Salcedo en el recuerdo de un trágico domingo de marzo

Salcedo en el recuerdo de un trágico domingo de marzo

Rafael Santos, escritor, periodista y politólogo.

El toque de la sirena de los bomberos anunciaba un festivo día. Los bocinazos que se escuchaban próximo a la 5 y media de la mañana despertaron a los habitantes de la ciudad. Un musicón con sabor a merengue era lo que desde la solitariedad de mi oficina lograba escuchar, cuando al compás del tecleo vomitaba ciertos fantasmas para plasmarlo en la hoja de la pantalla de mi computadora.

A lo lejos, una voz anunciaba el cierre del carnaval Salcedo 2024, mientras a esa hora de la mañana, ya las voces de  nuestros salcedenses que para la ocasión realizan su muy tradicional tour del carnaval desde diversos litorales de los Estados Unidos, vociferaban alegres el estar en la tierra que los vio nacer.

Quien escribe, y por cuestiones de creencias cristocéntrica abrazadas a la religión evangélica pentecostal, hizo un gesto de desaprobación a tales “festividades”, las cuales, nunca nadie imaginó lo que el destino le tenía deparado a ciertas familias que abrazadas a las susodichas tradiciones, gozaban de la fiesta de la carne de ese domingo inolvidable.

Por el frente de mi casa, distante a varias cuadras del centro de la ciudad, pero en un privilegiado lugar con sabor a campo (Alto de Piedra), pasaban desde tempranas horas ya casi al medio día, las yipetas y los consabidos musicones, como símbolo de la jerga y el festivo ambiente que vivía la ciudad.

A eso de las 11 y algo, giré la invitación a mis dos hijos y esposa, así como  Génesis la novia de mi primogénito Kevin, quien junto a José, mi cuñado que también se encontraba entre los asiduos visitantes para el disfrute de dichas fiestas (aunque él no es muy dado al carnaval), nos fuimos todos hacia Jarabacoa, la ciudad de la eterna primavera para ya en Café Colao y con la suave brisa montañosa, disfrutar de un espacio de tiempo, de esos que se tornan inolvidable.

Al llegar a Salcedo, me acuesto, veo uno o dos capítulos de Bonanza, mi serie preferida, y decido nuevamente volver a mi oficina que está en un extremo de la casa, pero dentro, y así terminar unos pendientes que debía enviar a este medio. Fue cuando, la locutoril voz de Andrés Pichardo me llamó para darme la infausta noticia de la desgracia que estaba pasando.

Imágenes dantescas de jóvenes con trajes de macaros y niños corriendo despavorido con madres con sus manos ardiendo en fuego junto a sus proles, era lo que los videos en vivo y las fotos que me hacían llegar a cada segundo, se vivía por los alrededores de la cueva del Grupo de Carnaval Los Toro, un emblemático grupo, el cual además de la típica alegría para quienes gustan de esas tradiciones, es tal vez uno de los más representativos de esas tradiciones carnavalescas.

De inmediato procedí a las investigaciones propia del periodista, escuchando a cada momento lamentos y gritos de los muchos que como quien escribe se dejaron aprisionar de unos sentimientos de impotencia, al ver, por ejemplo, a mi querido primo Henry Rosario, envuelto en llamas y socorrido por Amaury Polonia y mi otra prima Patria, hermana de Henry.

Ya muy de noche, en los diversos centros clínicos me dieron todos los detalles junto a las estadísticas correspondientes y de ahí, el debido seguimiento que como periodista debemos hacer para mantener informado al país.

Sin embargo, tal y como me lo había ya advertido el ex senador y amigo Luis Rene Canaán, la situación después de unos días, se iba a poner peor para los quemados, los cuales, y luego de pasar por terribles sufrimientos, han comenzado a dejar el mundo material para pasar a ese otro, del cual quienes abrazamos la doctrina de Jesús tenemos la idea de la vida eterna.

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