Sacerdotes dominicanos y extranjeros participaron en las guerras por la independencia nacional pero a muy pocos se les ha reconocido este aporte. Algunos fueron perseguidos, encarcelados o desterrados.
Se pronunciaron desde los púlpitos, estuvieron en la Puerta del Conde el 27 de febrero de 1844, cooperaron con Duarte y alentaron y prepararon a otros jóvenes para la lucha separatista.
Más de un autor exalta su valor. Pero no todos han recibido el tributo para que se mantengan vivos en la memoria.
Entre ellos están Julián Aponte Montero, Juan de Jesús Ayala, José M. Bobadilla, José Eugenio Espinosa, Manuel González Bernal, Manuel González de Regalado y Muñoz, Antonio Gutiérrez, Dionisio V. de Moya, Juan Puigvert, Francisco Roca Castañer, Andrés Rosón, Domingo Antonio Solano, Manuel María Valencia, Gaspar Hernández, Pedro Pamiés, José Salvador Peña y el polémico arzobispo Tomás de Portes e Infante.
En Santo Domingo se han designado calles con los nombres de Ayala, Portes, Gaspar Hernández, Manuel María Valencia, Dionisio V. de Moya. En Cotuí existe una calle en honor de Puigvert; en Puerto Plata un parque evoca la figura del padre González Regalado. Los demás permanecen en el anonimato.
Carlos Nouel se refirió a la actuación de estos curas expresando: “El doctor Portes en sus pastorales, el padre Bonilla en sus sermones, los padres Rosón en Baní; Roca en Macorís; Carrasco en Hato Mayor; Regalado en Puerto Plata; Solano en Santiago y Espinosa en La Vega; Peña, Gutiérrez y Aponte en El Seibo, alientan la idea de la independencia”.
Vetilio Alfau Durán agrega que “conocida, aunque injustamente tratada por algunos, es la obra del ilustre padre Gaspar Hernández, maestro de la juventud que realizó la Separación”.
Dice de Espinosa, vicario de La Vega, que fue “uno de los más entusiastas cooperadores de la Separación” en aquella ciudad. Ha sido definido como “sacerdote benemérito que luego prestó buenos servicios a la causa restauradora.
A él y a Juan Evangelista Jiménez “se debió el éxito clamoroso de la célebre reunión del 6 de marzo de 1844 en el Ayuntamiento de la Ciudad del Camú en la cual fue formalmente proclamada la Independencia enhestándose por primera vez la bandera trinitaria en el Cibao”.
Como Nouel y Alfau se han referido a la labor de estos clérigos Emilio Rodríguez Demorizi y Max Henríquez Ureña y han escrito de algunos por separado José Luis Sáez, Antonio Lluberes, Roberto Cassá, Guido Despradel Batista y Luis E. Alemar.
Sacerdotes y la independencia. Julián Aponte Montero, cura de El Seibo, abrazó la causa con gran patriotismo y fue uno de los redactores y firmantes de la primera Constitución del Estado. Fue diputado en 1844.
Juan de Jesús Ayala fue diputado ese año, por San Cristóbal. Debido a sus acciones contra la dominación haitiana fue prisionero y llevado a Haití donde sufrió grandes penalidades. Decía Alemar que “la Patria le debe bastante”.
El padre José M. Bobadilla, hermano de Tomás Bobadilla Briones, se unió a las luchas por la Independencia. Murió en La Victoria, Venezuela, víctima del cólera. En 1845 publicó el opúsculo: “Oposición sobre el derecho de la Iglesia y de los dominicanos emigrados, en los bienes de que fueron despojados por el Gobierno haitiano durante su ocupación de la parte Este de la Isla de Santo Domingo”.
Manuel González Bernal, diputado por Monte Plata y Boyá en 1844, fue un “excelente patriota cuyo nombre venera la patria agradecida”. Fue el primer párroco de Hato Mayor.
De Manuel González de Regalado y Muñoz afirma Rodríguez Demorizi que “desde su alto ministerio sirvió a Dios y a la Patria” y lo considera “gloria de la iglesia dominicana y dos veces prócer de la República”. Nació en Santo Domingo. En 1842 figuraba como “compañero experto” de la “Logia La perfecta”, cuando, según el historiador, aún no estaban marcadas las diferencias entre la Iglesia y la masonería.
Era uno de los más aplaudidos oradores de su tiempo. “Desde el púlpito celebraba las victorias de las armas dominicanas contra los dominadores y estimulaba a su grey fervor nacionalista. Para él, “todo se debía a inescrutables designios del Altísimo e invocaba la intervención de la Providencia a favor de la causa”.
Se opuso luego a Anexión por lo que padeció cárcel. Fue llevado a Cuba y encerrado en el Castillo del Morro, de La Habana. Regresó a Puerto Plata en 1865. Allí murió en 1867.
Antonio Gutiérrez, diputado por Samaná en 1844, estuvo al lado de los revolucionarios dominicanos. Fue cura de El Seibo y murió en Saint Thomas.
Dionisio V. de Moya, se distinguió como capitán del Ejército dominicano en la última campaña contra Haití en el Cibao. Murió en 1868 a bordo de la goleta “Dos Hermanos” cuando se dirigía al destierro.
Juan Puigvert, cura de Cotuí, inició allí el grito de la Independencia.
Roca y Castañer, párroco de San Francisco de Macorís, también se adhirió a los patriotas, al igual que Andrés Rosón desde Baní. Rosón fue diputado por esa población y firmante de la primera Constitución de San Cristóbal. Domingo Antonio Solano lo fue por Santiago en 1844 y fue firmante de la Carta Magna.
Manuel María Valencia fue presidente del Congreso Constituyente de San Cristóbal y firmante de la Primera Constitución. Diputado por Santo Domingo en 1844, se le critica que firmara “el tristemente célebre Plan Levasseur”.
José Salvador Peña daba aliento a la feligresía en sus sermones en San Francisco de Macorís y Gaspar Hernández “fortaleció en el alma de los estudiantes el sentimiento de la libertad”.
Aunque en los últimos tiempos se ha atacado a Portes por la alegada amenaza de excomunión a los nacionalistas, ya Max Henríquez Ureña había escrito mucho antes: “Siempre se ha considerado a Portes el primero que otorgó a Duarte el título de Padre de la Patria… Pero no es menos cierto que probablemente unas horas antes del golpe del 27 de febrero y junto a otras personas influyentes, intentó disuadir inútilmente a los jóvenes trinitarios de su imprudente intento de separación sin protectorado”.
Despidió al patricio con su bendición una semana después en la Puerta del Conde al emprender este viaje hacia Baní. Henríquez celebra la actuación del mitrado frente al primer golpe de Estado el 8 de junio y pondera la fiesta que celebró en la Catedral con motivo de la proclamación de la primera Constitución.
José Luis Sáez expone en un libro sobre Portes todas sus contradicciones en ese periodo en que primero enfrentó a Santana y luego pedía honor, toda sumisión y toda obediencia “al Presidente y sus autoridades”.
Fray Pedro Pamiés estuvo en lucha desde 1842 y fue expulsado a Curazao el 10 de agosto de 1843, acusado de “fomentar la discordia”. Allí murió el 2 de septiembre de ese año.
Dice Rodríguez Demorizi que “no alcanzó a ver la bandera de febrero, en cuya cruz había puesto parte de su espíritu”.