UBI RIVAS
La guerra de abril 1965 siempre presentará una variedad e interpretaciones, pero las dos principales conforme a mi experiencia vivida de ese episodio trágico en el decursar reciente de la república se enmarcan en dos vertientes. La primera de ellas es que la gesta de abril 1965 ha resultado ser hasta ahora la experiencia única de que soldados regulares de las Fuerzas Armadas se unieron a conglomerados de la sociedad para repeler la deposición de un gobierno constitucional.
La otra vertiente es que en realidad fuimos utilizados todos de manera harto tonta por el profesor Juan Bosch para accionarnos a un regresionismo histórico, el retorno a la constitucionalidad sin elecciones. El gobierno del presidente Lyndon Baines Johnson desembarcó más de 40 mil marines para precisamente impedir ese retorno de Bosch.
Acudimos a las elecciones del 01-06-66 a sabiendas de que ese retorno de Bosch no se produciría, con la conciencia de que participando en esos comicios, solo de esa manera, Estados Unidos evacuaría el país y culminaria su segunda intervención militar del mismo, tal y como aconteció.
Los sacrificios y las ilusiones rotas golpearon a quienes abrazamos la constitucionalidad y el doctor Joaquín Balaguer, con el menor de los esfuerzos capturó el poder primero por 12 años y luego por diez más.
Pero más atrás del 24 de abril del que se han cumplido cuatro décadas está el espectro fantasmal del gobierno constitucional de Bosch, electo el 20-12-62 por encima de la Unión Cívica con un resultado en cómputos de 619,419 votos contra 317,327.
Comprendimos, desde muy temprano, una reconvención que el entonces titular militar, mayor general Víctor Elby Viñas Román y el jefe de Estado mayor del Ejército, general Renato Hungría Morel, nos confiara en tres ocasiones antes del 24 de abril de 1963 y eran sus percepciones de que en realidad Bosch no quería gobernar, carecía de la vocación de gobernar y enfrentar y superar retos, inconvenientes, problemas.
Bosch recién retornaba al país, noviembre 1962, luego de un cuarto de siglo de exilio antitrujillista y no conocía a las nuevas generaciones de la época que actuaron de manera decisiva en los episodios estelares de las elecciones y luego de los episodios de abril. No conocía al general Antonio Imbert Barreras, a Viñas Román ni a los altos militares de entonces, ni al doctor Jottin Cury, Salvador Jorge Blanco, José Rafael Molina Ureña, Juan Casanovas Garrido, Euclides Gutiérrez Féliz, Rafael Tomás Fernández, mucho menos a Francis Caamaño y Manuel Montes Arache. No conocía, en resumen, al país ni a sus poderes fácticos.
En esa coyuntura Bosch pretendió impulsar un gobierno a su hechura y semejanza, excluyendo lo que hoy se denomina consenso ni la prótesis de la gobernabilidad y pretendió, muy tarde, no cuando se juramentó, mover la cúpula militar, sin consensuar con ellos primero, cuando eso debió haberlo hecho el mismo día de su juramentación inclusive con el vicepresidente Johnson en los actos solemnes de su investidura como gobernante, y lo defirió para cuando ya era imposible hacerlo. ¿O no fué así?
Todos esos errores políticos que se pagan con la pérdida del poder se produjeron en el vórtice de otro fenómeno imperante en la aldea global de la época monitoreado por la superpotencia unipolar conocida como la Guerra fría, en un escenario teniendo a Cuba como referencia que a como diera lugar era preciso repetir, y nuestro país tan cerca de ese escenario, no en la isla Mauricio o las Comores.
La perversa versión interesada e inexacta por demás de que el movimiento constitucionalista era dirigido por comunistas, como lo fue también la perversidad mentirosa de que Bosch era admirador de ese sesgo del totalitarismo, remitido por el nefasto embajador del imperio en nuestro país, William Tappley Bennett, contribuyeron a elaborar la mezcla que fraguó los desastres de lo que conmemoramos el triste 40 aniversario.