado de forma equivocada: interrumpimos, actuamos con agresividad, invadimos, expresamos palabras inadecuadas y tomamos decisiones que nos causan terribles consecuencias.

Actuamos por capricho, juzgamos sin tomar en cuenta las circunstancias. Sin duda alguna, cuando algunas de estas acciones se manifiestan, estamos siendo imprudentes, reflejando falta de buen juicio, moderación y sensatez.

Ser una persona prudente es saber cuando callar y en qué momento hablar, ejercitando el silencio, la calma, evitando todo tipo de apresuramiento, aunque en el mundo actual esto parezca un imposible. Ante todo, la prudencia evoca sabiduría, nos capacita para ver, a la luz de Dios, los hechos y las acciones humanas, nos ayuda a buscar en Dios el camino que debemos seguir. Es discernir cuáles son las decisiones que, conforme a las Escrituras, nos llevan a Dios y las que nos alejan de El. Aunque muchos viven creyendo ser hombres y mujeres prudentes, la verdadera prudencia es la que está basada en el gran mandamiento de Dios: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, así como Yo te he amado, ya que el mismo Jesús dijo que en esta acción se encerraba toda su ley. Muchas veces enceguecemos producto de las pasiones y de sentimientos que nos hacen ver las cosas de modo distinto, olvidándonos de que lo correcto será siempre lo adecuado, de que no podemos llamar bueno a aquello que Dios ha dicho que es malo. En todas las ocasiones debemos tratar de escoger lo mejor, lo más agradable a los ojos de Dios y no lo más fácil o lo que no cause problemas.

Los labios de los sabios sanan y aun expresando la verdad, lo hacen con humildad y amor, no dicen palabras ofensivas o hirientes, sino que, siendo veraces llevan esperanza. Si queremos convertirnos en personas verdaderamente prudentes, debemos acercarnos a Dios, a través de la oración, buscar su consejo, cada día, y reaccionar no por emoción, sino por la convicción de aquello que Dios nos dice será lo que nos favorecerá.

Todas nuestras acciones deben estar encaminadas a salvaguardar la integridad de los demás, como manifestación del respeto que debemos a todos los seres humanos. El ser prudente no significa la certeza de no equivocarse, por el contrario, la persona prudente muchas veces ha errado pero ha tenido la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones, aprendiendo de ellos. Sabe rectificar, pedir perdón y solicitar consejo.

Busquemos a Dios, permitamos que su Espíritu Santo gobierne nuestro caminar, miremos el ejemplo de Jesús, que sin importar lo difícil de la situación, siempre decidió lo mejor. Procuremos consejo en quienes aman al Señor, convencidos de que el temor de Dios es el principio de toda sabiduría. Creamos que el actuar con la prudencia necesaria nos conducirá a obtener el éxito anhelado.

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