Sacar la pata a tiempo…

Sacar la pata a tiempo…

La semana pasada, en mi artículo “Otro reporte desde mi observatorio de aves”, metí la pata. Hice referencia a un “lechuzacidio” en el Zoológico que, al parecer, no sucedió tal como fue reportado por un diario dominicano de cuya información me confié. Y dado que el frágil entramado de la credibilidad incluye fibras de auto-críticas cuando sean de lugar, he aquí que estoy inmerso en este “mea culpa”.

Lo que dije fue: “Pero un millón de veces peor que esto (el asfixiamiento, por humo de un asado, de varios polluelos de cigua en un níspero en el patio de mi casa), ha sido la noticia que leí hace unos días de que nada menos que en el Zoológico las autoridades habían asesinado a varias docenas de lechuzas, víctimas de una aparente desavenencia entre la dirección del parque y un investigador ornitólogo. Es horroroso que aves sanas de especies amenazadas sean exterminadas sin buena razón por una institución cuya misión es precisamente lo contrario, esto es proteger la vida y promover el estudio de la fauna”.

Y resulta que, aunque algunas lechuzas sí murieron, casi todas están vivas y sanas, unas en jaulas distintas y otras liberadas para que vivan libres dentro del propio parque, según pude ver en una visita al Zoológico y en fotos que me fueron enviadas por la oficina de la administración del parque.

En el artículo que ahora enmiendo me referí no sólo a lechuzas sino a rolones, ciguas y otras especies, explicando que  mi persistente afición a la ornitología comenzó en la secundaria, cuando un grupo de amigos formamos un “club de observación de aves” para ganar una apuesta: demostrar que podíamos participar en un “field-day” o kermesse y recaudar fondos con una idea aparentemente disparatada. Pero el antecedente era que, como hijo de cazador, desde niño disfrutaba identificando a los pájaros por su canto o su vuelo.

Y un amable lector me hace una reconvención dizque porque como confeso cazador no puedo, según él, sentir amor por los pájaros, sean o no objeto de la cacería, como si los cazadores sintieran odio por las presas. ¿Será que mi iracundo lector odia los pollos, reses o cerdos que seguramente comen él y su familia?

En fin, las lechuzas siguen en el Zoológico, los cazadores por lo general amamos la naturaleza y ¡uf! ya terminé.

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