Sacudir el árbol de la democracia

Sacudir el árbol de la democracia

POR JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
La democracia no es fácil, dulce y pródiga. No es el inexistente sistema que da a todos felicidad a manos llenas, prácticamente sin exigir disciplina cívica, sacrificio y esfuerzo. En su brillante discurso inaugural el recién pasado día 16, el Presidente Fernández enfatizó que «Si para algo ha servido la actual crisis es para poner al desnudo la bancarrota de un sistema que ha demostrado ser incompetente, injusto y corrupto. Cambiémoslo. Sacudamos el árbol de la democracia dominicana. Hagamos que caigan sus frutos podridos».

Ciertamente, los dominicanos no hemos entendido la democracia. Es que ningún gobierno ha hecho esfuerzo alguno por explicarla, por enseñar lo que de ella se puede obtener a cambio de lo que se le entrega. Se ha cuidado, abrigado y añoñado la ignorancia y la irresponsabilidad. Cuando no hemos tenido encima una franca tiranía, hemos tenido díscolos caudillos regionales, sempiternos hacedores de revoluciones movidas por abiertas voracidades personales. O talentosos pesimistas.

Al igual que el Presidente Fernández, tengo gran fe en el porvenir de la República Dominicana, fundamentada en la calidad humana de nuestra gente, condición que no se ha perdido a pesar de tantos malos gobiernos afirmados en el mantenimiento de prácticas tan venenosas como el clientelismo político, las «botellas», las permisividades delincuenciales y la impunidad.

Fernández luce dispuesto a hacerle frente a todo, lo cual equivale a una monumental transformación de lo que ha sido la política estatal desde los inicios mismos de la República, pasando incólume por encima de lagunas buenas intenciones y de muchos malos y perversos propósitos, en ocasiones expresados brutalmente, en otras categorizados por torpezas y erraticidades descomunales y, las menos, signadas por dosis de despotismo ilustrado, no convencido, éste, de lo que puede lograr la educación masiva en un pueblo. Sobre todo si se trata de un pueblo inteligente y bondadoso como el nuestro, que supo dar un formidable ejemplo de sensatez y paciencia al aguardar el pasado 16 de mayo para rechazar un gobierno que lo ha deteriorado todo, sin que aún sepamos las reales magnitudes del desastre de ese enloquecido manejo oficial del miles de millones de pesos y dólares.

Yo pienso que lo peor es el endeudamiento moral, que no hay Tesoro terrenal capaz de aliviar mediante prórrogas, cesiones e indulgencias.

Las deudas monetarias se pueden renegociar con los acreedores, los contratos enfangados de dolo pueden ser revisados y reajustados, pero el daño moral de esa impunidad que, con distintos colores y olores, nos aplasta desde siempre… eso no tiene fácil y rápida solución correctiva.

Ya viene siendo tiempo de que algún Presidente de la República, con fe en su país, emprenda la formidable tarea de cambiar el rumbo político nacional. Tendrá que pagar un precio alto, que sus enemigos o adversarios políticos intentarán cobrar sin importarle el daño que le hacen al país, no al Presidente Fernández, este hombre empeñado en correcciones que debieron haber tenido lugar hace mucho tiempo.

Se cree que la política es una pasión terrible. Error.

La gran pasión es el poder. Ese poder que se mira con miopía como medio para abusar de los débiles, los ignorantes, los dóciles y los timoratos. Por eso ha de cuidarse la vigencia del éxito de los corruptos y los corruptores, ha de cuidarse la ignorancia y la capacidad de pensar correctamente, ha de cuidarse la vigencia de una idea o sensación terrible: los honrados y pulcros son unos idiotas.

Napoleón Bonaparte decía en una de sus Máximas que «Aún en la guerra, el poder físico es sólo expresión del poder moral».

Por algo lo decía.

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